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Delirante:
¿Viene a salvarnos el corrupto PPSOE
de los corruptos golpistas catalanes?


Así vivieron en Barcelona vuestros abuelos o  bisabuelos

El gran enfrentamiento político-social que acontece estos meses en Cataluña tiene actores bien definidos:

Por una parte, los golpistas catalanes. Son, recordémoslo:

-- el partido de Jordi Pujol, el Muy Honorable Gran Ladrón de Cataluña, y su banda convergente (un cambio de nombre no puede significar honradez de ninguna manera, son los mismos ladrones);

-- ERC, el partido del odio de los pagesos  catalanes, descerebrados e incultos, construido a conciencia por la Iglesia durante siglos;

-- la CUP, el producto del renovado odio a España inculcado en las aulas desde preescolar, a 'la potencia invasora extranjera que subyuga al honesto pueblo catalán desde el Medievo'.

Por otra parte, nuestros supuestos salvadores de los males de ese golpismo catalán:

-- el PP, el partido más corrupto que ha concebido España en todos los tiempos, con cientos de causas abiertas por corrupción y estafa al erario público, un partido que ocupa todos los ministerios españoles y la máquina represora del Estado; apoyado por su alternativa histórica,

-- el PSOE, otro partido corrupto hasta la médula, sin ideología fija que va desde la derecha moderada a la izquierda federalizante.

Ambas partes han trabajado en colusión para negocios sucios, corrupciones mil millonarias y explotación del pueblo llano español; han coincidido, cuando les ha correspondido, en foros internacionales como Bilderberg o la Trilateral; y tienen como objetivo común el proteger a las multinacionales españolas y europeas, y a la banca internacional judía que los financia. Los líderes de ambas partes pertenecen a las mismas logias masónicas y asociaciones cristianas extremistas.

Todos ellos se han coordinado para erigir una ficción que, haciendo uso intensivo de los medios de comunicación, ha llevado al pueblo español, y especialmente al catalán, al borde de la histeria colectiva. Es lo que suele hacerse en situaciones pre-bélicas. Intencionadamente. Buscando un objetivo común, que es el enfrentamiento armado.

Una guerra civil en la que los incitadores, desde la cúspide financiera sionista, la cúpula multinacional, las subcúpulas política y mediática, no van a combatir. Se van a arrepanchigar en sus sillones, rodeados de lujos, de putas o bigardos, según el sexo, y van a contemplar la matanza como si fuera una película, un partido de fútbol o un vídeo juego.

Tenemos demasiados ejemplos aún vivos y humeantes ante nuestros ojos como para negar lo que nos espera: Ucrania, Siria, Yugoslavia... Por eso las empresas se van de Cataluña. Porque están siendo avisados sus consejos de administración: "Oye, apartaos que vienen los tiros. Veníos a la barrera que ya salen los morlacos. Que corneen a los de siempre y salgan al ruedo los banderilleros cojos". Y el pueblo español, el catalán incluido, se van a poner al asunto de destruirse mutuamente, en vez de hacer lo que sería sensato: abatir a tiros al verdadero enemigo, que es el que está descrito en el párrafo anterior.

El pueblo español ha tolerado la corrupción durante los 40 años de partitocracia monarco-autonómica por una mezcla de cobardía, pereza y sincera admiración por los ladrones. "Yo, en su lugar, haría lo mismo". Pero ¿y matarnos unos a otros? ¿De dónde va a tomar su fuerza tal instinto suicida?

Pues surge de la credulidad y de la alienación mediática. De la incultura generalizada, del infinito número de películas violentas que han derretido nuestro instinto de conservación. Del odio inculcado entre las clases humildes y de la envidia y el odio a las clases pudientes recanalizada hacia los territorios: "España nos roba"; "los extremeños son unos vagos", etc. Pero eso no lo han dicho los obreros catalanes nunca, sino las clases dirigentes de la sociedad catalana. "Son golpistas que ponen en peligro la democracia"; "Egoístas insolidarios". Pero eso no lo han dicho los obreros españoles jamás, sino los dirigentes de la política española.

¿Qué podemos hacer ante las circunstancias, si es que se puede hacer algo? Algo para evitar el derramamiento de sangre. Algo, aparte de salir pitando de Cataluña el que pueda.

La primera cosa que podemos hacer es entender que todo este problema no nos atañe. A los independentistas no voy a convencerlos. Ya no hay quien los pare en su afán de violencia para lograr cambiar de nombre el régimen de explotación al que se hallan sometidos (Cataluña es ya un estado federado de facto, con sus tres poderes inseparados, su policía y sus impuestos). Pero a los que sí puedo convencer es a los catalanes de adopción, murcianos, extremeños, andaluces, castellanos de raíces, que viven en la conurbación de Barcelona y, en menor medida, de Tarragona. Y no son pocos. Más de dos millones de almas que viven en las ciudades dormitorio de Badía, Hospitalet, Mataró, Badalona, Tarrasa, Sabadell, Santa Coloma, Cornellá de Llobregat, San Baudilio, Rubí, Vilanova,, Viladecans, San Feliu, El Prat, Castelldefels, Sardañola, Mollet; y los barrios periféricos de Barcelona ciudad.

A ver, compañeros charnegos, ¡que esto no va con nosotros! Si creéis que sí, daos un par de cabezazos contra la pared hasta que el cerebro se os vuelva a su sitio. Que hemos vivido ya 40 años bajo el régimen autonómico catalano-español. Y que siempre las élites de Barcelona y Madrid han estado de acuerdo, igual que durante el franquismo. El diseño autonómico del 78 conduce inexorablemente a los excesos independentistas. Luego es algo previsto por el régimen, por eso el Gobierno ha colaborado siempre con la Generalitat. ¿Qué más os da cómo se llame a sí misma la tierra en la que trabajáis, si autonomía o república? No va a cambiar nada para vosotros. Trabajaréis de sol a sol por la simple supervivencia, produciendo diez para cobrar uno. Iréis al paro cuando sobréis, como siempre. Y tendréis que vivir de la familia y de lo que os dé la calle, cuando llegue el momento.

Si queréis votar el 21 de diciembre, que para eso os regalan 4 horas de trabajo para ir a las urnas, pues votad. ¿Qué? Lo que os salga de los genitales, porque da igual. Si no queréis hacerlo, pues no votéis, iros a tomar una caña al bar.

Pero si las cosas van a mayores, vosotros no debéis empuñar las armas contra vuestros hermanos de clase. Ni contra nadie. Porque os la suda el resultado. No va a cambiar nada en vuestras vidas de explotados. Defended vuestros hogares, vuestros guetos, si no tenéis más remedio. Pero que se maten entre ellos, la gente de armas, los soldados y los guerrilleros que están deseando poblar los cementerios.

Construid vuestra propia sociedad próxima con espíritu de comunidad. Haced caceroladas en la cabeza de todos los políticos que se acerquen a contaros mentiras, que son todos. La receta para sobrevivir a la catástrofe que se avecina es la asunción de la realidad del gueto, la solidaridad entre los de vuestra clase social, vuestros vecinos, los trabajadores y autónomos con pocos empleados, los tenderos. La última hogaza de pan ha de ser siempre para los niños. Y recordad vuestra relativa suerte: todos tenéis un pueblo bien lejos de Cataluña al que volver cuando no podáis más. El mismo del que salieron vuestros padres o abuelos hace muchos años.

ÁCRATAS




Enfrentamiento en Bilderberg 2017



Cuando el presidente Trump parece haber resuelto, más o menos, sus problemas de autoridad interna, el conflicto se desplaza al seno de la OTAN. Washington quiere que se abandone la manipulación del terrorismo, pero Londres no tiene intenciones de renunciar al instrumento que tan eficaz le ha resultado para imponer su influencia. Inicialmente organizado como caja de resonancia de la alianza atlántica, el Grupo de Bilderberg acaba de ser escenario de un enconado debate entre partidarios y adversarios del uso imperialista del terrorismo islamista en el Medio Oriente.

El Grupo de Bilderberg fue creado en 1954, por la CIA y el MI6, para respaldar a la OTAN. ¿Objetivo? Crear un marco para el encuentro de personalidades del mundo económico y del mundo mediático con responsables políticos y militares para alertar a la sociedad civil sobre la gravedad del «peligro rojo». Lejos de ser un foro de toma de decisiones, este restringido club ha sido históricamente un lugar de encuentro donde los “veteranos” tenían que rivalizar en fidelidad a Londres y a Washington y los “jóvenes” estaban llamados a demostrar que se podía confiar en ellos para enfrentar a los soviéticos.

Fue en la reunión de 1979 donde Bernard Lewis reveló a los participantes del Grupo de Bilderberg el papel de la Hermandad Musulmana en la lucha contra el gobierno comunista afgano. Este islamólogo anglo-israelo-estadounidense propuso en aquel encuentro extender la «guerra por la Libertad» (sic) a toda el Asia central.

Fue en la reunión de 2008 del Grupo de Bilderberg –o sea, 2 años antes de que comenzaran los desórdenes– que la señora Basma Kodmani (futura portavoz de la oposición siria) y el alemán Volker Perthes (futuro consejero del estadounidense Jeffrey Feltman en la elaboración del documento para la capitulación total e incondicional de Siria) explicaron por qué resultaba de interés respaldar a la Hermandad Musulmana para dominar el Medio Oriente. El dúo Kodmani/Perthes subrayaba entonces ante el Grupo de Bilderberg la «moderación» de la Hermandad Musulmana ante Occidente, en contraste con el soberanismo «extremista» de Irán y Siria.

Fue también ante el Grupo de Bilderberg, en la reunión de 2013, que el jefe de la asociación de los patrones alemanes, Ulrich Grillo, se pronunció por la organización de la migración masiva de 800 000 trabajadores sirios hacia las fábricas alemanas.

Ahora, el Grupo de Bilderberg acaba de realizar su reunión de 2017, del 1º al 4 de junio y en Estados Unidos. Lo excepcional de este encuentro es que, de los 130 participantes, no todos defendieron el mismo proyecto. En realidad pasó todo lo contrario a lo habitual: ante las intervenciones de Donald Trump en la cumbre arabo-islamo-estadounidense y en la cumbre de la OTAN, la CIA y el MI6 organizaron el primer día un debate entre partidarios y adversarios de la lucha contra el islamismo. Por supuesto, se trataba de obtener un compromiso entre ambos bandos o definir claramente las disensiones existentes y no permitir que estas destruyan el objetivo inicial de la alianza atlántica, que es la lucha contra Rusia.

Del lado del anti-islamismo (que no apunta contra la religión musulmana sino contra el islam político al estilo de Sayyid Qutb), estaban el general H. R. McMaster (consejero de seguridad nacional del presidente Trump) y la experta Nadia Schadlow. El general McMaster es un reconocido estratega cuyas teorías se han visto verificadas en el campo de batalla. Nadia Schadlow ha trabajado sobre todo en cómo convertir las victorias militares en éxitos políticos, se ha interesado mucho en la reestructuración de los movimientos políticos en los países derrotados y está a punto de publicar un nuevo libro sobre la lucha contra el radicalismo islámico.

En el bando de los pro-islamistas estuvieron:
- por Estados Unidos, John Brennan (el último director de la CIA de la administración Obama) y sus ex subordinados Avril Haines y David Cohen (a cargo del financiamiento del terrorismo);
- por el Reino Unido, Sir John Sawers (ex director del MI6 y protector de larga data de la Hermandad Musulmana) y el general Nicholas Houghton (ex jefe del estado mayor que preparó el plan de invasión terrestre contra Siria);
- por Francia, el general Benoit Puga (ex jefe del estado mayor particular de los ex presidentes Nicolas Sarkozy y Francois Hollande y comandante de las fuerzas especiales francesas en Siria) y Bruno Tertrais (estratega neoconservador del ministerio francés de Defensa);
- como representantes de las empresas privadas, los estadounidenses Henry Kravis (director del fondo de inversiones KKR y tesorero oficioso del Emirato Islámico [Daesh]) y el general David Petraeus (ex director de la CIA y cofundador de Daesh).

Como si ese desequilibrio no fuese suficiente, los organizadores incluyeron también en el debate a varios expertos en justificar lo injustificable, como el profesor Niell Fergusson (historiador del colonialismo británico).

Habrá que esperar algún tiempo para saber lo que se dijo en esta reunión y entender las conclusiones a las que han llegado o no los contendientes. Pero lo que sí es ya evidente es que Londres está incitando a un cambio de paradigma en el Medio Oriente. Si bien se abandona el modelo de la «primavera árabe» –o sea, la reproducción de la «revuelta árabe de 1916», organizada por Lawrence de Arabia para sustituir el Imperio Otomano por el Imperio Británico–, el MI6 espera crear una nueva colusión basada en el islam político.

De hecho, mientras que Washington renovó su alianza con Arabia Saudita y convenció ese reino de que tiene que romper con la Hermandad Musulmana a cambio de 110 000 millones de dólares en armamento estadounidense, Londres está tratando de montar una alianza entre Irán, Qatar, Turquía y la Hermandad Musulmana. Si el proyecto británico llegara a prosperar veríamos disolverse el conflicto «sunnitas versus chiitas» para asistir a la creación de una «media luna del islam político» Teherán-Doha-Ankara-Idlib-Beirut-Gaza. Esa nueva situación permitiría al Reino Unido conservar su influencia en la región.

El único punto de consenso entre los miembros de la alianza atlántica parece ser la necesidad de abandonar el principio que estipulaba la creación de un Estado yihadista. Todos admiten que hay que volver a meter el demonio dentro de la botella. En otras palabras, están de acuerdo en que hay que acabar con el Emirato Islámico (Daesh)… aunque algunos de sus miembros a al-Qaeda puedan acabar siendo transferidos a al-Qaeda. Eso explica el hecho que –inquieto por su supervivencia personal– el Califa autoproclamado haya hecho llegar secretamente un ultimátum al primer ministro británico y al presidente de Francia.

En los próximos meses veremos si es real el cambio de Arabia Saudita. De ser verdadero, sería una buena noticia para los sirios… pero resultaría mala para los yemenitas –cuya tragedia seguiría manteniéndose en silencio en el mundo occidental. Con su cambio de actitud, el rey saudita Salman se abre a sí mismo la posibilidad de hacer evolucionar el wahabismo –que actualmente es una secta de fanáticos– para convertirlo en una religión normal. Ya en este mismo instante, el súbito conflicto entre Riad y Doha alrededor de Irán viene acompañado de una polémica sobre el posible parentesco entre el fundador de la secta –Mohammed ben Abdelwahhab– y la dinastía qatarí de los Al-Thani, pretensión que pone locos de rabia a los miembros de la dinastía Saud.

El proyecto del «islam político» consiste en unir a los miembros de la Hermandad Musulmana y los partidarios de Khomeiny. Ese proyecto implica que Irán, e incluso el Hezbollah, adopte esa problemática como reemplazo de la lucha antiimperialista. Si llegara a concretarse, Irán se retiraría de Siria. La Casa Blanca toma muy en serio esa posibilidad y se prepara –con gran temor– para enfrentarla. Para ello, Donald Trump ya designó a Teherán como su nuevo enemigo en su discurso de Riad y acaba de nombrar a Michael D’Andrea (el organizador del asesinato de Imad Mougniyeh, perpetrado en 2008, en Damasco) como responsable de la acción de la CIA relacionada con Irán.

Rusia ya se había preparado para una nueva distribución de las cartas en el Medio Oriente. Ha seguido adelante con su ambición de lograr acceso a las «aguas cálidas», mediante su apoyo a Siria, y de poder circular a través de los estrechos de los Dardanelos y del Bósforo (pasos obligados para entrar en el Mediterráneo), acercándose para ello a su adversario hereditario, que es Turquía. Pero a largo plazo, el islam político sólo puede acabar trayéndole problemas en el Cáucaso.

Como siempre sucede cuando los jugadores se reparten nuevamente las cartas, cada uno de ellos tiene que definir su posición. El Reino Unido defiende su Imperio, Francia defiende a su clase dirigente y Estados Unidos defiende a su pueblo. Algunos, en el Medio Oriente, lucharán por su comunidad y otros por sus ideas.

Pero las cosas no siempre son tan simples: Irán podría seguir el ideal del imam Khomeiny confundiendo el fin y los medios. Lo que comenzó siendo una revolución antiimperialista alentada con la fuerza del islam podría convertirse entonces en una simple afirmación del uso de esta religión para lograr objetivos políticos.
Las consecuencias en el resto del mundo

El MI6 y la CIA asumieron un gran riesgo al invitar a la reunión de Bilderberg 2017 al representante de un país que no es miembro de la OTAN. El embajador de China, Cui Tiankai, cuya intervención estaba programada sólo para el cuarto día del seminario, tuvo por tanto tiempo de evaluar, desde el primer día, las posiciones de cada uno de los miembros de la OTAN.

Por un lado, Pekín apuesta por la colaboración de Donald Trump, por la apertura de Estados Unidos al Banco Asiático de Inversión para la Infraestructura (AIIB) y por el desarrollo de todas sus rutas comerciales. Por otro lado, espera que el Brexit se traduzca en una alianza económica y financiera con Londres.

El embajador Cui, quien fue director del Centro de Investigación Política del ministerio chino de Relaciones Exteriores, aparentemente podría darse por satisfecho con una simple destrucción de Daesh. Pero él no ignora que quienes orquestaron el nacimiento del Califato para cortar el paso a la «ruta de la seda» en Irak y en Siria y organizaron después la guerra en Ucrania para cortar también la «nueva ruta de la seda» se preparan además para abrir un tercer frente en Filipinas y un cuarto frente en Venezuela, con los que esperan cortar otros proyectos de comunicación.

Desde esa perspectiva, China –que al igual que Rusia tiene el mayor interés en respaldar a Donald Trump, aunque sea para prevenir el terrorismo en su propio suelo– no puede menos que interrogarse sobre las posibles consecuencias a largo plazo de una hegemonía británica en la «media luna del islam político».

THIERRY MEYSSAN

Las confesiones del criminal
John Kerry



Primeramente, creímos que si bien Washington había iniciado la operación conocida como «Primavera Árabe» para derrocar los regímenes laicos en beneficio de la Hermandad Musulmana, luego había dejado a sus aliados emprender solos la Segunda Guerra contra Siria, a partir de julio de 2012. Y que estos aliados perseguían sus propios objetivos –la recolonización, en el caso de Francia y Reino Unido; la conquista del gas, para Qatar; expansión del wahabismo y venganza posterior a la guerra civil libanesa, para Arabia Saudita; anexión del norte de Siria, para Turquía, según el modelo chipriota; etc.– porque se había renunciado al objetivo inicial. Pero John Kerry dice en esa grabación que Washington nunca dejó de tratar de derrocar la República Árabe Siria, lo cual implica que controló en cada etapa lo que hacían sus aliados. De hecho, durante los 4 últimos años, los yihadistas han sido dirigidos, armados y coordinados por el Allied LandCom, el mando de las fuerzas terrestres de la OTAN, con sede en la ciudad turca de Esmirna (Izmir).

En segundo lugar, John Kerry reconoce que Washington no podía ir más lejos por causa de 2 factores: el Derecho Internacional y la posición de Rusia. Entendámonos bien: Estados Unidos no dejó nunca de ir demasiado lejos. Destruyó la mayor parte la infraestructura siria vinculada a la industria del petróleo y el gas, usando como pretexto la lucha contra los yihadistas (lo cual corresponde al Derecho Internacional), pero lo hizo y sin invitación ni autorización del presidente Assad (lo cual viola el Derecho Internacional). Sin embargo, Estados Unidos no se atrevió a desplegar sus tropas en suelo sirio ni a combatir abiertamente, como lo hizo en Corea, en Vietnam y en Irak. Para eso, optó por poner a sus aliados en primera línea –aplicando el leadership from behind, o sea el «liderazgo desde atrás»– y apoyar, sin mucha discreción, grupos de mercenarios, como hizo en Nicaragua en los años 1980, aún exponiéndose a ser condenado por la Corte Internacional de Justicia –el tribunal interno de la ONU. Washington no quiere embarcarse en una guerra contra Rusia. Y esta última, que no se opuso a la destrucción de Yugoslavia y Libia, esta vez se levantó y rechazó la línea que supuestamente debía limitar su acción. Moscú está en condiciones de defender el Derecho con la fuerza si Washington se lanza abiertamente en una nueva guerra de conquista.

Tercero, John Kerry atestigua en esa grabación que Washington esperaba una victoria de Daesh (el Emirato Islámico) sobre la República Árabe Siria. Hasta ahora –basándonos en el informe del general Michael Flynn (fechado el 12 de agosto de 2012) y en el artículo de Robin Wright publicado en el New York Times el 28 de septiembre de 2013– habíamos entendido que el Pentágono aspiraba a crear un «Sunnistán» en territorios de Siria e Irak para cortar la ruta comercial terrestre de China hacia Occidente («Ruta de la Seda»). Pero Kerry confiesa que el plan iba mucho más lejos. Probablemente, Washington contaba con que Daesh tomara Damasco, de donde después debía expulsarlo Tel Aviv, con lo cual los yihadistas se replegarían hacia el «Sunnistán», cuyo control se les atribuiría. Siria habría quedado entonces dividida, con el sur bajo la ocupación de Israel, el este bajo control de Daesh y el norte para Turquía.

Esto permite entender por qué Washington proyectaba la imagen de que ya no controlaba nada, como si estuviese limitándose a permitir que sus aliados actuaran a su antojo: lo que hizo fue enrolar a Francia y Reino Unido en la guerra haciéndoles creer que podrían recolonizar el Levante, cuando en realidad tenía previsto dividir Siria sin ellos.

Cuarto, al reconocer que «apoyó» a Daesh, John Kerry admite que lo armó, con lo cual hace polvo la retórica de la «guerra contra el terrorismo».
- Sabíamos, desde el atentado del 22 de febrero de 2006 contra la mezquita al-Askari, en Samarra, Irak, que Daesh –inicialmente denominado «Emirato Islámico en Irak»– había sido creado por el director nacional de la inteligencia estadounidense, John Negroponte, y por el coronel James Steele –siguiendo el esquema de lo que ya habían hecho a principios de los años 1980 en Honduras– para acabar con la resistencia iraquí y desatar una guerra civil.
- Sabíamos, desde que el diario del PKK Ozgur Gundem publicó el acta de la reunión de planificación realizada en Amman el 1º de junio de 2014, que Estados Unidos organizó la ofensiva conjunta de Daesh contra la ciudad iraquí de Mosul y del gobierno regional del Kurdistán iraquí contra Kirkuk.
- Ahora sabemos con certeza que Washington nunca cesó su apoyo a Daesh.
Quinto, el conflicto entre el clan Allen/Clinton/Feltman/Petraeus y la administración Obama/Kerry lo habíamos interpretado como un desacuerdo sobre si había o no que apoyar a Daesh. Nada de eso. Ninguno de esos dos grupos tiene el menor escrúpulo en organizar y apoyar a los yihadistas más fanáticos. El desacuerdo reside única y exclusivamente en cuanto a recurrir a la guerra abierta –y el conflicto con Rusia que ello podría provocar– u optar por la acción secreta. El general Michael Flynn –actual consejero de seguridad nacional de Donald Trump– es el único que se opuso al yihadismo.

Si, dentro de algunos años, Estados Unidos se derrumbara, como sucedió con la URSS, esta grabación de John Kerry, podría servir de prueba acusatoria contra él y contra Barack Obama ante una jurisdicción internacional –pero no ante la Corte Penal Internacional, ya demasiado desacreditada.

Como ya reconoció la autenticidad de los fragmentos anteriormente publicados por el New York Times, Kerry no podría impugnar la autenticidad de la grabación íntegra. El apoyo a Daesh que Kerry expresa en esa grabación viola varias resoluciones de la ONU y prueba su responsabilidad personal, y la del aún presidente de Estados Unidos Barack Obama, en los crímenes contra la humanidad perpetrados por esa organización terrorista.


THIERRY MEYSSAN

NOTA DE ENLACE AL AUDIO:

https://youtu.be/41HhRABl3kM




La chispa de la vida









Apenas el año pasado, en 2014, la Teoría de la Relatividad fue despedazada, tras 110 años de impostura. Hasta ahora, miles de científicos han confiado en ella a ciegas. Otros miles la han enseñado en las aulas universitarias como los teólogos enseñan el Misterio de la Santísima Trinidad. Aún hace pocos meses hube de soportar la indignación de algunos amigos durante una cena, por plantear abiertamente el sencillo camino hacia la falsación experimental de la teoría.

¿Cómo es posible que se haya gastado tanto dinero en una dirección que se mostraba incompatible con la Ciencia con mayúsculas, con la Teoría Cuántica, con los últimos descubrimientos en Cosmología o con el sentido común? Porque alguna explicación ha de tener el asunto.

Aún ahora habrá quien embista contra este articulito y me tilde de ignorante. Pero ya no será un científico, sino algún aficionado a esos libritos de divulgación científica en los que la única fórmula que figura es la tristemente famosa E=mc².

A día de hoy, la Relatividad es una forma de fe religiosa. No está permitido dudar siquiera de ella, lo mismo que no está permitido dudar de otros cuentos. Ha habido cientos de científicos que se han opuesto razonablemente a la Relatividad y han perdido el prestigio y, a veces, la carrera. Han pasado a ser frikis, cuando lo único que trataban de hacer era no perder de vista el método científico, que existe desde mucho antes que Einstein decidiera obviarlo.

La propìa historia de Einstein no es precisamente edificante. Un mal estudiante que fue rechazado en la Politécnica de Zurich. Así que se puso a trabajar como auxiliar en una casa de patentes hasta bastante después de publicar su plagiado trabajo sobre el espacio-tiempo en Annalen der Physik. Nadie le hizo caso. Diversos científicos habían publicado la Teoría antes que él. Ni siquiera la fórmula E=mc² es suya, sino de un científico italiano. Pero no me parece lo mejor cargar contra Einstein, a quien la mayoría de sus pares consideraba un idiota.

Einstein algo débil mental –justo lo opuesto en lo que lo transformó la propaganda–, no sabía Matemáticas e ignoraba el Método Científico, que consiste en observar, describir matemáticamente lo observado y contrastarlo experimentalmente. Hay cientos de teorías que se falsan así y los científicos se ponen a otra cosa. Pero, en un momento determinado, el poder se interesó por su Teoría. Por algún motivo. Luego lo razonaremos, tenemos tiempo.

De golpe, Einstein consiguió el éxito y se convirtió en una estrella. Logró la residencia en EEUU como profesor de Princeton y se puso de moda. Muy pocos científicos entendían su Teoría. No porque fueran tontos, como quieren hacernos creer, sino porque la teoría era matemática y físicamente incoherente. De su documento de 1905 se deduce por meras sustituciones aritméticas que 1=0, por ejemplo.

Muy pronto, Fizeau demostró que la luz no es invariante. Mediciones científicas demostraron que el experimento de Michelson y Morley había sido mal interpretado, Pero hasta que no hemos dispuesto de satélites en órbita, no hemos podido desechar la teoría falsa más longeva de la Historia de la ciencia moderna.

La Teoría de la Relatividad se basa en dos postulados o axiomas que se dan por ciertos:

1. Que la velocidad de la luz en el vacío, en ausencia de materia, es un invariante para cualquier observador inercial.

2. Que c es la velocidad máxima universal. Nada puede ir más deprisa.

La teoría estructurada sobre esos dos postulados obliga, a cambio, a que el espacio-tiempo se deforme, que los relojes vayan más despacio y que las longitudes se acorten. Las paradojas o inconsistencias lógicas abundan, lo que es imposible en Ciencia. Todo ello debiera bastar para demostrar que la teoría es falsa. Pero no ha sido así. Como dijo Platón, “libres son aquellos que no temen llegar hasta el fin de sus pensamientos y deducciones“. Pero eso, que es válido para filosofar, no lo es en ciencia. La ciencia obedece a un método riguroso. Sin embargo, ninguna teoría ha sido defendida con más denuedo, ante las pruebas de su falsedad, que la Relatividad de Einstein, muchas veces evidenciando que los defensores no entendían la propia teoría. Las religiones tienen eso, poca lógica en la Tierra y mucha en el Cielo.

Pero este cuento se acabó:

Decenas de miles de mediciones de la velocidad de la luz en línea recta entre satélites, sin reflexiones especulares, han demostrado inequívocamente que la luz y la velocidad de la fuente emisora se suman o se restan, obedientes a la aritmética newtoniana. Lo que ya era sabido por los ingenieros de tales aparatos, que hacían caso omiso de la Relatividad para ajustar relojes y longitudes. La velocidad de la luz, pues, no es invariante. Diré, de paso, que la luz tiene masa, aunque despreciable. Por otra parte, más de 4.000 medidas de velocidad de neutrinos emitidos por el CERN demuestran que existen paírtculas mucho más rápidas que la luz. Pero los sicarios de la balbuceante, confusa y mendaz Teoría de la Relatividad tienen respuesta para todo: "Si una partícula va más rápido que la luz, o el experimento está mal hecho o, como sigue sometida a los Mandamientos de la Relatividad, lo que le pasa es que viaja hacia atrás en el tiempo". Y se quedan tan tranquilos, cobrando cada mes su paguita de funcionarios. Y abiertamente se especula con que las ondas gravitatorias podrían viajar 200 billones de veces más rápido que la luz. Luego la velocidad de la luz no es ningún máximo. Algunos científicos han comenzado a desarrollar “teorías compatibles con la Relatividad” que hablan descaradamente de velocidades superlumínicas y que son compatibles más bien con la Física de Newton adaptada a la tecnología moderna –lo que solo es una manera de decir la verdad sin perder las subvenciones, que dependen de que la fórmula E=mc² siga siendo válida.

Pero disponemos de satélites desde hace más de cincuenta años. Y aunque las mediciones de la velocidad de la luz en un línea recta es reciente, el efecto Sagnac se utiliza desde hace mucho para detectar el movimiento relativo. ¿Cómo no se ha derrumbado la Relatividad durante todo este tiempo? ¿A qué mantenerla, a riesgo de que la Ciencia no avance por el camino correcto?

Pues todo tiene su explicación...

El éxito de Einstein sobrevino precisamente gracias a la fórmula E=mc², que robó al italiano Olinto De Pretto, sin citarlo siquiera, aunque este la publicara años antes. Lo mismo hizo con Poincaré, Lorentz y Maxwell, pues las publicaciones de Einstein no reconocían nada a nadie, como si todo fuera creación suya desde la misma nada. Ni a Robert Brown, cuyo descubrimiento del movimiento Browniano plagió también. Ni siquiera acreditó al húngaro von Lenard, por cuyas observaciones del efecto fotoeléctrico le concedieron el Premio Nobel... a Einstein. Lo que demuestra, una vez más, que no era un científico serio, sino una especie de gurú al frente de una confesión religiosa.

La fórmula E=mc², mal interpretada por Einstein –que no dejó de reconocer sus reticencias al respecto, no fuera a ser una parida total– , y peor por los militares, no significa que la masa contenga una energía que entrega según esa proporción, sino que cuantifica la energía necesaria para lograr que un móvil de masa m adquiera la velocidad de la luz en el vacío. De hecho, en las reacciones nucleares, sólo una pequeña fracción de la masa se convierte en energía, como sucede en los reactores nucleares y hasta en el propio Sol, gracias a lo cual la fusión de todas su masa no lo hace estallar, sino que tras formar helio, prosigue imparable hasta los metales pesados. No toda la masa se puede convertir en energía, eso sería un milagro, es decir, un imposible. Pero los militares lo que vieron fue la posibilidad de conseguir un arma capaz de destruir a cualquier enemigo, sus ciudades, sus ejércitos, con unas cuantas bombas atómicas. La idea era demasiado atractiva para no apoyarla. El propio Einstein fue el mayor impulsor de la creación de la bomba, aunque no participó en el Proyecto Manhattan por razón de su relación carnal con una joven conocida por el FBI como espía de la URSS.

Durante la Segunda Guerra Mundial, nadie se esforzó más que Alemania en conseguir la bomba. Pero abandonaron el proyecto. Si los mejores científicos del mundo abandonaron, tuvo que ser por algo. Los mismos científicos que fueron capaces lograr misiles intercontinentales autodirigidos antes de la era de la electrónica, o hacer gasolina sin petróleo, mientras EEUU seguía bombardeando ciudades con miles de toneladas de explosivos incendiarios y ensuciando el estado de Texas de negro... si Alemania no lo logró, digo, es que la bomba era un camino sin salida. La fórmula, correctamente interpretada con unas mínimas nociones de cómo se supone que es el átomo, lo pequeños que son los núcleos para que les acierten los neutrones ciegos, sin carga que los dirija, antes de escapar por la superficie del material fisionable, bastaron para dedicar los recursos del Reich a otras armas menos quiméricas.

Pero EEUU, guiado por el Sionismo, verdadero cerebro y financiador de la guerra, maestro en el arte de la manipulación mediática y del engaño, hizo lo que debía hacer: propaganda. Y tomó a una docena de exiliados alemanes e italianos por razones religiosas y los hizo famosos como “dream team” del Proyecto Manhattan. Fue una jugada maestra de los medios sionistas. EEUU invirtió mucho dinero en el proyecto porque ya se sabe que los americanos son gente crédula. Al final de la guerra, sin haber conseguido hacer estallar espontáneamente una “masa crítica” de material fisible, no porque no lo intentaran, sino porque es imposible en razón de la falsedad de la fórmula empleada; y con los comunistas a punto de atacar Japón –Nigata está separada de Vladivostok por un brazo de mar de 820 kilómetros de ancho–, decidieron gastar algunos millones más en propaganda. Dos ciudades de papel fueron volatilizadas bien lejos de los soviéticos, al sur, con cientos de bombas incendiarias. Hiroshima y Nagasaki no fueron arrasadas por Little Boy y Fat Man, porque quedaron en pie los edificios de hormigón cerca de los epicentros y las radiaciones brillaron por su ausencia. Las fotos de Tokio, devastada por las bombas incendiarias, son idénticas a las de Hiroshima o Nagasaki.

Pero ¡espera!: ahí tenemos una razón de peso para que una farsa como la Teoría de la Relatividad se mantenga, aplastando la Ciencia y lo que sea. ¿Y si la bomba no existiera? ¿Y si E=mc² fuera simplemente un eslogan, como ese de la chispa de la vida? ¿Y si el Club Atómico fuera el Club de la Comedia?

En fin, como alarde tecnológico diré que la bomba de masa subcrítica esférica es una aberración física. Pretender que por compresión centrípeta, la masa se convierta en crítica y estalle es absolutamente imposible. ¿Y nadie ha pensado que la tal masa subcrítica se calentaría en su contenedor dentro de su silo, como lo hace el combustible nuclear, hasta el punto de fundir la bomba? Lo diré más claro: es muy improbable que las B61 contengan dos paquetes de 30 kilos de uranio enriquecido sin calentarse hasta fundirse.

En fin, que la bomba atómica no exista no puedo asegurarlo, porque las pruebas atómicas no han estado sometidas a experimentación con observadores científicos libres de censura militar. Pero lo que sí aseguro es que la Teoría de la Relatividad es absolutamente falsa, desde sus postulados axiomáticos hasta sus últimas consecuencias. ¡Doy las gracias a los físicos experimentales honestos y a los ingenieros por su labor!

Por cierto, el el 25 de noviembre de 2015 se conmemora el centenario de la publicación de la Relatividad General de Einstein... y una horda de gurús mediáticos exhibirá su servilismo al Imperio Nuclear. Mientras, nuestros móviles con GPS seguirán falsando permanentemente la falaz teoría.

XAC


La miopía de la Unión Europea
ante la estrategia militar de EEUU


La subsecretaria de Estado, Victoria Nuland (nacida Nudelman, claro), y el embajador estadounidense en Kiev, Geoffrey R. Pyatt. En conversación telefónica revelada por los partidarios de la legalidad, la señora Nuland se refirió al golpe de estado montado en Ucrania precisando delicadamente que su objetivo era “darle por el culo a la Unión Europea” (sic).

Los dirigentes de la Unión Europea están confrontando cada vez más frecuentemente situaciones inesperadas. Por un lado, atentados o intentos de atentados perpetrados o preparados por individuos que no pertenecen a grupos políticos claramente identificados. Por otro lado, una gran afluencia de migrantes a través del Mediterráneo y el hecho que miles de ellos mueren a las puertas de los países europeos.

Por falta de análisis estratégico, ambos factores están siendo considerados a priori como hechos no relacionados entre sí y se ocupan de ellos administraciones diferentes. La policía y los servicios de inteligencia se ocupan de los atentados mientras que las aduanas y órganos vinculados al sector de la defensa lidian con el problema de los migrantes. Pero la fuente de ambos problemas es la misma: la inestabilidad política en el Levante y en África.
La Unión Europea se ha privado de los medios necesarios para comprender...

Si las academias militares de la Unión Europea hiciesen correctamente su trabajo, habrían estudiado durante los últimos 15 años la doctrina del «hermano mayor» estadounidense. Y tendrían que haber notado que, desde hace muchos años, el Pentágono ha publicado todo tipo de documentos sobre la «teoría del caos» del filósofo Leo Strauss. Hace sólo unos meses, Andrew Marshall, un funcionario que debería estar jubilado desde hace más de 25 años, aún disponía de un presupuesto de 10 millones de dólares al año para investigar sobre ese tema. Pero ninguna academia militar de la Unión Europea ha estudiado seriamente esa doctrina ni sus consecuencias. No lo han hecho por dos razones: porque es una forma de guerra bárbara… y porque fue concebida por un gurú de las élites judías estadounidenses. Además, cualquier europeo “sabe” que «Estados-Unidos-nos-salvó-del-nazismo», y no puede favorecer tales atrocidades.

Si los políticos de la Unión Europea hubiesen viajado un poco, no sólo a Irak, Libia, Siria, al Cuerno africano, a Nigeria y Mali, sino también a Ucrania, habrían visto con sus propios ojos la aplicación de esa doctrina estratégica. Pero se limitaron a ir a hablar en algún edificio de la “zona verde” de Bagdad, desde un estrado en Trípoli o en la plaza Maidan de Kiev. Ignoran lo que viven las poblaciones y, a petición del «hermano mayor», a menudo cerraron sus embajadas, privándose así de ojos y oídos en el terreno. Peor aún, también a petición del «hermano mayor», se unieron a la aplicación de embargos, para que los hombres de negocios tampoco puedan ir a ver lo que sucede en esos lugares.

El caos no es fortuito, es el objetivo. Al contrario de lo que afirma el presidente Francois Hollande, el éxodo de libios no es consecuencia de una «falta de seguimiento» de la operación «Protector Unificado» –que condujo al derrocamiento y asesinato de Kadhafi– sino el resultado que se buscaba con aquella operación, en la que Francia hizo el papel de líder. El caos no se instaló en Libia porque los «revolucionarios libios» no hayan sabido ponerse de acuerdo entre sí después de la «caída» de Muammar el-Kadhafi sino que ese era el objetivo estratégico de Estados Unidos. Y lo alcanzaron. Nunca hubo una «revolución democrática» en Libia sino un movimiento secesionista en la región de Cirenaica. Nunca hubo aplicación del mandato de la ONU para «proteger a la población» sino una masacre perpetrada por la OTAN que costó las vidas de 160 000 libios, de los cuales el 75% eran civiles, según las cifras de la Cruz Roja Internacional. España partició en ella de forma activa, bajo el mandato de Zapatero.

Recuerdo que, antes de integrar el gobierno de la Yamahiriya Árabe Libia, se me solicitó servir como testigo en un encuentro organizado en Trípoli entre una delegación estadounidense y varios representantes libios. Durante aquella larga conversación, el jefe de la delegación estadounidense explicó a sus interlocutores que el Pentágono estaba dispuesto a salvarlos de una muerte segura, pero exigía que le entregaran al Guía. Y agregó que cuando mataran a Kadhafi, la sociedad tribal libia no lograría validar la autoridad de un nuevo líder antes de –como mínimo– una generación, situación que sumiría Libia en un caos nunca visto anteriormente en ese país. Desde entonces, he contado repetidamente aquel encuentro y predije muchas veces lo que hoy está ocurriendo.

Cuando la prensa estadounidense comenzó a mencionar –en 2003– la «teoría del caos», la Casa Blanca contestó hablando de un «caos constructor», haciendo entender con ello que se procedería a la destrucción de las estructuras opresoras para que la vida pudiese brotar sin obstáculos. Pero ni Leo Strauss, el judío sionista creador de la teoría, ni el Pentágono habían utilizado nunca aquella expresión. Al contrario, según ellos, el caos tenía que ser de tal magnitud que nada pudiese estructurarse fuera de la voluntad del Creador del Nuevo Orden, Estados Unidos.

El principio de esa doctrina estratégica puede resumirse del siguiente modo: la manera más fácil de saquear los recursos naturales de un país por largo tiempo no es ocupar ese país sino destruir el Estado. Sin Estado, no hay ejército. Sin ejército enemigo, no hay riesgo de ser derrotado. Así que el objetivo estratégico del ejército de Estados Unidos y de la alianza que dirige –la OTAN– es única y exclusivamente la destrucción de los Estados. Y lo que suceda con las poblaciones de los países que son blanco de esa estrategia… no preocupa a Washington.

Ese proyecto resulta inconcebible para los europeos que, desde los tiempos de la guerra civil inglesa, están convencidos –desde la publicación de Leviatán, el libro de Thomas Hobbes– de que es preferible renunciar a ciertas libertades, y quizás aceptar incluso un Estado tiránico, a verse sumido en el caos.

La Unión Europea niega su complicidad con los crímenes de Estados Unidos, pero las guerras de Afganistán e Irak ya han costado la vida a 4 millones de personas. Esas guerras fueron presentadas al Consejo de Seguridad de la ONU como necesarias respuestas «en legítima defensa». Pero hoy todo el mundo admite que en realidad habían sido planificadas desde mucho antes de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 y en un contexto mucho más amplio de «rediseño del Medio Oriente ampliado» y que las razones utilizadas para justificar dichas guerras sólo fueron inventos de la propaganda.

Usualmente se reconocen los genocidios cometidos por el colonialismo europeo, pero pocos reconocen actualmente esos 4 millones de muertos, a pesar de los estudios científicos que demuestran la realidad de ese crimen. Lo que pasa es que nuestros padres eran «malos», pero nosotros somos «buenos» y no podemos ser cómplices de esos horrores.

También es usual burlarse de aquel pobre pueblo alemán que confió hasta el último instante en sus dirigentes nazis y no tomó conciencia de los crímenes cometidos en su nombre hasta después de la derrota.

Pero los pueblos de la Unión Europea estamos actuando exactamente igual. Seguimos confiando en nuestro «hermano mayor» y nos negamos a ver los crímenes en los que está implicándonos. Es probable que nuestros hijos se burlen de nosotros…

Los errores de interpretación de la Unión Europea:

- Ningún dirigente de Europa occidental, absolutamente ninguno, se ha atrevido a mencionar públicamente que los refugiados provenientes de Irak, Libia, Siria y del Cuerno de África, Nigeria y Mali pueden no estar huyendo de las dictaduras sino del caos en el que nosotros, voluntaria pero inconscientemente, hemos sumido sus países.

- Ningún dirigente de Europa occidental, absolutamente ninguno, se ha atrevido a mencionar públicamente que los atentados «islamistas» que están teniendo lugar en Europa pueden no ser la extensión de las guerras del «Medio Oriente ampliado» sino que son obra de los mismos que ya orquestaron el caos en esa región. Como europeos preferimos seguir creyendo que los «islamistas» odian a los judíos y los cristianos, y nos negamos a ver que la inmensa mayoría de las víctimas de esos islamistas no son ni judíos ni cristianos sino… musulmanes. Y tranquilamente los acusamos de promover la «guerra de civilizaciones», cuando ese concepto fue creado en el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos y sigue sin tener nada que ver con la cultura de los islamistas.

- Ningún dirigente de Europa occidental, absolutamente ninguno, se ha atrevido a mencionar públicamente que la próxima etapa será la «islamización» de las redes de las redes de distribución de drogas –como en el caso de los Contras en Nicaragua, con la venta de droga entre la comunidad negra de California, con ayuda y bajo las órdenes de la CIA. Hemos decidido ignorar que la familia Karzai retiró la distribución de cocaína de las manos de la mafia kosovar para ponerla bajo el control del Emirato Islámico.

Si las academias militares de la Unión Europea no han estudiado la «teoría del caos» es porque les han prohibido hacerlo. Los pocos profesores y estudiosos que se arriesgaron a tratar de analizarla fueron duramente sancionados mientras que la prensa califica de «complotistas» o «conspiracionistas» a los autores civiles que se interesan en esa teoría.

A Estados Unidos nunca le interesó que Ucrania se integrara a la Unión Europea. Los políticos de la Unión Europea creían que los acontecimientos de la plaza Maidan eran espontáneos y que los manifestantes querían salir de la órbita autoritaria de Rusia para entrar en el paraíso de la Unión. Los invadió la estupefacción cuando se reveló el contenido de la conversación telefónica donde la subsecretaria de Estado Victoria Nuland, al mencionar el control que ejercía secretamente sobre los acontecimientos, hablaba de «darle por el culo a la Unión Europea» (sic). A partir de aquel momento ya no entendieron lo que estaba sucediendo.

Si hubiesen dejado trabajar a los investigadores, los dirigentes de los países miembros de la Unión Europea habrían comprendido que al intervenir en Ucrania y al organizar allí el «cambio de régimen», Estados Unidos estaba garantizando que la Unión Europea se mantuviera a su servicio. Lo que más angustia a Washington, desde el discurso de Vladimir Putin en la Conferencia de Seguridad de Munich de 2007, es que Alemania acabe dándose cuenta de dónde se halla su propio interés… que no es del lado de Washington sino junto a Moscú.

Al destruir progresivamente el Estado ucraniano, Estados Unidos corta la principal vía de comunicación entre la Unión Europea y Rusia. Por mucho que retorzamos en todos los sentidos la sucesión de acontecimientos, es ese el único sentido de lo ocurrido en Ucrania. Washington no quiere que Ucrania se una a la Unión Europea, como lo demuestran las palabras de la señora Nuland. Su único objetivo es convertir ese territorio en un campo minado para todo el que trate de atravesarlo.

El 8 de mayo de 2007 –aniversario de la caída del régimen nazi alemán– grupúsculos nazis e islamistas crean en Ternopol (Ucrania oriental) un supuesto Frente Antiimperialista para luchar contra Rusia. Organizaciones de Lituania, Polonia, Ucrania y también de Rusia participan en ese Frente, así como los separatistas islamistas de Crimea y los de Adigueya [también llamada Adiguesia], Daguestán, Inguchetia, Kabardia-Balkaria, Karachayevo-Cherkesia, Osetia y Chechenia. Al no poder asistir al encuentro, debido a las sanciones internacionales, el jefe terrorista Doku Umarov envía una intervención que será leída a los asistentes. El presidente de ese “Frente Antiimperialista” es Dimitro Yarosh, quien hoy ocupa un puesto de consejero en el ministerio de Defensa de Kiev.

Así que estamos ante 2 problemas que se desarrollan con gran rapidez: los atentados «islamistas» sólo están comenzando. En el Mediterráneo, las corrientes migratorias se han triplicado en un solo año.

Si mi análisis es correcto, durante la próxima década veremos como a los atentados «islamistas» vinculados al Medio Oriente y África se agregan atentados «nazis» vinculados a Ucrania. Se descubrirá entonces que al-Qaeda y los nazis ucranianos tienen vínculos entre sí desde que celebraron –en 2007– su congreso común en Ternopol, Ucrania. En realidad, los abuelos de todos estos individuos se conocían desde la Segunda Guerra Mundial. En aquella época los nazis se dieron a la tarea de reclutar musulmanes soviéticos para luchar contra Moscú, en el marco del programa de Gerhard von Mende en el Ostministerium [el ministerio del Este creado por el Reich]. Al finalizar la guerra, tanto los nazis como sus reclutas musulmanes acabaron bajo la protección de la CIA, conforme al programa de Frank Wisner con AmComLib, para realizar operaciones de sabotaje en los territorios de la URSS.

Las oleadas de migrantes que tratan de atravesar el Mediterráneo, que hasta ahora sólo constituyen un problema humanitario (200 000 personas en 2014), seguirán creciendo hasta convertirse en un grave problema económico. La reciente decisión de la Unión Europea de ir a hundir los barcos de los traficantes de personas en Libia no lograrán detener la oleada de migrantes y sólo servirán para justificar nuevas operaciones militares para mantener el caos en Libia, pero sin resolverlo.

Todo ello provocará importantes desórdenes en la Unión Europea, que hoy da la impresión de ser un pacífico refugio. Washington no tiene intenciones de destruir ese mercado, que sigue siendo indispensable para Estados Unidos, sino de limitar su desarrollo y garantizar que nunca logre convertirse en un competidor.

En 1991, el presidente Bush padre encargó a un discípulo de Leo Strauss, Paul Wolfowitz –en aquel entonces un desconocido para el gran público–, la elaboración de una estrategia para la era postsoviética. La «Doctrina Wolfowitz» explicaba que la supremacía de Estados Unidos exige imponer riendas a la Unión Europea. En 2008, durante la crisis financiera en Estados Unidos, la historiadora Christina Rohmer, presidenta del Consejo Económico de la Casa Blanca, explicó que la única manera de sacar a flote los bancos estadounidenses era cerrar los paraísos fiscales en los demás países y provocar después desórdenes en Europa para que los capitales fluyesen hacia Estados Unidos. Actualmente lo que Washington pretende hacer es fusionar el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte, también conocido como NAFTA, por sus siglas en inglés) con la Unión Europea y el dólar con el euro, lo cual pondría a los miembros de la Unión Europea en una situación similar a la de México.

Por desgracia para ellos, ni los pueblos de la Unión Europea ni sus dirigentes tienen conciencia de lo que el presidente Barack Obama está preparando para ellos.

THIERRY MEISSAN



De cómo Israel
acabó con los judíos


“Israel es tu casa”, fueron las palabras que Binyamin Netanyahu, primer ministro de Israel, dirigió a los judíos de toda Europa después de los atentados de París y Copenhague. Tras los disparos daneses, abundó: “Nos estamos preparando para absorber una inmigración masiva desde Europa; la pedimos”. Su ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, fue más explícito: “Está claro que ahora ha venido el momento de tomar decisiones, y la decisión correcta es hacer la 'aliya' (emigración) y venir a Israel”. Por si no quedaba claro: “Con todo el debido respeto a las comunidades judías, ustedes saben muy bien qué ocurre hoy día con la asimilación, no sólo con el antisemitismo y las amenazas de terror. Yo creo que sólo hay un lugar para todos los judíos: Israel”.

La visión de Tel Aviv hoy, coherente con lo que fue el sionismo durante un siglo, pero más rotunda y nítida que nunca, es esta: un mundo sin judíos.

Un mundo sin judíos, salvo por un minúsculo territorio en el Levante mediterráneo. Pero en ningún otro lugar. Sea cual sea la conexión entre el Gobierno israelí y los atentados antisemitas, que comparten objetivo ha quedado claro.

No lo digo yo. Al invitar a los judíos a emigrar de Francia de forma masiva, “los políticos israelíes podrían estar muy bien ayudando a los terroristas fanáticos para acabar el trabajo que iniciaron los nazis y sus colaboradores de Vichy: convertir Francia en judenrein”, escribe Chemi Shalev, columnista del diario israelí Haaretz. “Judenrein” significa “limpio de judíos” y es el término que usaron los nazis para describir un territorio del que se habían expulsado todos los judíos.

Esto no es nada nuevo, por supuesto. El sionismo nació como reacción al antisemitismo europeo del siglo XIX, y desde entonces se ha esforzado por impulsar una visión del mundo en el que toda tierra salvo la Prometida es insegura para los judíos. Mediante una propaganda incesante y, cuando hiciera falta, mediante alguna provocación que avivara las tensiones y acelerara el flujo, recuerda el historiador marroquí judío Simón Levy.

Una convivencia pacífica de judíos y otras religiones no entra en el concepto sionista, porque contradice el dogma de la necesidad de Israel como refugio y potencia protectora de todos los judíos del mundo. Tampoco conviene en la práctica: dado que la sociedad israelí considera ciudadanos auténticos únicamente a los de fe judía y relega a un estatus de cuasi enemigo a ese 20% de la población que es musulmana, y dado que la natalidad entre las musulmanas es mayor, es imprescindible fomentar la continua inmigración de judíos para mantener la superioridad numérica de la clase dominante. O como dicen en Israel, para desactivar la bomba demográfica.

De esta manera, el antisemitismo no sólo es fundamento, sino también aliado imprescindible de la visión política israelí.

Y viceversa. Porque el antisemitismo como ideología racista se basa en los planteamientos religiosos del judaísmo. Concretamente, en el que considera a todos los judíos una “raza”. Es decir, un colectivo unido por lazos de sangre y genética, dado que todos descienden de Abraham.

Es un mito tan carente de fundamento como el nacimiento de Jesucristo a partir de una mujer virgen. Pero si los biólogos nunca se tomaron muy en serio la partenogénesis descrita en los Evangelios, los historiadores sí montaron teorías y escuelas sobre el supuesto origen genético común de “los judíos” y su supuesto vínculo con la franja costera mediterránea que entonces se llamaba Palestina y que sale en la Biblia. Sería motivo de risa si no hubiera traído consecuencias tan terribles: la definición “étnica” de los judíos alemanes mediante la fe de sus abuelas y su embarque hacia los campos de concentración.

A los campos de concentración por parte de los nazis. A Palestina, por parte del sionismo. Ambas ideologías compartían base: que ningún judío debe formar parte de una sociedad 'gentil' (no judía), y que se es judío por nacimiento, sin que el individuo tuviera poder de decisión alguna. Todas las religiones son duras con sus apóstatas: el cristiano renegado es expulsado de la vida social y del cementerio, el musulmán puede incluso ser juzgado y sumariamente ejecutado. Pero ninguna como la judía: declara, simplemente, imposible salirse de la fe. Porque la fe es genética.

Tomarse en serio el mito del “pueblo” judío era una actitud hasta cierto punto comprensible en Europa central: efectivamente, los asquenazíes, los judíos entre el Rin, el Danubio y los Urales, se podían definir como un conjunto étnico: todos hablaban como lengua materna yídish, un idioma alemán con algunas influencias eslavas y hebreas. Compartían gastronomía, trajes, leyendas, música y mantenían estrecho contacto a través de las fronteras.

Y es este pueblo alemán judaizado, el pueblo asquenazí, el que se ha convertido en arquetipo de la “etnia judía”. Quienes creen que representan a todos los judíos del mundo, evidentemente nunca vieron a un judío de Etiopía, ni hablaron con un judío marroquí, ni se leyeron las crónicas de la expulsión de los sefardíes de España.

Porque a diferencia de Hitler y sus secuaces, la Inquisición tenía muy claro que ser judío era una religión: tuvo que emigrar quien no quisiera convertirse. Una vez bautizados, la sospecha perduraba por si seguían cumpliendo en secreto sus ceremonias religiosas, motivo de hoguera. La sangre con todo eso no tenía nada que ver.

Era obvio para cualquiera: ser judío, musulmán o cristiano era una cuestión de fe. Por supuesto, el judaísmo se expandió por misión, al igual que sus dos religiones hermanas; la tradición judía está llena de ejemplos, y ningún judío marroquí pondría en cuestión un hecho histórico tan obvio. Sólo la obsesión genética alemana -se evidencia que Hitler copió la idea de los asquenazíes- convirtió a “los judíos” en un pueblo único e hizo primar la mitología de la Biblia por encima de la razón. Lo demuestra muy bien el historiador israelí Shlomo Sand en un libro valiente (La invención del pueblo judío, 2008), muy necesario para quienes sólo conocen la versión oficial asquenazí.

Sí, los sefardíes también son un pueblo, forjado por 500 años de historia, pero a diferencia de los asquenazíes saben que son un pueblo español, no uno palestino. ¿Tengo que volver a contar el chiste del sefardí de Salónica que quiso casar a su hija con un marinero español porque hablaba perfectamente 'judeo', antes que con un “tedesco” (alemán, asquenazí)?

Pero los sefardíes han sido borrados del imaginario judío actual. Tanto que ni siquiera se les distingue ya de los mizrajíes, los judíos oriundos del Magreb, Siria, Yemen, Iraq, que forman la mitad de la población de Israel. Se les mete a todos en el mismo saco en Israel: mano de obra de segunda clase, forzada a olvidar lo más rápido posible su origen para no parecer “árabes”.

Porque eso es lo que eran los mizrajíes: su idioma era efectivamente árabe; en nada se distinguían, excepto en la fe, de yemeníes, marroquíes, sirios o iraquíes de fe musulmana o cristiana. Esos pueblos que en la mente israelí están todos fusionados en un único y espantoso concepto, el del “árabe”. Enemigo irreconciliable e imprescindible para no admitir la existencia siquiera de un pueblo palestino.

El “árabe” terrorista, el nazi pagano y las inquisición cristiana: hoy están amalgamados en una imagen única del “mundo entero contra Israel”, país que  hace portavoz de “los judíos” frente al resto del mundo, tal y como escenificó Netanyahu en París. El concepto de “goy” –traducido como 'gentil' en español– es absolutamente fundamental en la cosmovisión israelí: describe a toda persona no judía, a este inmenso resto del mundo que no forma parte del pueblo elegido, a ese eterno enemigo de todos los judíos.

Todos los judíos: esta es la mentira. “La cultura sefardí distingue entre judíos, cristianos y musulmanes y cuantas más religiones haya alrededor, pero no existe un concepto que englobe a todas las sociedades del mundo frente al judío”, aclara Eliezer Papo, sociólogo sefardí de Sarajevo. En judeoespañol no existe palabra comparable a “goy”. Esto del “pueblo judío” frente a todos los demás pueblos del planeta es un invento asquenazí.

Pero son los asquenazíes quienes han forjado el ideario que hoy, en el siglo XXI, define a nivel internacional el concepto de “judío”. Hagan memoria de los judíos que hayan visto en la pantalla del cine o en las páginas de una novela. Apuesto que todos eran asquenazíes. Tras la fundación de Israel se ha explotado con un inaudito fervor la tradición literaria en yídish para proyectar urbi et orbi la imagen del judío de su gueto polaco o húngaro, su Tora en la mano y su violín. Cuando no directamente con su pijama a rayas y su estrella amarilla.

No es casualidad que la imaginería colectiva cinematográfica se basa en lo que el filósofo israelí Yeshayahu Leibowitz ha llamado “la nueva religión judía”: el holocausto. Un suceso al que los sacerdotes sionistas retratan  -y exigen blindar legalmente- como único en la Historia, incuestionable, inexplicable, incomparable, es decir, dios. El dogma de la incomparabilidad del holocausto (es el único hecho histórico cuya negación es delito penal) es hoy día, en un mundo laico, la única manera de sostener la posición de los judíos como “pueblo elegido”: por ser víctima de ese suceso único.

Israel, el Estado fundado y dirigido por asquenazíes, ha usurpado el término “judío”, su historia, su cultura. Porque la víctima de la persecución nazi (y con anterioridad, de los terribles pogromos rusos) fue únicamente el pueblo asquenazí, uno de los muchos que siguen la fe judía. Ninguna masacre de este tipo forma parte de la experiencia histórica de los judíos sefardíes, ni de los de Marruecos, Iraq, Yemen, Etiopía, Irán, Cáucaso, India, Malasia o Afganistán. No conocen la palabra “goy”, ni se creen etnias.

Por eso molestan: porque con su existencia demuestran que la ficción asquenazí del eterno judío perseguido por el antisemitismo internacional es sólo una pequeña parte de la verdad. La solución que escogió Israel era erradicarlos.

Israel, el Estado fundado y dirigido por asquenazíes, ha usurpado el término judío, su historia, su cultura.


Erradicarlos como comunidades, no como individuos: fueron trasladados a Israel, a veces mediante espectaculares operaciones de “salvamiento” y puentes aéreos, pero casi siempre con una labor de zapa paciente y bien financiada. Los propagandistas de la causa prometieron a los judíos de todas partes -a menudo campesinos pobres o artesanos arruinados por la competencia de las fábricas europeas- el oro y el moro. Hasta tenerlos embarcados. Una vez en Israel los metieron en campos de acogida masificados donde vivieron mucho peor que en sus países de origen, forzados a olvidarse incluso de sus idiomas, despreciados por la clase superior: la asquenazí.

El desprecio lo resume una frase atribuida a la primera ministra de la época, Golda Meir: “Pero si estos no son siquiera auténticos judíos. Un auténtico judío habla yídish”. No, los asquenazíes no quisieron construir su Estado con ellos, aunque sirvieron como mano de obra barata y baluarte demográfico. Traerlos a Israel no era fundamental para el desarrollo del Estado pero sí para su dogma.

A las generaciones de marroquíes y yemeníes dispersados por los arrabales más tristes de Israel era fácil adoctrinarlos en una nueva fe, el severo judaísmo asquenazí de los rabinos de Lituania, a años luz de las relajadas costumbres y las alegres romerías que traían los recién llegados. La narrativa sionista se ha incluso adueñado del propio proceso, cuando describe este éxodo judío como una “expulsión” causada por los árabes, en revancha por la de los palestinos a manos de las milicias israelíes en 1948. Esto no es siquiera ficción. Es simplemente mentira.

Marruecos -y no hablamos de un caso marginal: en 1945 albergaba a 280.000 judíos, más que ningún otro país musulmán, y es origen de la mitad de la población mizrají de Israel- no es que no expulsara a sus ciudadanos judíos: les prohibió emigrar. Hizo falta mucha presión internacional para convencer al rey marroquí de que levantara el veto.

Con Israel actuando como sifón, en menos de cincuenta años desaparecieron las ricas comunidades milenarias judías en toda África del Norte y de Asia Central hasta India. Se ha extinguido su música, sus leyendas, su poesía y literatura, su ciencia, su arte y su artesanía, su teología y sus ritos, con apenas restos sobreviviendo en Israel, como adorable folklore. Pero sobre todo se ha extinguido su conciencia histórica. Se habrá erradicado todo colectivo que no haya pasado por el molinillo del holocausto.

Quedan muy pocos. Tres mil en Marruecos. Once mil en Irán. Hasta hace pocos años, algunas decenas o centenares en todos los países llamados árabes. Las guerras desencadenadas desde 2011 están acabando definitivamente con ellos. Y unos milenios de presencia y cultura judía en África del Norte y Asia habrán tocado a su fin. Para siempre.

Ésta es la meta de Netanyahu, de todos sus antecesores, y de todos sus competidores en el Parlamento, empeñados en que Israel y judío sean por fin lo que nunca fueron: sinónimos. Para que Israel sea portavoz único de una fe que en tiempos fue una de las tres grandes religiones monoteístas del Mediterráneo. Ya no. Ahora, Israel se ha quedado con la patente y la explotará en exclusiva.

El pueblo elegido nunca existió, hasta que los sionistas lo forjaron. Ahora dispone de religión oficial, idioma, territorio y ejército. El Mesías no podría haberlo hecho mejor.
Lástima que para ello hubo que acabar con los judíos.

ILYA TOPPER
El Confidencial

Sanedrín Financiero Internacional
"Obama, lacayo: ¡Arrásalo todo!"







Tras su elección en 2008, al grito del "Yes, we can!", todos los medios echaron tierra sobre las insidias del diputado Barack Obama en Kenia ―machaca a las órdenes de la judía sionista de origen checo Madeleine Albright― contra la ayuda de China, a pesar de que costó matanzas entre grupos tribales que no se habían enfrentado hasta entonces.

Borrón y cuenta nueva ante las pequeñas miserias anteriores. Había que darle una nueva oportunidad al presidenciado mulato de simpáticas y perpendiculares orejas.

Así que, en 2009, le regalaron al POTUS (1), Barack Obama, el Premio Nobel de la Paz. Para quien no lo sepa, los sionistas deciden la concesión de los premios Nobel casi desde su creación. El número de premiados de etnia judía es, como consecuencia, apabullante, irreal, fuera de toda lógica y ajeno al mínimo atisbo de justicia. Claro que obtener un premio Nobel no siendo judío no es tan difícil como ocupar un sillón del Board of Governors de la Reserva Federal, donde el 100% de los cargos son y han sido siempre judíos desde su creación en 1913. Y todo ello, sin levantar la más mínima protesta de los borregos goyim del mundo (2).

Pues bien...

Desde que Obama obtuvo el Nobel de la Paz, los EEUU han arrasado siete países ―Afganistán, Libia, Somalia, Pakistán, Yemen, Irak y Siria―, se han inventado de la nada y armado hasta los dientes al Estado Islámico ―del mismo modo que Bush se inventó a Al Qaeda― y han provocado conflictos militares, revueltas, masacres y primaveras con sangre de todos los colores en varios estados soberanos.

El POTUS ha mentido sin tasa, ha fingido haber asesinado a un ya cadáver con más de 10 años, a Osama Ben Laden ―agente de la CIA hasta su muerte en El Cairo, consecuencia de un cáncer de riñón en diciembre de 2001―; ha ordenado (él, directamente) asesinar a miles de personas mediante su programa de aparatos asesinos autotripulados (drones); ha pagado ejércitos mercenarios que han asesinado ante los mismos ojos del mundo a líderes mundiales que habían osado denunciar ante la ONU el fascismo norteamericano imperante, a la propia ONU como ramera de los intereses norteamericanos y a la Reserva Federal como falsificadora de dólares; y acosa ahora a Irán porque es considerado por Israel su peor enemigo, tras haber cometido el pecado nefando de negar el Holocausto y demostrarlo mediante sesudos estudios, presentados en simposios oficiales internacionales, concluyendo que jamás existió.

Desde la Segunda Guerra Mundial, EEUU no ha declarado ninguna guerra, pero ha provocado masacres como las de Corea o la de Vietnam. ¿Cómo es ello posible? Simplemente porque, para sus guerras, auténticas guerras, no ha precisado de levas generales de ciudadanos; le ha bastado con su ejército profesional o voluntario de mercenarios, marines y seals armados con sofisticadas y potentes armas. Por eso tiene la desfachatez de calificar sus agresiones de "apoyos a gobiernos democráticos" o a rebeldes con causa.

En diciembre de 2009, tan solo dos meses después de convertirse en el Nobel de la Paz, Obama envió 30.000 soldados más a Afganistán. En marzo de 2011 ordenó la operación militar para derrocar al líder libio Muammar El-Gaddafi. Como resultado, el mandatario libio fue asesinado a base de palos y tiro de gracia sin que pudiera defenderse en la Corte Penal Internacional. Consecuentemente, estalló un conflicto armado por el poder civil en Libia que desembocó en la desintegración efectiva del país y el crecimiento del islamismo y del tribalismo. El país, el más adelantado de África, quedó arrasado. Pero Rothschild ―el capo de la SFI― se había apresurado a abrir un nuevo banco central en Bengasi a los primeros tiros, luego consolidado, tras robar todo el oro de las bóvedas del anterior banco central libio.

Obama, mientras encanecía, orquestó las primaveras árabes en todo oriente, apoyado sobre el terreno por los servicios de inteligencia israelíes, cuyos agentes pasan por árabes, repartiendo miles de millones de dólares entre la peor chusma para lograr aquellos "espontáneos" alzamientos populares.

A primeros de 2011, Obama se empeñó en derrocar también al líder sirio Bashar al Assad, para lo cual ordenó armar a la oposición siria y transportar mercenarios desde Libia. El modelo que trató de seguir fue el libio, con bombardeos selectivos de la OTAN ―los bombarderos españoles descargaron sobre Trípoli 17 veces―, so pretexto de crear corredores de seguridad. Pero Rusia le paró los pies armando al ejército sirio con misiles antibombardero S300. Obama creó entonces, ni corto ni perezoso, la organización terrorista E.I., Estado Islámico. Y lo hizo de la nada. Ésta empezó a operar asesinando kurdos y sigue ejecutando cristianos bajo los focos de todas las televisiones. Todo ello para justificar la intervención en la zona ocupada, al norte de Irak, entre Siria e Irán, desde donde, so capa de que las tropas del E.I. traspasaban las fronteras, ha bombardeado, junto con su socio y cerebro real de todas las operaciones geoestratégicas, Israel, a la república árabe Siria sin rendir cuentas a nadie. Y, como bien sabemos todos, piensa, con la misma excusa, atacar Irán.

En efecto, el Estado Islámico está constituido por los mismos asesinos que actuaron en Libia, pertrechados por EEUU ―sus líderes han sido fotografiados con McCain, que en vez de líder de la oposición parece un secretario de estado en la sombra de las cloacas―. Las diatribas de los líderes del E.I. son idénticas a la de los payasos africanos de Boko Haram, resultando evidente que se trata de actores británicos y franceses a sueldo de Washington, meros señuelos para encubrir las acciones genocidas norteamericanas de agresión contra estados soberanos.

En agosto, Obama autorizó los ataques aéreos contra las posiciones del Estado Islámico en Irak y en septiembre EE.UU. comenzó a bombardear Siria sin el consentimiento de sus autoridades. La estrategia de Obama no es acabar con el E.I., sino ayudarlo. Por eso, el E.I. sigue aplastando al ejército regular iraquí, mientras orquesta una exitosa campaña de propaganda en las redes sociales y obtiene millones de dólares con la venta del petróleo de los yacimientos secuestrados. Y el mundo sabe ahora que Internet está absolutamente controlado por la NSA norteamericana. De modo que toda esa propaganda del E.I. es intencionadamente consentida.

Agentes del Mossad ejecutan cada cierto tiempo atentados que en los medios sionistas, que son todos, se atribuyen al E.I. y sus satélites. Sirven para asustar y hacer creíble la amenaza a un público distraído, de modo que nadie alce la voz en contra de la política sionista. El E.I. es la nueva Al Qaeda, igual de absurdo, hollywoodiense e imposible.

Pero las travesuras del premio Nobel Obama no terminan en África y el Oriente Próximo:

En Ucrania, ha puesto en marcha un costoso y arriesgado programa de agresión a Rusia. Durante las protestas de Maidán, los medios papagayos sionistas de los países occidentales reforzaron su retórica en apoyo a la oposición ucraniana con el objetivo de derrocar al Gobierno democráticamente elegido de Yanukóvich. Obama apoyó al presidente actual de Ucrania, Poroshenko, a pesar de ser un declarado fascista, a cambio de su compromiso de incorporar Ucrania a la OTAN. De hecho, su gobierno comenzó su andadura reprimiendo el este del país ―votante mayoritario de Yanukóvich― y prohibiendo el ruso como idioma oficial. Como quiera que el presidente ruso, Putin salvó la crisis con audacia e inteligencia, y se cerró con la anexión de Crimea a Rusia, el POTUS aprobó entonces el suministro de armas pesadas a Kiev para emplearlas contra su propio pueblo.

Últimamente, Obama vitupera a Rusia en sus discursos, la tilda de expansionista. Pero es la OTAN la que está en las fronteras de Rusia. La táctica de Obama de presionar a Rusia mediante las sanciones económicas, impuestas contra los intereses de Europa, ha provocado ya una caída del PIB alemán de dos puntos.

En el Pacífico, Obama está agrediendo a China y apoyando a sus contrincantres en las disputas territoriales y aumentando su presencia militar en la región.

A pesar de sus vacuas promesas electorales ―como era de esperar dado quién es quien manda en el mundo de verdad, el Sanedrín Financiero Internacional, auténtico cerebro y financiador de Sión―, Obama continúa regalando armamento a Israel y evitando que sus gobernantes sean juzgados por los crímenes de guerra cometidos en Gaza.

Como colofón añadiré que, si nadie lo remedia, el primer POTUS de color va a conducir al mundo a una conflagración de consecuencias nefastas para el planeta Tierra. He leído atentamente aquí sobre la posible inexistencia real del arma atómica. Pero, tras tan esperanzadora noticia, leo que, en realidad, da igual que no exista porque los principales contendientes ―EEUU, la OTAN, Rusia, China― poseen explosivos de alta destructividad suficientes para volar medio mundo y contaminar el otro medio, pues sus supuestas bombas termonucleares actuarían como bombas sucias, al estar preñadas de desechos radiactivos con períodos de semi desintegración de varios cientos o hasta miles de años.

¿Acaso puede haber mayor ignominia que la de conceder el premio Nobel de la Paz a semejante monstruo?

Saludos desde el tonel.

DIÓGENES SINÓPTICO



1. POTUS, President of The United States of America.

2. Ha habido alguna excepción: John F. Kennedy, por ejemplo, protestó y fue asesinado en Dallas. No hay casualidad.

3. Todo evidenciado por documentos del Departamento de Estado de EE.UU. filtrados recientemente.


EEUU ataca Siria
El Emirato Islámico es un pretexto



EEUU es un estado terrorista internacional. La unanimidad del Consejo de Seguridad de la ONU contra los yihadistas es una fachada que permite a EEUU respaldar, armar y financiar al Emirato Islámico y a Al Qaeda, pero al mismo tiempo utilizarlas como pretexto para incorporarse directamente a la destrucción de la República Árabe Siria, bombardeando las instalaciones industriales de ese país. Mientras, el ejército turco acaba de invadir Siria. Todo lo que era imposible hasta hace poco, es ahora fácil, gracias al EI.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama (¡premio Nobel de la Paz 2009, qué desfachatez!) presidió el Consejo de Seguridad de la ONU que aprobó la resolución sobre los combatientes extranjeros de obligatorio cumplimiento para todos los Estados miembros de la ONU, obligados a prevenir el reclutamiento, organización, transporte y equipamiento de individuos que viajen a otros Estados para planificar, preparar o efectuar actos terroristas o para proporcionar o recibir entrenamiento terrorista y financiamiento a esas actividades. Para ello, todos los estados tendrán que promulgar las leyes apropiadas, intensificar los controles en las fronteras, juzgar y condenar a los terroristas (reales o presuntos), incrementando la cooperación internacional en ese sentido –incluso mediante acuerdos bilaterales– y el intercambio de información destinada a identificar a los presuntos terroristas, dejando a cada país en libertad de determinar cuáles son los grupos terroristas que habrá que combatirlo cual explica el voto favorable de Rusia y China, los chechenos están listos. Inmediatamente después, la resolución resalta la exigencia particular y urgente de prevenir el apoyo a combatientes terroristas extranjeros vinculados al Emirato Islámico.

El ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, observó ante el Consejo de Seguridad que las organizaciones terroristas se fortalecieron en el Medio Oriente, África y Asia central precisamente después de la intervención en Irak, de los bombardeos contra Libia y del respaldo extranjero a los extremistas en Siria, acusando a Washington de haber favorecido la formación de grupos terroristas, incluyendo el propio Emirato Islámico. McCain se entrevistó en 2011 con Ibrahim al-Badri, quien figuraba en la lista de los 5 terroristas más buscados por la justicia estadounidense. Ibrahim al-Badri es el creador y líder del Emirato Islámico. También se entrevisto y apoyó a otros prendas de la Syrian Task Force, organización financiada por la AIPAC (el lobby judío norteamericano, American Israel Public Affairs Committee).

Al aprobar la resolución, Moscú y Pekín de hecho permiten que Washington la utilice como motivación legal para la acción desatada en el Medio Oriente, cuyo objetivo es volver a ocupar Irak y sembrar la destrucción en Siria, lo cual se había impedido hasta ahora a cambio del desarme químico de Damasco.

Este último objetivo se ve confirmado por el hecho que los ataques aéreos de Estados Unidos en territorio sirio se han concentrado sobre las refinerías y otras instalaciones petroleras sirias. Estados Unidos y los otros participantes en esos bombardeos –Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos– se justifican afirmando que el Emirato Islámico utiliza esas instalaciones. Con ese argumento, Estados Unidos puede dedicarse a destruir toda la red de industrias y la infraestructura de Siria para provocar el derrumbe del gobierno de Damasco.

Tras la aparente unanimidad que hizo posible la adopción de la resolución en el Consejo de Seguridad se esconde una confrontación cada vez más aguda entre el oeste y el este, confrontación provocada por la estrategia de Estados Unidos. En su discurso, Barack Obama pone nuevamente la agresión rusa en Europa al mismo nivel que la brutalidad de los terroristas en Siria e Irak, afirmando que las acciones de Rusia en Ucrania desafían el orden posterior a la guerra fría y que nos hacen retroceder a los días en que las naciones grandes pisoteaban las pequeñas para alcanzar sus ambiciones territoriales. Y agrega que es "por eso que fortaleceremos a nuestra aliados de la OTAN e impondremos a Rusia un costo por su agresión".

El presidente estadounidense recuerda también, dirigiéndose indirectamente a China, que Estados Unidos es y seguirá siendo una potencia del Pacífico, donde promueve la paz y la estabilidad, cuando en realidad está posicionando allí fuerzas y bases militares para contener a China, que a su vez está acercándose a Rusia.

Se trata de una confrontación entre potencias nucleares que se acelera debido a la carrera rearmamentista emprendida por el presidente Obama y que ahora cuenta con el apoyo de Lech Walesa, quien acaba de declarar, al inicio de una gran maniobra militar de la OTAN en territorio polaco, que para protegerse contra Rusia Polonia tiene que disponer de armas nucleares. Así se ganan premios Nobel de la Paz en Occidente. Lech Walesa es también Premio Nobel de la Paz en esta pista de circo que es el mundo.

Resumen de RED VOLTAIRE

Sionismo fascista:
Tausendjährige Reich
Netanyahu imita y supera a Hitler








El primer ministro turco, Erdogan, ha acusado a Netanyahu de ser capaz de una barbarie que supera a la de Hitler. Tras denunciar los millares de muertos civiles asesinados por el ejército israelí en este último raid, ha acusado al país pirata de ejercer una fuerza desproporcionada contra los habitantes de la Franja. Nada nuevo, lo sabemos: Israel ha masacrado palestinos impunemente desde su formación como estado en 1948. Ya este diario acusó al régimen del estado genocida de Israel de ser claramente fascista (por más que el pueblo judío siguiera cobrando compensaciones del régimen democrático de Alemania por los daños físicos y morales sufridos por los judíos a causa del fascismo nazi). Y no lo dijimos como un mero insulto, sino que lo demostramos políticamente en este artículo de MESS, que republicamos ahora, por su oportunidad.

Desde el punto de vista ideológico, los fascismos históricos fueron variaciones sobre una idea revolucionaria que sellaba el eterno y firme compromiso, avalado por su propia sangre si era necesario, de unas élites de épicos hombres nuevos moralmente superiores conjurados para lograr la movilización de las masas y su encuadramiento total con el objetivo común de superar para siempre la crisis de valores, la decadencia moral, social y económica que sufrían sus naciones respectivas, poniendo énfasis en su repudio a la lucha de clases marxista. Apelaban al ultra-nacionalismo o identificación absoluta entre pueblo y estado; y propugnaban el autoritarismo y la democracia corporativa como alternativa a la corrupta e inoperante democracia burguesa.

Como ideal y como sistema organizativo para la superación de la gran crisis de entreguerras, el fascismo parece una ideología eficaz e irreprochable. Pero el proceso de materialización de cualquier ideal se llama corrupción, y se inicia justificando los medios para alcanzar el fin —que es lo modélico— y se consolida cuando se instaura el nuevo orden. Y siempre que se instaura un orden, se instaura al tiempo el proceso de corrupción del mismo. Por lo tanto, no perdiendo de vista el "supremo ideal fascista", lo que hay que observar son los procedimientos reales aplicados por los fascismos, sus acciones. Combinando los puntos de vista idealista, estratégico y táctico, el hecho histórico se ve de otra manera:

El fascismo fue un movimiento político totalitario que, igual que el comunismo, surgió en el mundo al calor de la necesidad, como reacción contra el liberalismo-burgués, contra la democracia de partidos y contra la usura de la sinarquía financiera internacional, a los que hacía responsables de la degradación moral y social del pueblo, humillado por la terrible crisis económica que desencadeno la I Guerra Mundial, agravada más tarde por la Gran Depresión del 29. Con fuertes raíces en la ideología ultra-nacionalista, en el sindicalismo revolucionario y en la izquierda no marxista, antepuso el fascismo la acción a la razón, usando la simbología del superhombre valeroso y cruel; y delegó el poder absoluto en un líder carismático —Duce, Führer o Generalísimo— que decidiría, apoyado por los cuadros del partido único, el destino universal del pueblo.

Para llegar al poder, en dura competencia con el internacionalismo comunista revolucionario, no dudó el fascismo en justificar los medios para alcanzar el fin —el modelo ultra-nacionalista—, en utilizar la confrontación violenta, el enaltecimiento de la raza o la añoranza de gloriosos pasados nacionales revisando la Historia, el victimismo, la denuncia y el acoso, la revuelta callejera y la demagogia, pues se dirigía el fascismo a los instintos del hombre, a sus sentimientos amparados por una nueva moral, no a su inteligencia.

El fascismo, al llegar al poder, fuera por la vía democrática, tras una marcha sobre la capital o mediante un sanguinario golpe de estado, se consolidó estableciendo su nuevo orden. Se situó por encima de las leyes internacionales e, identificando pueblo y estado, aun respetando la propiedad privada, tomó para sí la banca de la nación y la industria estratégica, ilegalizó los partidos políticos, utilizó la propaganda y la represión político-policial para encuadrar, mediante una democracia orgánica corporativista, a todos sus ciudadanos, obreros e industriales, en la consecución del bien común, que se definió en los objetivos del Estado. El fascismo fue un régimen militarizado, que se orientó hacia la anexión territorial, a la expansión colonialista y al imperialismo.

Todo ello conllevó rápidas mejoras económicas y sociales, pero degeneró en una corrupción institucional entre el poder empresarial-industrial y la administración de partido único. Aunque se prometían imperios que iban a durar mil años, los fascismos, por su propio carácter contingente, han desaparecido con la muerte del personaje carismático (u oportunista) que los lideró.

Los fascismos no pueden confundirse con las dictaduras militares impuestas por los EEUU en el mundo como forma de lucha contra el comunismo, pues éstas no tienen ideología, se limitan a servir a quien financió su asalto al poder. De hecho, el régimen español perduró tras la caída del Eje porque Franco no era fascista, sino un militar que usó la fuerza moral y la ideología nacional-sindicalista de Falange Española y las JONS para alcanzar el poder mediante un golpe de estado que se convirtió en una larga y crudelísima guerra civil; y, como buen estratega profesional —él era el general Franco, no los mediocres cabos Hitler y Mussolini—, rindió España al servicio de los norteamericanos y fue Jefe del Estado Español hasta su natural fallecimiento.

Pero "fascismos hay muchos", decía Ramiro Ledesma Ramos, verdadero ideólogo del Nacional-Sindicalismo español. Y opiniones sobre el fascismo, también —añado yo—. Y la mía es que el fascismo sigue existiendo en la actualidad. Y no me refiero al fascismo de los nostálgicos coleccionistas de esvásticas y bayonetas oxidadas, adictos a un fascismo menos sacrificado que verborreico. Tampoco a las miles de personas y asociaciones a las que es poder omnímodo e impune falsamente acusa de fascismo en cuanto se oponen a sus designios y se movilizan en las calles para manifestar su descontento. Todo eso son cortinas de humo. Yo me refiero al sionismo, que es una sofisticada y peligrosa variedad del fascismo. El último fascismo que habrá en la historia, posiblemente. Porque esta vez perdurará, por las razones que expongo.

¿Por qué insisto en que el sionismo sigue un modelo fascista, en vez de ser el contubernio internacional judeo-masónico, que señalaba el general Franco? Pues porque, a pesar de carecer del idealismo de los fascismos históricos, sus acciones reales encajan con las de estos'como las púas de dos peines idénticos'.

Para verlo claramente, hay que observar al sionismo en el lugar donde cristalizan sus esfuerzos, que es en el estado de Israel: El sionismo es allí racista no sólo con los árabes, sino que existe el racismo de judíos askenazíes respecto a hebreos; es un régimen totalitario, ultra-nacionalista, osado, espiritual, más sentimental que razonable, despectivo con las leyes internacionales a cuyo mandato se declara insumiso. Israel es un estado policial, militarizado, siempre en pie de guerra, cruel y victimista, mentiroso hasta la desfachatez, que mantiene al pueblo polarizado hacia el objetivo de expansión nacional, soez manipulador de la Historia, pues el fin justifica todos los medios.

Aunque el sionismo no se diga a sí mismo fascista, se comporta como los fascismos históricos lo hicieron en la práctica. Por eso en Israel se han alzado desde hace muchos años importantes voces que califican al régimen de judeo-nazi, como en 1948 hizo Einstein. El odio hacia la minoría árabe crece, y también el odio hacia el pueblo palestino ocupado que se asfixia en Gaza y Cisjordania, dos mayúsculos guetos-prisión mucho peores que el gueto judío de Varsovia. Los partidos que se alían por el poder parecen representantes de un remedo del corporativismo nacional sindicalista: el tercio ortodoxo, el tercio empresarial y el tercio sindical. Gran parte de los habitantes de su territorio actual no tiene derecho al voto, son considerados extranjeros en su propia tierra. La minoría musulmana con derecho a voto está "exenta del sericio militar", exactamente lo mismo que hizo Hitler con los judíos en cuanto llegó al poder: expulsarlos del ejército. El régimen democrático israelí está siempre en crisis, sólo han existido gobiernos de coalición, es decir, por acuerdo de intereses corporativos, orgánicos. Pero todo eso no es óbice para que todos los israelíes se sientan encuadrados en la causa común de la destrucción de los regímenes musulmanes vecinos, cuyos territorios ocuparán en su debido momento. El culto de la fuerza bruta se impone ante la seguridad de ser el pueblo elegido, profundamente arraigada en los israelitas. Diversas personalidades políticas han denunciado el fascismo sionista abiertamente:  el irano Ahmadineyad, desde hace muchos años, o el turco Erdogan este pasado marzo.

Sin embargo, cuando se observa el sionismo fuera de Israel, no es tan fácil detectar que se trata de una variación del fascismo. El lenguaje no es típicamente fascista, como el que se puede constatar en la prensa israelita. Es más, el aparato sionista mundial se ha apropiado del término 'fascista' para usarlo como arma arrojadiza contra cualquiera de sus oponentes como sinónimo de peligroso, violento e intolerante. La perplejidad ante esta doble imagen del sionismo, dentro y fuera de Israel, se esfuma en cuanto se comprende la razón: para el sionismo, Israel es el Estado y el resto del mundo son sus colonias.

El sionismo, al diferencia de los fascismos europeos, ha colonizado primero el mundo y, en el momento oportuno, tras la destrucción definitiva, absoluta de todos sus enemigos, ha recuperado su propio estado. Y como no puede haber fascismos sin estado, es a partir de 1948, con la creación de Israel, cediendo el Consejo Judío Mundial su papel al presidente de la República,  cuando se concreta el sionismo como un fascismo. Se materializa entonces la identidad del pueblo y el estado; y se sellan los sagrados vínculos de la unidad de todos los judíos para la consecución de un común objetivo: La expansión de su pequeño estado hasta el tamaño del Gran Israel bíblico, riquísimo en recursos y de incalculable valor estratégico. Y lo gestionarán los 8 millones de judíos israelitas apoyándose en su propia maquinaria de guerra y alquilando la ajena con el propio dinero del arrendador.

Esta inversión factual ha sido posible porque el sionismo se fundamenta en la rapacidad y el parasitismo presente siempre en los colonos. Los judíos de la Diáspora dominan el planeta. Ostentan la mayor parte de los cargos del alto funcionariado de los gobiernos occidentales y controlan el mundo financiero global gracias a su monopolio de emisión de la moneda norteamericana, y al secuestro de la banca internacional, la FED, el BCE, el BIS, el FMI, el Banco Mundial, etcétera. Pero ninguno de todos esos importantes judíos osa poner en duda que su patria es Israel, aunque algunos ostenten pasaporte nacional de la colonia que explotan. Y basta una leve indicación del Mossad para que cualquiera de ellos se ponga al servicio inmediato de Sión.

El fascismo sionista no es evidente ni aparatoso fuera de Israel. Es discreto, taimado, inteligente. No nace con un manifiesto pergeñado al calor de una gran crisis social, como el nacional-sindicalismo de Maurras-Sorel. Es un ultra-nacionalismo fascista calculador cuyos partidarios actúan coordinadamente siguiendo una agenda. Los reconocidamente falsos "Protocolos de los Sabios de Sión" parecen ser su manual de procedimiento. Por sus sorprendentes aciertos, su autor fue un visionario.

Siendo los sionistas gente osada y brillante, han sabido aprender de la historia de los demás fascismos y de la de sus adversarios, el liberalismo burgués y el comunismo. Dado el incalculable valor de esas experiencias previas, los conspiranoicos llegan a imaginarse que todos esos regímenes fueron financiados por el mismo Sión —mientras su propio fascismo hibernaba esperando su tiempo— como si se hubiera tratado de sesudos ensayos de laboratorio. Pero no es así: Sión se limita a sacar tajada de todo, pues se siente el amo en sus colonias.

El sionismo es un fascismo que no pretende salvar el mundo, sino dar el poder absoluto a los que considera auténticos seres humanos, un 4 por mil de la población del planeta, sobre el resto, meros sirvientes, animales con forma humana. Por lo tanto, en vez de encuadrar a la población del mundo hacia el bien común, aprovecha el caos, el terror, la guerra, la muerte y la miseria como herramientas en apoyo de su agenda, del mismo modo que los otros fascismos instigaban las riñas tribales para imponerse en sus colonias.

El sionismo es un fascismo que no necesita destruir la democracia inorgánica de partidos en sus colonias, sino que utiliza su innata corrupción en favor de sus intereses. Decide lo que deben legislar sus parlamentos corrompiendo a las cúpulas de los partidos que se alternan en el poder con su mismo dinero, que fabrica y administra el lobby judío. Y cuando se resisten a sus pretensiones, no duda en organizar un atentado de falsa bandera que sirva como detonante para instar a la acción, imitando el incendio del Reichstag de 1933, pero a lo grande, en directo en la televisión, con Hollywood asesorando la parte ficcionada del espectáculo.

El sionismo es un fascismo que utiliza la propaganda mediática global, pues controla la casi totalidad de los medios occidentales, prensa, radio y televisión, y la máquina de los sueños que es Hollywood. Sólo así es posible mantener vivo el mito del Holocausto, su talón de Aquiles —mito en el que adoctrinan también a sus jóvenes al llegar a la edad militar llevándolos de visita al parque temático de Auschwitz—, o el del 11-S, imposibles físicos ambos. El sionismo se la juega si cayera el mito holocáustico, pues es el símbolo que le permite pasar de verdugo a víctima impunemente y la razón por la que domina Europa; y por eso obliga a los parlamentos del mundo occidental a legislar contra la mera duda del mito, y prohibir su investigación histórica, lo nunca visto. No hay intelectual que resista esa apisonadora que todo lo aplasta, apoyada cuando falta hace por el linchamiento económico, moral y físico de sus opositores.

El sionismo es un fascismo que no se dirige a los instintos básicos de sus militantes, que son gente acomodada, sino a sus creencias, a su racismo innato, a su inteligencia y a su conveniencia. Pero ello no les resta fuerza moral para sentirse hombres individualmente superiores, imbatibles como colectivo, merced a su creencia de ser el pueblo elegido por designio divino. Sión cultiva, en cambio, los más primitivos instintos del populacho colonial planetario, al que esclaviza mientras lo empuja a la molicie, el hedonismo, la perversión moral y la miseria intelectual.

Pero la diferencia capital entre el sionismo y el resto de los fascismos que ha visto el mundo, la que hará que el fascismo sionista triunfe tarde o temprano, es que el sionismo es una forma del fascismo que no puede morir con su líder —Ben-Gurión, Dayan, Begin, Meir, Sharon, Netanyahu—. Porque el líder carismático del Sionismo se llama Jehová y no es mortal, sino un dios terrible, exigente y eterno.

MESS




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