REBAJAS

Cuenta la Confederación Española de Comercio, que, en las rebajas de este año -enero y febrero-, se ha facturado un 3% menos que el año pasado, a pesar de que se han vendido un 20% más de artículos. La explicación es obvia: todo cristo se esperó a las rebajas para comprar hasta lo imprescindible, y es que los españoles han pasado la Navidad tristes como mariquitas con almorranas. Hablando claro: se ha vendido más mercancía por mucho menos precio.

La lección que debieran de tomar los políticos de los comerciantes es evidente: hay que adaptarse rápidamente a los tiempos. Pero estos personajillos hijos de puta, políticos porque no sirven para nada mejor, no aprenden tan rápido, porque no se juegan sus propios cuartos, como los fabricantes y los comerciantes, sino los de los españoles, que, como dijo aquella ministra abusadora y manilarga, Carmen Calvo, “no es de nadie”. ¡Menuda zorra!

Y mientras los fabricantes bajan los sueldos de sus empleados, los costos fijos y variables y también los beneficios, porque les va en ello la supervivencia, los políticos vascos, que tienen menos reflejos que el
papel secante, discuten si el Lehendakari debe ser Ibarretxe o Lopetegi, es decir, si la mafia que distribuirá la savia del Árbol de Guernica será la nacionalista o la socialista. No tienen vergüenza. Y mientras el uno dice que se siente legitimado para ser Lehendakari, a pesar de tener menos respaldo que un columpio, el otro agita el sonajero de ETA, coaccionando al personal.

Y mientras miles de empresas cierran definitivamente, y ponen en la calle a cuatro nuevos parados por minuto, los políticos ni se plantean cerrar el chiringuito autonómico, caro como una prostituta de lujo y superfluo como un timbre en un panteón, e incrementan sus presupuestos y gastan sin tasa en absurdidades como el doblaje de películas al catalán o la creación de una ruinosa nueva red de cines para exhibir tales doblajes; o, el colmo de la vanidad y la estupidez, en el establecimiento de embajadas de Cataluña en el extranjero.

Pues bien: igual que en la guerra de las marcas de prestigio contra las marcas blancas de las grandes cadenas de supermercados decidirá al final el cliente, con el empleo racional de su dinero, y ganará la opción más eficaz, en el caso de los políticos, ciegos depredadores de lo ajeno, seremos los ciudadanos los que, al final decidiremos. Igual que habrán de ceder al fin las marcas de leche, pongamos por caso, que tratan de vender a 1,10 € lo que las marcas blancas venden a 0,55 €, arguyendo que tienen que pagar los sobrecostos publicitarios, la implementación de nuevos productos y el marchamo de lujo, igual se arruinará el régimen autonómico, que trata de duplicar las competencias y el funcionariado, y malgastarse el 60% del PIB que producimos los españoles, cuando debiera gastar, con eficacia, rigor y moderación, sólo el 30%.

El método para conseguir la suspensión de las insoportables autonomías -tanto más, cuanto que, tan cerca del ciudadano, sus abusos se hacen aún más insoportables- es el mismo: no comprar lo caro, sino lo asequible. No parece que los españoles nos demos cuenta de que la mala compra de lo caro la hacemos, en esta partitocracia asquerosa, el día en que votamos en el ámbito autonómico. Ese momento, el de echar el puto papelito, lleno de nombres desconocidos, en la urna, es como dar la tarjeta de crédito a la cajera del supermercado. Y luego, al poco, llega el cargo a la cuenta corriente, que es el momento de pagar impuestos sobre el IRPF o sobre Beneficios de Sociedades. Pero entonces nos aprietan esos descerebrados aplicándonos baremos caducos, como si siguiéramos en el mejor de los tiempos, sin tomar en cuenta que, a lo peor, éste es el último dinero que vamos a ganar en mucho tiempo.

MALDITO HIJO DE PERRA