La situación económica española es gravísima. Maquillada por funcionarios sin escrúpulos, que contribuyen así a la campaña electoral socialista —y a su propio medro y currículo sectario—, aparenta una solidez en la que ya nadie confía. Todos los diagnósticos serios —tras el pinchazo, no ya de la burbuja inmobiliaria, previsto, esperado y ya descontado; sino de la financiera, que es muchísimo más grave— avisan de un incremento del paro que se situará en cotas no vistas en muchos años, probablemente, muy próximas al 20%. El efecto que ese brutal paro tendrá en la retroalimentación de la crisis será la recesión (es decir: crecimientos del PIB negativos), probablemente unida a cierta inflación absurda, por extemporánea, de incalculables consecuencias.
España será mucho más débil ante la crisis financiera mundial que otras naciones europeas que han pasado los últimos diez años con crecimientos del IPC del 2%, muy inferiores al nuestro. Pero, precisamente por ello, países cuyas empresas —y particulares— están mucho menos endeudadas que las nuestras. La causa del dislate español ha sido justamente nuestra incontrolable inflación real, que ha situado, a ojos de todos los españoles, el precio real del dinero en valor negativo: cuanto más se endeudaba un individuo o una empresa, más dinero ganaba. Se han invertido miles de millones de euros a crédito en la compra de acciones. Si esas acciones rentaban al 15% y se pagaba sólo el 4% por el dinero tomado para pagarlas, el negocio era impresionante. Los problemas han llegado cuando ese precio del dinero ha subido y, lo que es mucho peor, cuando las masas ingentes de dinero barato de los fondos de pensiones alemanes se han retirado de la especulación inmobiliaria. La consecuente caída de los valores bursátiles, que no indican más que una más realista valoración de los activos inmobiliarios de las empresas, ha acabado por arrastrar a los bancos prestatarios de ese dinero especulativo.
La crisis se inició en EEUU con la impudicia de las titulizaciones de las hipotecas basura. Luego, le han seguido las aseguradoras de esas operaciones, las aciagas monolines; finalmente, la crisis ha llegado a la Banca internacional, tenedora de esos títulos o revendedora de los mismos a sus clientes. Dicen que Solbes previó la crisis hace ya un año. No me extraña. Los datos eran claros. Pero entonces, ¿por qué no ha tomado medidas gubernamentales para que empresas y particulares dejaran de endeudarse hasta límites imposibles de reconducir?
La morosidad se ha doblado en un año y está subiendo exponencialmente. Hay muchísimas constructoras que, a base de no pagar a sus proveedores, esperan y aguantan hasta el día 10 de marzo con la esperanza de que el Gobierno asista al sector con alguna de las milagrosas medidas de Rodríguez Zapatero. Pero hay algo peor: Ya hay varias cajas de ahorros, intervenidas por el Banco de España, en práctica situación de suspensión de pagos. Y, entretanto, a los españoles se nos empuja a disfrutar de la fiesta democrática de las Elecciones Generales. Mientras los españoles voten, todo va bien. Significa que están dispuestos a pagar la factura de la orgía completa.
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