Mientras los partidos nacionales hacen cábalas sobre a cuál de ellos achicará votos el nuevo partido UPD, su Presidenta, Rosa Díez, ha precisado las intenciones de la formación al declarar que pretende poder investir al Presidente —Rodríguez ZP o Rajoy—, en lugar de los nacionalistas; por lo que si los recalcitrantes abstencionistas españoles no acudimos a las urnas el 9 de marzo, estaremos rompiendo España. Después de dejar tan claro el problema, asombra que intente solucionarlo de un modo tan poco interesante. Se limita a adherir a UPD al constitucionalismo, aunque promete "examinar la posibilidad de algunos cambios". Es decir, pide y promete lo que todos los demás partidos siempre han pedido y prometido: que confiemos en ellos, que son buena gente y que no nos defraudarán.
Sin embargo, UPD no puede esperar el voto de los abstencionistas, a los que nos ha costado mucho convencernos de que nuestra actitud es la única honorable y eficaz. No buscamos un partido diferente al que votar, como ella pretende que busquemos, sino otro sistema electoral en otro régimen político. Queremos elegir directamente al Presidente, jefe del Ejecutivo, en vez de que lo hagan por nosotros los diputados electos en listas de nepotes. Queremos independencia de poderes, que es cosa fácil de lograr, aunque en esta Monarquía de Partidos —Reino de la confusión— parezca algo sumamente embrollado.
Si lo que Rosa Díez desea es acabar con los independentismos violentos o excluyentes—aparte de volver a la vida política desde el cementerio que es el Parlamento Europeo al que, por díscola, la condenó el PSOE—, la solución no es la eclosión de otro partido bisagra. Así, lo único que cambiará UPD —¡es que no cabe otra cosa!— habrá de ser cargos por investidura (exactamente igual que todos los demás partidos fieles al “Espíritu de la Transición”, que se asemeja al “Espíritu Santo” en que ambos iluminan apóstoles, forjan dogmas y producen mucho dinero). No insista, pues, Rosa Díez, pidiéndonos el voto a los abstencionistas: Los españoles que aspiramos a la libertad política sabemos lo que queremos y confiamos en nuestro criterio más que en el de ningún partido político, por muy promisorio de paraísos que se nos aparezca.
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