LEGÚMINOS SUBALTERNOS Y MAMPORREROS DIALÉCTICOS

I.

Los defensores de la República Constitucional aceptamos como ineludibles los ataques y provocaciones de los fieles de la Monarquía Garbancera Federispana. Por suerte para nosotros, el Régimen se eterniza en el poder encumbrando sistemáticamente a los idiotas, que son diestros en liturgias, pero no en argumentaciones. El Régimen no necesita intelectos, sino sumisiones masivas y cooperadores incondicionales: políticos, catedráticos, escritores distinguidos, filósofos celebrados, periodistas. Todos ellos constituyen la clase subalterna de legúminos mamporreros de la dialéctica.

El mamporrero dialéctico suele arremeter lanudamente con arengas y falsos silogismos de escuela de partido. Y perora con calma sus sandeces: “Si nadie lo ha hecho nunca, es que no es posible”, o “Los doctores del Régimen saben lo que hacen”, o “No puede ser cierto lo que dice, y me parece usted un soberbio”. Pero luego, ante la evidencia de nuestra verdad indómita que no se humilla ante nadie, sufre arrebatos de ira porque teme no ser buen servidor de sus dueños.

II.

El Régimen prefiere las ideas partidistas y provincianas a las universales.

Los legúminos más listos se guiñan el ojo porque saben que la mediocridad de las ideas asegura su tajada en el festín de la Monarquía Garbancera Federispana; saben que el Poder seguirá llenando sus bolsillos mientras no cuestionen su perennidad.

Pero los legúminos menos ingeniosos tienen que hacer ostentación de su respaldo al Régimen. Y ladran al hombre libre, mientras se aseguran de que el Poder oye sus ladridos. Ganan el hueso de hoy y ven el mañana menos incierto. Y mientras roen el hueso, se afilan el diente.

III.

Para la legúmina subclase mamporrera, la política diaria es, ante todo, tropilla que mandar; así que prosperan la mayor parte como funcionarios de oposiciones amañadas por los sindicatos; muchos son sicarios de partido, y, en ese caso, medran como directores y jefes de departamento o de pomposos negociados.

Como sus vidas son sus dignidades, veneran la representatividad de lo inexistente, los símbolos de los símbolos. Por eso ensalzan a un Jefe de Estado unificador de la nadidad. Corrompidos por el monarquismo constitucional apañado, no se miran en otras repúblicas, sino en otros reinos y se sienten oportunamente replicados.

Su más preciado bien es la imperturbabilidad. Así es que consideran la ruptura democrática incertidumbre peor que la separación conyugal, y afirman que los españoles decidieron el hecho monárquico, sin saber que el Poder crea el suceso y el Pueblo aquiesce ante lo inevitable. Por eso ven lícitos resultados de referenda propios de dictaduras, como los de la Ley de Reforma Política o el de la Constitución.

Estos estómagos agradecidos sólo piden tiempo por delante para medrar, mientras pierden pelo y se les abomba la barriga. Por eso sólo salen de su sopor gástrico y muerden cuando ven que alguien intenta poner en marcha el reloj de la Historia.


(ATENCIÓN: Buena parte de estos mamporreros dialécticos, conservadores de privilegios, educan a nuestros hijos; les instruyen en Historia, Filosofía o Educación para la Ciudadanía. Breguemos con ahínco para ponerle remedio. Quizás sea ésta la mejor razón para cambiar las cosas.)

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