Ante el mercadeo postelectoral, los españoles, asqueados hasta el vómito ante la macabra danza de pactos y repartos, esperamos pacientes y descorazonados el despedazamiento de la patria en la que hemos nacido. Parece que nada podamos hacer. Pero sí hay algo muy importante: debemos mirar el espectáculo con el ánimo de aprender y de recordar quién es quién y qué es lo que hace. Y no preocuparnos en demasía por el resultado del febril trabajo de tijeras y guadañas de la partitocracia en el poder.
España no es un proyecto, sino una realidad. Puede que triste, pero incontestable. Aparentemente, como toda otra realidad, podría ser destruida. Pero ello sólo sería posible mediante una clase de fuerza violenta infinitamente más potente que la de los egoístas y pusilánimes nacionalismos periféricos. La realidad no puede inventarse más que coyunturalmente: como en todas las obras de teatro, con una duración de la suspensión de la incredulidad limitada a un plazo corto. Pero el invento no se sostendrá sin el aporte de una energía inmensa e impagable que, en estos momentos, es el esfuerzo impositivo de los españoles, literalmente asfixiados por los impuestos y por las desigualdades sociales.
Sostener los nacionalismos es como pretender que toda España permaneciese en el aire, colgada de un aerostato, para siempre. Pero vencer la fuerza de la gravedad de forma permanente para un peso tan inmenso (que es el de la realidad) tiene un costo económico inabordable. La burbuja de la España de las naciones federadas que sostiene el proyecto (que éste sí lo es) de la España federal, se pinchará ante la primera crisis económica (por ejemplo, ésta que tenemos ya encima(*); y el federalismo en vuelo caerá con la inexorabilidad y pesantez de una piedra.
Cuando eso suceda, los nacionalismos de derechas y las esquerras republicanas todas, las batasunas y los bloques varios que conforman los comunismos arborescentes, huirán despavoridos, como siempre han hecho en semejantes circunstancias. "Si te he visto, no me acuerdo, España". Y lo harán llevándose lo único que les interesa: el dinero, que es el fin último de toda actividad mercantil.
MESS,
(*) Y lo dice en junio del 2007.
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