LOS PROGRES ADMIRAN A ETA

La progresía española tiene su zócalo ideológico anclado en el comunismo revolucionario. Claro está que vive muy bien hoy en día, que tiene propiedades, disfruta de vacaciones familiares y ostenta cargos en la Administración. Pero jamás admitirá todo ese oprobioso aburguesamiento.

En el fondo, sigue doble-pensando al estilo orwelliano: cree aún, aunque ya no son unos jovencitos hormonados, que las organizaciones ETA y FRAP fueron dos organizaciones adelantadas del nuevo movimiento revolucionario. Y que la primera todavía continúa en la brecha, convertida en la vanguardia del proletariado revolucionario vasco. Todo ello compatible con el sentimiento de ser unos verdaderos demócratas.

Es esa misma progresía que, en 1986, en la sede del PSC de la calle Nicaragua, aplaudió espontáneamente cuando los medios de comunicación anunciaron el asesinato de Ricardo Sáez de Ynestrillas, ametrallado por ETA (¡qué indignidad, en plena “democracia”!). Fue un aplauso muy sentido que proclamaba, simplemente, que todo vale contra el fascismo.

Después, con esta pseudo-democracia en la que sobrevivimos ya consolidada, la progresía ha seguido identificando el fascismo con la derecha, y el terrorismo no ha perdido su pátina romántica. Por esa razón, los progres sólo condenan el terrorismo cuando no tienen más remedio: cuando les asesinan a algún militante emblemático, como Lluch; cuando el crimen alcanza la magnitud del perpetrado en Hipercor; o cuando la opinión pública les obliga a hacerlo (aunque a veces llamen accidente —revelador lapsus-linguae— a un macro-atentado que siega dos vidas y hace escombros todo el aparcamiento de una terminal aérea, hecho que causa la estupefacción del mundo civilizado entero).

¿Por qué los progres apoyan ahora la liberación encubierta del vil asesino De Juana Chaos? Pues, simplemente, porque es una postura que expresa el enfrentamiento absoluto con la derecha española. Compelida por este afán confrontador, a la progresía no le achica el tildar a las víctimas del terrorismo de fascistas, si les parece conveniente (eso es “pecata minuta” para su snobismo tan revolucionario).

La progresía —esto es importante— es personalmente muy apocada y cobarde. Todo su extremismo es puramente intelectual, de salón o de librito rojo. Y por eso siente una evidente admiración por los revolucionarios violentos (Castro o Stalin —Ceaucescu no, porque no queda fashion un líder fusilado entre diarreas), y sufre un enfermizo complejo de inferioridad ante la exhibición de la violencia vasca que le hace babear ante lo bestial de sus acciones.

Esta inferioridad es especialmente evidente en los patéticos esfuerzos que ha hecho el independentismo catalán para homologarse con el vasco. A finales del siglo XIX el nacionalismo catalán buscaba aliados en Vasconia, pero fue indignamente despreciado por Sabino de Arana, quien les contestó:

“Fraternidad de raza no la hay entre esos españoles (los catalanes) y nosotros, como no seamos también hermanos de los coreanos. Pero tampoco somos hermanos de desgracia, porque la desgracia de los catalanes y la nuestra no se parecen en lo más mínimo. Los catalanes perdieron las leyes privativas de su región; nosotros hemos perdido nuestra nacionalidad e independencia absoluta. Equiparar nuestro derecho a constituir nación aparte, con el suyo, sería rebajar el nuestro. Nunca discutiremos si las regiones españolas como Cataluña tienen o no derecho al regionalismo que defienden; porque nos preocupan muy poco, nada por mejor decir, los asuntos internos de España”.

Este tipo de proclamaciones, reveladoras y acomplejantes, son ocultadas sistemáticamente debajo de la alfombra del nacionalismo catalán por los que escriben la “Nueva Historia”, falsificadores para los que Cataluña siempre ha sido una nación, y para los que 1714 es el año en el que perdieron una guerra entre naciones, en lugar de ser el de la claudicación de una ciudad (Barcelona) que, al igual que otras muchas de España, había decidido apoyar como Rey de España, su Patria común, única e indiscutida, al Archiduque Carlos, en vez de al rey Felipe V.

Volviendo a los progres: Hipnotizados como gallinas ante una raya en el suelo por la violencia de ETA y sus cachorros del terrorismo callejero , el influjo de dos compulsiones les empuja a la claudicación: primero, la admiración por aquellos que hacen lo que ellos no tienen agallas para hacer; y, segundo, una cobardía intrínseca que les impide enfrentarse a cualquier violencia. Y para disfrazar hasta no reconocer su síndrome de rendición, tienen que implicarse emocionalmente con los asesinos revolucionarios apoyando cualquier medida que los favorezca. Y que los acomode en el único lugar que les permite no sentirse unas sabandijas ellos mismos: en el pedestal de los héroes.

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