ESPAÑA HA MUERTO

Cataluña es un lugar de residencia inhóspito para cualquier español con dignidad. Aquí no se puede vivir con decoro, con libertad, con igualdad de oportunidades. Aquí, el que no se declara catalán y abraza la nueva fe nacionalista está socialmente descartado, no medra, no hace negocios, no obtiene cargos decentes. No queda más remedio que asumirlo. La solución última evidente —haciendo caso de las invectivas de los independentistas, de los violentos, de los excluyentes, de los que en el Camp Nou exhiben pancartas que rezan cosas como: “Catalonia is not Spain”— es volverse a España. Pero cuando, al fin, se toma tan dolorosa decisión, se descubre que España ya no existe.

¿Qué queda de España? ¿Qué es ahora? No, desde luego, el País Vasco o el Valenciano, o Galicia. ¿Quizá lo es Extremadura? ¿O Andalucía? ¿O Castilla-León? ¿O Cantabria? Los políticos de todas esas antiguas regiones españolas (y de las demás autonomías que no he mencionado, hasta un total de 17) siguen ya o quieren copiar el modelo estatutario catalán, insolidario y anti-español. Y disputan entre sí por el reparto de los impuestos o blindan el agua de “sus” ríos. ¡Qué poca Historia saben! ¡Y qué poca Geografía, especialmente Política! Ignoran que España es también, entre otras mil razones, una nación porque geográficamente ha sido desde siempre un ámbito autónomo separado del resto de Europa por una barrera física (y existe Portugal porque el Estado prefirió abortar la rebelión catalana antes que la lusa. Si no fuera por eso, todos sus ríos desembocarían en sus mares —a excepción del Garona, que nace en el Aneto y atraviesa el Valle de Arán, zona en conflicto permanente, incluso hoy, con Cataluña). Esa unidad geográfica no puede fraccionarse impunemente, sin producir innúmeros conflictos económicos, físicos y prácticos.

Los políticos son y actúan así de irreflexivamente, no importa el partido al que pertenezcan: no sólo los partidos nacionalistas son culpables. También, o aún más, lo son el federalizante PSOE y sus satélites; y el PP, esclavo de los curas y de las familias oligárquicas económicas. Ambos partidos “nacionales” (¡qué vergüenza, confundir el sentimiento con el mero ámbito de rapiña!) venden como generosa democracia lo que sólo es una miserable y tacaña oligarquía de los partidos. En consecuencia, en España mandan los polancos, los roucos, los botines. Al arrimo de los diversos Presupuestos del Estado en fractura, medran y roban miles de políticos y de empresas “estratégicas”. El monto de toda esta ignominia, de este inmenso fraude y de todo este descomunal deshonor, lo pagará el pueblo llano, trabajador, estúpido y fraguadamente incultísimo.

Nos han dejado sin patria los carrillos, los suárez, los felipes, los areilzas: Todos esos políticos (hijos de puta) que llevaron a término la Transición, —(¡que el reyezuelo, como su ancestro, diga aquí, si quiere: “...Y yo el primero”!). Y sus relevos actuaron después como lo hacen los brokers: descubrieron que la “empresa España” les valía más troceada que entera, y se apresuraron a desvalijarla. Los políticos se afanan ahora en una carrera para blindar sus prebendas antes de que el pueblo pueda apercibirse de la estafa, y les retire definitivamente su confianza. La bochornosa abstención en los referenda de las sucesivas reformas estatutarias evidencia que, perezosamente, está empezando a despertar de su opiáceo y ególatra sueño. Cuando acabe de hacerlo, será demasiado tarde.

España ha fallecido por extenuación. Descanse en paz. Quinientos años de historia no han podido con la laminadora propaganda de los medios, ni con las negras acciones de quienes anunciaban “Montesquieu ha muerto”; o “Las esencias de la democracia son la tolerancia y el consenso”; o “La política necesita de la complicidad de la ciudadanía” (en efecto, los grandes delitos precisan de muchos cómplices). Eran los negros augurios de quienes, ya entonces, despreciaron al pueblo, lo han estafado luego, y han logrado esclavizarlo haciéndolo compinche, invitándole, por ejemplo, a despreciar a los inmigrantes de otras regiones o “participar” del negocio de la especulación inmobiliaria.

El único sitio donde, acaso, se pueda aún ser español, sea fuera de España, en el “vasto extranjero”. Quizá el mejor continente para ser español sea Sudamérica (ahí he visto a catalanes y vascos exigiendo —a veces, implorando—, como nacionales españoles, servicios o protección de nuestras embajadas). Ya no queda ninguna otra solución que no sea emigrar, exiliarse voluntariamente; y escupir nuestro desprecio a todos los políticos. Y también a toda la caterva de españoles que, como si nada hubiera cambiado desde la muerte del miserable dictador, toleran vivir sin Democracia y sin Patria. Son todos basura. Tal para cual. Se merecen unos a otros.

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