La política de retroceso democrático de los partidos progresistas, de negociación con los independentistas y de perdón a ETA, es un misterio para mí. Puede que se sientan culpables de gales y torturas —no lo sé—, y que se trate de una negociación entre criminales de la misma calaña. Puede que consideren que los policías, y hasta los políticos de sus propios partidos, asesinados por ETA, merecieran la muerte. En fin, que no entiendo ni podré saber nunca en qué creen, o cuánto discurren, o cómo se autojustifican, personajes como Zapatero para rendir el armadísimo Estado Español a cuatro pistolas automáticas y unos kilos de goma-2.
Pero sí sé una cosa: que ETA asesinó además a gente inocente —valga como ejemplo el atentado de Hipercor. Y como esos inocentes pertenecían al Pueblo Español, que es el mío, me siento afectado e implicado, y facultado para representarlos. Y me creo con el derecho a no perdonar a un independentismo vasco cuyo brazo armado, ETA, nos ha diezmado durante décadas. Tampoco perdonaré a Zapatero el que consume su traición a mis hermanos muertos.
Pero, cosas de la partitocracia, lo único que puedo hacer es exigirle, pedirle o mendigarle a Zapatero que aborte ese indecoroso “proceso de paz”. Y él lo que hará es obviarme; o catalogarme como derechón o fascista, a pesar de que contribuí con mi irreflexivo, indignado y circunstancialmente desinformado voto, a llevarlo al poder. Si en España tuviéramos una Democracia verdadera, podría ir a exigírselo al diputado de mi circunscripción electoral, advirtiéndole de que, en caso de que se decidiera a respaldar a Zapatero, no contaría con mi voto nunca más. Y de que, además, propondría una moción de censura contra él por incumplimiento electoral.
Pero en España no hay Democracia real, sino una monarquía partitocrática, cuyos afanes de adquirir legitimidad para seguir teniendo autoridad la llevan a la feudalización y a la destrucción del Estado que recibió el Rey (y luego, los corifeos de los partidos, en ignominioso testamento) del dictador Franco. Y quizá sea éste el nudo que desentrañe el misterio de una negociación irreparable, humillante y desproporcionada: el Patio de Monipodio de la legitimación mutua de asesinos, ladrones e impostores.
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