LA LIBERTAD DE ACTUAR EN POLÍTICA

Mientras la estafa de los Cebrián, Marías, Muñoz-Molina, Almudena Grandes y demás cuspidáneos, algunos de cuyos orondos culos ocupan los sillones de la Real Academia Española, no acabe por destruir el idioma español o castellano, el Diccionario de ésta sigue siendo la fuente originaria de definición de los conceptos. Y ahí comprobamos que la libertad de obrar posibilita el hacer algo, el trabajar en ello: ejecutarlo o construirlo; mientras que la libertad de actuar es algo más: es, habiendo entendido, penetrado y asimilado la verdad, tener la facultad de poner en acción recursos para producir un efecto específico sobre las cosas o las personas.

El Régimen español canaliza la libertad de actuar a través de la política, pero los poderes fácticos han restringido ese derecho a aquello que controlan, sobornan y coaccionan desde el Estado: los partidos y los sindicatos. La creencia generalizada de que, si algunos no están de acuerdo con la política actual, lo que tienen que hacer es crear un partido nuevo que propugne sus soluciones es el paradigma del secuestro, por parte del Poder, de la libertad de actuar a la sociedad civil. La intervención sobre el modelo democrático para tomar la libertad de actuar es imposible desde ahí, dentro del torbellino programático de soluciones para cada problema social.

Precisamente ése ha sido el error de Ciudadanos en Cataluña, de los autoerigidos representantes de esa parte de la sociedad civil excluida por el nacionalismo: que ha asumido el Régimen, según el modelo de la Transición, con tal de poder actuar. Y, tras crearse el nuevo partido, se están encargando ahora el resto de los existentes, circunstantes del pastel presupuestario, de clasificarlo, denostarlo y hundirlo. Eso es lo que todos los partidos catalanes (desde ERC hasta el PP) están haciendo con Ciudadanos: fascistizarlo mediáticamente.

Estoy convencido de que Ciudadanos jamás debió convertirse en partido, ni presentarse a las elecciones, sino que debiera haberse erigido en un ético movimiento ciudadano, cuyo dedo acusador permitiera la denuncia de todo aquello en lo que, precisamente, ahora participará: la mentira del Régimen ademocrático, el reparto del poder, de los sueldos y de las cuotas de subvención del Estado a los partidos. Los políticos —todos los trabajadores— se deben a quien les paga el sueldo. Por lo tanto, Ciudadanos jamás denunciará que el poder político catalán (igual que el del Estado Español) no está configurado como una verdadera Democracia. Ciudadanos, aún peor, ha contribuido a que se encauzara un río que se desbordaba: que la masa de indignados ante los estragos nacionalistas volviera al canalizado curso de la falsificación democrática.

Y por si a alguien se le ocurre pensar que también yo le tiro al cuello a los pobres Ciudadanos, diré que no: que a pesar de su error estratégico y táctico, siempre estaré con los marginados por el repugnante nacionalismo catalán, actúen como actúen. Aunque sé —me consta— que si ese hipotético Movimiento Cívico Ciudadano hubiera actuado pidiendo razonadamente la abstención en las elecciones autonómicas catalanas con la misma fuerza y vehemencia con la que ha exigido figurar en el Parlament, la representación política de Cataluña estaría hoy en quiebra, por falta de fiadores para esta otra gran estafa, mucho peor que la de los bestsellerados por el poder mediático postcultural.

0 COMENTARIOS:

Artículos anteriores

Clásicos más leídos de todos los tiempos