ARTUR MAS, EL NENE LLORÓN






¡Qué infantil paradoja! Artur Mas anda por los medios lloriqueando como un niño, y sacando a sus huestes a la calle a expresar despechos y destetes porque, a pesar de haber ganado las elecciones, no gobernará en Cataluña.

Deshagamos el malentendido: Mas no ha ganado las elecciones; si acaso, lo habrá hecho CiU. Porque estas últimas no eran unas elecciones presidenciales, sino legislativas: el pueblo catalán, ha votados listas cerradas propuestas por los partidos políticos. La inferencia de que el cabeza de cada lista es el candidato a la presidencia es incorrecta: tal y como está la ley, el Parlament podría decidir el 21 de noviembre que el futuro President fuera Albert Rivera, de Ciutadans (es improbable, pero no imposible ni ilegal). El segundo punto es que CiU ha ganado las elecciones por una mayoría insuficiente para llevar a su candidato a la presidencia. Por eso será Montilla el que forme gobierno.

Artur Mas debiera reconocer (mejor, públicamente) que la Ley Electoral catalana es la asignatura pendiente de Cataluña, y lo ha sido durante los 23 años en el poder de CiU, los 3 de Tripartit y, probablemente, lo seguirá siendo para siempre. Porque la solución ha estado al alcance de la mano de todos, y nadie la ha defendido: Gobernar no es cosa del Parlament, sino del President de la Generalitat. Si es así, ¿por qué escoge al Prsident el Parlament, y no, directamente, el pueblo de Cataluña? Si así hubiera sido (qué oportunidad perdida, el nuevo y clónico Estatut), probablemente Artur Mas sería President y formaría el Govern sin tener que darle cuentas al Parlament, cuya única función sería redactar y aprobar leyes (por cierto: dado que el Parlament estaría dominado por las “esquerres”, serían leyes progresistas, si es que eso tiene aún sentido).

Gobernaría, por tanto, Mas; y ninguno de sus rivales podría quejarse, porque habría ganado las elecciones. Tras una primera vuelta con todos los candidatos, los dos más votados habrían sido Mas y Montilla. Y en una segunda, obviamente, los votantes de ERC, ante la disyuntiva Mas-Montilla, habrían optado por el primero, demostrando que, siendo, como son ambos, conceptos hueros, antes catalanes que progresistas; y los del PP, también: antes conservadores que españoles.

Este Estatut, que consagra la partitocracia a la española ( que es la alemana), fue pactado por todas las fuerzas del Parlament (con la excepción del PP en algunos asuntos): ninguna de ellas puso en duda el organigrama del poder. Ha sido un Estatut redactado para —es lo de siempre— apartar al Pueblo de la responsabilidad de la decisión: procurar que siga limitándose a votar profilácticas listas en cuyos primeros lugares están los de siempre: negociadores, transaccionadores, establecedores de cuotas (cuántas consejerías, cuántas comisiones, cuántos cargos, cuántos jueces). ¡Qué pingüe profesión!

Así es que, señor Mas, no sea hipócrita, descreído y falsario, y aguante lo que se le viene encima: cuatro años (serán cuatro, esta vez) de caos, de labor de mina y desecación de las redes de corrupción de su partido, que acabará (7 años son demasiados) por no ser tenido en cuenta como vehículo para la consecución de negocios turbios con la Administración. En ese aspecto, fundamental, imprescindible, para la incompetente clase financiero-empresarial catalana, CiU va a ser sustituida por el PSC y, algo menos, por ERC y IC-V. Y quedará demostrada una cosa: que lo que sostiene a un partido en el poder no es la ideología política (¡qué tontería!) ni el patriotismo (¡qué anacronismo!), sino la exhibición de unas impresionantes tetas ubérrimas con las que amamantar a la clase explotadora catalana, eterna lactante que se niega a crecer.

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