Se sufre mucho cuando se alcanza cierta lucidez. Acabo de comprobarlo viendo al impostor Santiago Carrillo vomitando mentiras -hasta apoyando al Rey-, hablando de la Ley de la Memoria Histórica. El ex-eurocomunista Carrillo, flanqueado por Jiménez Villarejo y entrevistado por la muy catalana señora Terribas, ha soltado incongruencias como la siguiente: “Si hemos anulado todas las leyes del franquismo, ¿por qué no anular los resultados de todos los juicios, incluso sumarísimos, del dictador?” Al poco, se veía obligado a mentir, respondiendo a la pregunta-dardo de la Terribas: “Y por qué no lo exigieron durante la Transición?”, con un impúdico: “Para evitar que la Derecha se radicalizase en el extremismo”.
La lucidez no te deja ser cándido y feliz, te indigna (le gritas al aparato de televisión) y te hace desear haber estado allí para sacarles los colores a ambos próceres de la impostura con un simple razonamiento: “Señor Carrillo: Nunca podremos anular los juicios ni las sentencias franquistas de forma colectiva porque, al no romper usted y sus transaccionales compinches con el Régimen entonces, validaron y avalaron con sus partidos todos los actos jurídicos anteriores. Porque esos actos estuvieron basados en unas leyes que fueron ustedes mismos reformando una por una, después. Luego ustedes, personalmente, admitieron que esas sentencias fueron legales. Ustedes son, por lo tanto, los traidores a los millares de víctimas y mártires del franquismo. Al mismo tiempo que avalaban las sentencias de garrote vil a asesinos y a inocentes, otros crímenes en defensa de la democrática legalidad republicana, como el genocidio de Paracuellos del Jarama, quedarían impunes para siempre. Por otra parte, lo honorable y lo español, señores Carrillo y Villarejo, era, en vez de perpetrar la Transición, haberse jugado la vida entonces, si falta hubiera hecho, para llegar a una ruptura con el Régimen: acorralarlo en las calles; aprovechar la euforia y las infinitas ansias populares de justicia para haber restituido la Democracia con una III República. Sólo así, Don Santiago, se podían haber anulado todas las sentencias del régimen criminal. Así es que, siga usted viviendo opíparamente como el excomunista monárquico que es, y deje sobre nuestros cráneos el poco pelo que nos queda.”
¡Cómo se sufre, cojones!
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