Una de las consecuencias de la ausencia de Democracia, de la falta de separación de Poderes, es la corrupción de la Administración, que forma parte del Gobierno y es Poder Ejecutivo. Todo funcionario se debe al Estado Partitocrático que le paga su sueldo (muchísimas veces hasta debe su cargo a algún partido concreto), y no al ciudadano que sufraga el Gasto Público. En todo conflicto entre la ciudadanía y la Administración, el funcionario toma partido por ésta, y hasta se ha hecho necesaria la creación de figuras como el Defensor del Ciudadano (que es también otro funcionario designado por los partidos, como colofón de la ilimitada capacidad de aberración del poder) para evitar atropellos excesivos.
La corrupción administrativa es patente a todos los niveles: desde los juzgados en los que se traspapelan a conveniencia de justiciables de lujo documentos y también expedientes enteros, hasta los fraudulentos trasiegos de adjudicaciones de obras y servicios de ayuntamientos, gobiernos autónomos y la propia Administración del Estado. Pero el peligro se hace especialmente grave en la función policial, por lo sensible de su labor, que es procurarle seguridad al Pueblo. En lugar de eso, amparados en la impunidad que les proporciona la corrupción generalizada, hordas de policías se dedican a participar y lucrarse en toda clase de delitos: prostitución, tráfico de estupefacientes o juego. Aún peor: cuando la Policía es permeabilizada por el Poder Único, y, en lugar de a la Ley, se esfuerza en servir los intereses de un partido político, hasta actos terroristas son encubiertos y aun cometidos en su beneficio: los policías implicados en la trama del GAL, con 26 muertos a sus espaldas, son el paradigma de esos peligrosos funcionarios que, recordémoslo, van armados en nuestro nombre.
Por lo tanto, las dudas de la ciudadanía sobre las actuaciones policiales en el 11-M están justificadas por las experiencias anteriores, y también porque el evidente beneficiario del atentado es el mismo partido que encubrió a muchos de esos funcionarios que, aún hoy en sus cargos o hasta ascendidos por ocultos méritos, están implicados como policías de servicio en el peor crimen terrorista de la historia española. Dudar, aquí y ahora, no es un síntoma de paranoia como dice el prestidigitador Rubalcaba , sino un imprescindible acto de lucidez colectiva.
MessageInOut, "Ciutadans Lliures"
(Autorizada su reproducción íntegra)
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