Cuando un gas, formado por incontables moléculas, es confinado y se somete a un aumento de temperatura, aumenta su presión. Y si el confinamiento es cerrado, de volumen constante, ésta puede alcanzar un valor crítico que haga estallar el recipiente. Pero si, hábilmente, alguien ha preparado el confinamiento como un sistema de cilindro y pistón, al modo de una máquina de vapor, puede obtener trabajo útil para el propietario de la máquina. No para el gas.
No necesito decir que en esta metáfora termodinámica el mecanismo de vaivén del que hablo es la alternancia en el poder del bipartidismo vigente, máquina imperfecta y de bajísimo rendimiento, pero de alta rentabilidad, si ese rendimiento se reparte entre los pocos que poseen la máquina.
Afortunadamente, los humanos no somos moléculas de gas y no tenemos, por tanto, que comportarnos como tales, agitándonos al azar y empujando contra todas las paredes del recipiente que nos contiene. Podemos organizarnos. Si, dentro de esa máquina extractora, las moléculas decidieran dejar de empujar a la pared que es la cabeza del pistón, la máquina se detendría para estupefacción de sus propietarios.
Lo que Antonio García-Trevijano -y con él, el MCRC todo- propone es que el gas no empuje al pistón, sino que utilice toda su energía en apretar contra las paredes del cilindro hasta hacerlo estallar. El procedimiento básico para dejar de empujar al pistón parásito es no votar, aunque eso, por el momento, sólo signifique una merma del rendimiento de la máquina. Ésta sólo se detendría, con esta única estrategia, cuando el número de votantes fuera tal que estableciera el equilibrio con el rozamiento de la máquina.
Creo que hacer estallar el recipiente necesitará de otras estrategias adicionales, más drásticas que la abstención activa. Al diseño de éstas últimas, cuando llegue el momento, aportaré todas mis fuerzas.
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