ZAPATERO Y LA CONSTITUCIÓN

Existe en estos tiempos, a consecuencia de la errabunda política de Zapatero, una vuelta de muchos pensadores y asiduos de tertulia a los firmes valores y a la alteza de miras de la Constitución de 1978. Yo no creo que la gestación de la Constitución se hiciera desde el altruismo, la magnanimidad; menos aún, desde el heroísmo, la abnegación o la filantropía. Y que mal asunto debió de ser la Constitución cuando se la juzga por algunos de sus efectos, más que por sus contenidos formales. Uno de ellos es ése de que la Constitución ha dado lugar a uno de los períodos más largos de paz y prosperidad en la Historia de la sociedad española. Poco democrático efecto, porque también las dictaduras de Primo de Rivera o de Franco fueron épocas de prosperidad y paz para todos los españoles, y nadie las justifica o ensalza, aún cuando la segunda de ellas duró bastante más de los treinta años que ha sobrevivido la Constitución del 78, que ya hiede en su mortaja.

El segundo asunto importante es: “¿Por qué toca demoler la Constitución del 78 ahora? ¿Por qué le toca hacerlo a Zapatero?” Para intuir la respuesta a esto hay que ver la Constitución desde otro de esos puntos vista autojustificatorios de sus redactores: eso de que se trató de un acto de reconciliación social entre vencedores y vencidos de la Guerra Civil --total mentira--, o de algún modo de perdón para los fascistas, una especie de Ley de punto final. La Transición entera, Constitución incluída, fue asumida por el Pueblo Español coaccionado bajo la amenaza de un más que improbable golpe de estado o de una crisis económica que podría hundirlo en el caos y en la ruina. La Izquierda auténtica, desde luego, no asumió la Transición más que como algo provisional, por razón de que la URRS gozaba entonces de una aparente lozanía, fruto del maquillaje, que le permitía albergar esperanzas de venganza y de reposición en el poder en el futuro. Y la exfranquista Derecha Nacional Española (entre la que incluyo a su perro faldero, el PSOE) se puso en manos de las derechas nacionalistas periféricas en detrimento electoral de la única Izquierda real de entonces, el PCE.

Coincido con Alfons T, “Atole”, en que el germen del federalismo estaba ya en la Constitución de 1978, y digo, además, que el Estado de las Autonomías no fue algo impremeditado o un colateral efecto del intento benéfico de desactivar las pretensiones separatistas de Cataluña o el País Vasco. Nadie en su sano juicio puede creerlo. Ningún médico alivia los temores de un enfermo de cáncer proponiéndole: “Para que no tenga usted cuidado de su cáncer le voy a inocular unos cuantos virus y bacterias que pueden ser también letales”. Porque, en efecto, los redactores de la Constitución decidieron en 1978 que España moriría, no del cáncer periférico del separatismo catalán y vasco, sino de su metástasis, que es el federalismo.

Volvamos al porqué de algo que nos trae de cabeza en la actualidad, y es que el presidente Zapatero se comporta como un revolucionario: se cree legitimado para vulnerar la Ley cuando no le conviene lo que dicta, para mentir cuanto le parece apropiado, para negociar con terroristas y extremistas de la izquierda periférica, formar Gobierno con sus apoyos, desenterrar el guerra-civilismo y todos los muertos de las fosas comunes; y, en fin, para todo aquello que irrite y saque de sus casillas a la derecha. Porque, en realidad, ésa es su única política: el enfrentamiento encarnizado con la Derecha Nacional Española, a la que hace culpable de todo lo malo que le ha sucedido a España en el pasado, le sucede hoy o vaya a sucederle en el futuro. Por eso pacta tranquilamente en el Tinell a través de su muñón, el PSC, y en vascongadas con HB; y paraliza todas las leyes del PP, igual le da si se trata de una Ley de enseñanza o de un trasvase de fluidos interregional; y promueve otras nuevas lo más hirientes posible para la derecha católica y bienpensante, esa que cree que las leyes de Dios son imperturbables y eternas, inmutables: ley de aborto libre, de la eutanasia, o la ley del sexo cambiante, o la que legitima a los maricones y bolleras a acudir con ramos de azahar a juzgados y ayuntamientos, o la ley de enseñanzas anti-católicas. Todo vale con tal de exacerbar a la Derecha, de sacarla de sus casillas y de ponerla agresiva. Zapatero está activando, para ello también, todos los rencores y revanchismos aletargados de las diversas izquierdas españolas. Zapatero busca el enfrentamiento hasta las manos, si ello le es posible.

Los motivos de Zapatero son --es mi opinión-- personales, más que de partido. Y no me refiero a esa martingala que cuenta, de los recuerdos de su abuelo fusilado por Franco, por supuesto que no, sino a que Zapatero busca alguna coherencia, algún hilo lógico, alguna razón en el destino que justifique su fortuita presencia en la Moncloa y el atajo elegido. No se trata de un destino como ese de las religiones orientales como el budismo o el taoísmo, que consideran que nada queda al azar, que todas las existencias están supeditadas a los caprichos que vienen dictaminados por unos seres superiores, sino de un destino histórico, como desean todos los estadistas, los Führers y los hombres providenciales. Zapatero está forjándose a toda prisa un currículo de revolucionario paradigmático de primer orden --castrista, chavista o lulista-- antes de que, inevitablemente, suceda lo que se está esperando, que es que acabe por averiguarse toda la verdad sobre lo sucedido el 11-M, esa masacre que le proyectó a la Moncloa por la misma onda expansiva que voló por el aire ciento cincuenta toneladas de carne humana, hecha hamburguesas, la mayor parte. El día en que todo se sepa, ese día --y más aún, los que le seguirán-- necesitará Zapatero (y lo sabe), fingiéndose el gran revolucionario que pretende su ideado retrato, el día en que no tenga más remedio que encararse con los españoles, poder decirles: “El 11-M no fue más que un paso necesario y providencial en el camino de la Revolución y del Progreso. El fin justificó los medios”. Y atribuir al fatal Destino su suerte, y dar sentido, así, a que todo el bronce de sus efigies sea fundido para forjar las rejas de su celda.

0 COMENTARIOS:

Artículos anteriores

Clásicos más leídos de todos los tiempos