En España no hay ahorro porque el interés real del dinero es negativo; y, además, es barato. Eso nos lleva a gastar y a endeudarnos. Es algo lógico, casi irremediable, pero con desastrosas consecuencias.
La noticia aparecida ayer en la prensa es de muy mal agüero: la inflación declarada por el Gobierno, del 4,2% (4,6% en Cataluña) de enero 2005 a enero 2006, 2,2 puntos por encima de la media europea, augura tiempos de crisis. No es sólo el petróleo el culpable: la prueba es el diferencial de inflación con Europa, sometida al mismo precio del crudo.
La inflación se trasladará a costes de inmediato. La consecuencia fatal es que perderemos competitividad. Eso significará menos demanda externa; también implicará necesidades de producción menores. Conclusión: el ajuste vendrá vía paro.
El superávit relativo que el gobierno manifiesta aún viene, y cada vez más, vía IVA gracias al aumento de demanda externa, y es un beneficio presupuestario ficticio, porque implica una crisis de producción española catastrófica para su economía: significa que preferimos los productos extranjeros porque son mejores o más baratos; esto es, más competitivos.
A la crisis definida hasta aquí hay que añadirle otra vaticinada: España es uno de los países más envejecidos de Europa. El envejecimiento consume ya de 7 a 8 puntos del PIB. En 2012 entraríamos en déficit en las cuentas de la SS, a pesar de que pudiera continuar el crecimiento actual, que no continuará, porque no es posible por lo dicho más arriba.
Soluciones, las hay, claro. Pero el gobierno socialista no va a aplicarlas, porque su popularidad caería en barrena; aunque ya se ha visto Hacienda obligada a dar marcha atrás en la reforma de las pensiones. ¿Cuáles son esas soluciones?: El precio del dinero es intocable, porque no depende de nosotros, sino del BCE. La única solución al alcance del Gobierno sería proponer unos Presupuestos Generales con un superávit de 1,5 puntos, en vez de los expansivos propuestos, correctos según la Directiva Europea que permite hasta un 3% de déficit.
El ministro Solbes (no el resto del PSOE, que es ignaro en cuestiones de economía capitalista) sabe que el crecimiento no lo resuelve todo. Y sabe que el segundo semestre de 2006 será el primero con consecuencias negativas. El transporte se disparará en costes.
Los que sufragarán la crisis serán -como siempre en estos casos-: primero, los consumidores; después, los trabajadores; y al final, los hipotecados; por este orden (suelen ser las mismas personas, en general, aunque no en todos los casos). Luego el ciclo de perjudicados vuelve a empezar y se retroalimenta.
“Pero bueno”, se preguntará la gente, “¿es que no estamos en Europa?”. Y sí, estamos; pero Europa, aunque crece sólo al 2%, lo hace sobre unas bases firmes porque su precio del dinero –el mismo que el nuestro- es el adecuado para ello (y esa es, en realidad, la causa de que sea ese el precio del dinero, y no otra). El crecimiento español es aún bueno, pero depende de muchas cosas que van mal. Como consecuencia, ya van cuatro meses en que la generación de empleo es negativa. España sigue creciendo, en efecto, pero acomodada en el desequilibrio, con una economía que vive de una inercia que no hace sino ahondar los problemas futuros.
Ahora repetiré la clave del peligro acumulado en el pasado y la del desastre futuro (casi presente ya): un país no puede prosperar sólidamente basándose en un precio del dinero por debajo de la inflación. Y así llevamos muchos años. De ahí el crecimiento desbocado de los precios de la vivienda y del endeudamiento familiar español, casi suicida como nos lo advertía el profesor Gonzalo Bernardos en la Faculta de Ciencias Económicas y Empresariales, hace pocos años.
Los tipos de interés serán el detonante del cataclismo económico: en marzo crecerán otro cuartillo; a final de año, serán tres. En cuanto se note en las hipotecas, afectará al consumo interno; y el crecimiento se habrá acabado. Un decrecimiento acumulativo de nuestro PIB será la consecuencia. Y llegará el coco de recuperar la productividad perdida durante años sin un reflejo en la competitividad inmediata. Habrá que trabajar muy duro: todo lo que no se ha trabajado en quince años.
La crisis económica está servida. Echémonos a temblar, porque e resolverá a golpe de liberalismo cruel.
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