HUÉRFANOS DE ESTADO.

No es extraño que un nacionalista sea excluyente. Puede que esté en su ADN, que es como explica Pasqual Maragall algunas de esas características identitarias.

Lo perverso o inmoral es que el Estado haya abandonado a su suerte a tres millones de sus ciudadanos castellano-parlantes en Cataluña. Lo ignominioso es que, reiteradamente, nos haya vendido a ese nacionalismo excluyente en componendas de Estado a cambio de algunos años de gobernabilidad confortable: primero fue el pacto de CiU y UCD; luego, el de CiU y PSOE; más tarde, el de CiU y PP; y ahora el del Tripartito y PSOE. Es decir: siempre y todos.

Los castellano-parlantes que vivimos en Cataluña desde los años setenta -o antes- hemos pasado de la dictadura del Nacional-Sindicalismo a la del Nacional-Catalanismo sin solución de continuidad. Somos los únicos españoles, junto con los vascos, sin derechos de ciudadanía completos. Ni siquiera hemos llegado a saber nunca lo que son o significan, ni cuánto contentan o enorgullecen a los que sí los tienen.

No podemos esperar de los nacionalistas nada más que discriminación y odio. Pero sí debemos esperar otra cosa del Estado Español, que no puede odiarnos ni debiera permitir que se nos discrimine, porque pagamos impuestos como el resto de los españoles y lo sostenemos con nuestro esfuerzo. Y porque si España no nos ampara, no lo hará nadie más.

¿Tendremos que -por seguir siendo españoles- acabar por irnos de Cataluña, tal como los "maulets" más exaltados nos instan a hacer?

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