MANIFESTARSE ANTE LA ETA

Aunque estoy acostumbrado a recibir todo tipo de improperios e invectivas por mis modestos escritos, sé que éste me traerá las peores, a pesar de que no leeréis en él juegos de palabras equívocos. Pero eso no puede ni debe detenerme. La expresión de la verdad —o aquello que uno considera que lo es— tiene su costo. Y hay que asumirlo.

El 19 de junio, a las 9 de la mañana, el inspector
de Policía Eduardo Puelles García fue víctima de un horripilante atentado de la ETA, al estallar una bomba lapa situada muy próxima al depósito de gasolina de su vehículo, en Arrigorriaga, Vizcaya. No fue la explosión, sino el incendio posterior, lo que causó la muerte del policía, debida a las quemaduras, pues ardió hasta la calcinación. Rápidamente, el Lehendakari calificó a Puello como un buen policía (eso no debe dudarse) y un buen vasco (el inspector Puelles había nacido en Barakaldo hace 49 años).

Para este crítico, las declaraciones de las clases política y mediática, a consecuencia del atentado, son insostenibles. Ésta, por ejemplo: “Puelles ha sido asesinado por defender la libertad”. Falso. No ha sido asesinado por eso, sino por ser policía en activo en Euzkadi y por haber dejado algún resquicio aprovechable por la banda ETA en el protocolo de su seguridad personal; porque ETA mata siempre que encuentra ocasión propicia. O ésta otra: “La ETA sólo ha conseguido dejar una viuda y dos huéfanos, pero ninguna otra cosa”. Falso también: la ETA ha conseguido poner en duda la solidez de la seguridad del Estado y la fortaleza del pacto PP-PSOE para desplazar al PNV del poder: de hecho, nada parece haber cambiado. ¿Qué ha diferenciado el sentido pésame de Patxi a los deudos del policía del que hubiera cursado Ibarretxe? Nada más que el Lehendakari que pone cara de circunstancias.

El único cambio visible respecto al asesinato de Isaías Carrasco ha sido que Patxi no ha expulsado a Rajoy de la capilla ardiente del inspector Puelles, ni ha sido recibido al grito de: “¡Asesino!”. Nada más. Por eso las loas a Patxi López han sido la constante de todas las editoriales de los medios. ¿Por qué? Porque lo que intentan crear esos medios, sin éxito, es un falso ambiente de cambio en la gestión. Pero no lo consiguen: sigue sin evidenciarse más cambio que el hacia quién o quiénes se desvia el dinero público.

La duda feroz que yo planteo es la siguiente: ¿Debe la sociedad manifestarse “contra la ETA”? ¿Acaso las personas decentes tienen que demostrar su bonhomía manifestando en las calles su rechazo a la violencia? ¿Acaso los que no asistieron están a favor del asesinato? ¿Y qué significado tiene la manifestación? ¿Qué pinta un Presidente de Gobierno autonómico, la Vicepresidenta de la Vega, o cualquiera de los demás miembros del Poder Ejecutivo, Legislativo o Judicial —qué pinta el Estado—, en una manifestación? Y, lo que es sustancial, toda manifestación es contra algo y ante alguien. De hecho, por definición, toda manifestación es ante un poder y para exigir —en las calles, como último recurso— un cambio de actitud de éste respecto de algún asunto. Incluso las multitudinarias manifestaciones, aquellas exhibiciones de fuerza, de autoafirmación y de adhesión inquebrantable al Caudillo en la Plaza de Oriente, a las que acostumbraba el régimen franquista, eran escenificaciones ante el poder de los gobiernos occidentales para exigirles su no injerencia en los asuntos internos del régimen del tirano.

¿A quiénes se dirigen las 25.000 personas (según la Policía Municipal) que se han manifestado en Bilbao? ¿A la ETA? ¡¿Manifestarse ante la ETA para que deje de matar?! Eso sería reconocerle tanto más poder cuantos más manifestantes acudieran a la convocatoria; darle una importancia que, por otra parte, se le niega cuando se declara, desde el Ministerio del Interior, que "ETA está acabada, dando sus últimas boqueadas". No. La manifestación no se hace ante la ETA, sino ante el propio pueblo español. Ése sí que tiene el poder bastante como para justificar una manifestación ante él. Sí, pero entonces ¿cuál es el ultimátum que se le manda desde las calles? ¿Qué se le exige?

Para este articulista, las manifestación política de socialistas y populares, después del atentado de la ETA, no es sino expresión de la impotencia del nuevo régimen españolista vasco que, necesitado de adhesiones, lanza su meditada pública exigencia para afirmarse en el poder y advertir a los españoles de que nada va a cambiar jamás. Si pudiera revisarse la lista de asistentes a tal acontecimiento, podría comprobarse que, aparte de la viuda, los huérfanos y demás feudos, de los compañeros de la Policía y de unos cuantos ciudadanos bienintencionados, el resto de los asistentes —la inmensa mayoría— son miembros de los mismos partidos políticos responsables subsidiarios de los atentados, que tratan de disimular su incompetencia, o incluso su negligencia, en la gestión de la seguridad ciudadana. El mensaje es evidente: "¡Someteos, cerrad filas con el poder, aunque éste sea mediocre y rastrero, porque no habrá cambio! ¡No nos moverán! ¡Todo el que exija alteraciones en nuestro consenso partitocrático trastorna el orden público y será considerado un terrorista en potencia, como cualquiera de los etarras! Mirad hipnóticamente esta manifestación ¡y no le prestéis atención al hecho de que, en una verdadera democracia, un atentado como éste no podría suceder jamás!"

Y ahora, permitidme que levante la guardia, aunque sepa que acabaré más chato que la última lenteja del saco.

MALDITO HIJO DE PERRA


NOTA ODIOSA: Existe una hipótesis aún peor... Supongamos que, como se comenta en los medios, ETA estuviera infiltrada por la Policía (o por la Inteligencia del Estado). En ese caso, el Ministro de Interior (o la Ministra de Defensa, de la que depende el CNI) habrían sabido con antelación que se iba a producir el atentado. De hecho, era algo cuya factibilidad venía comentándose en los medios en estos días pasados.

En ese caso, podemos incluso imaginar que Rubalcaba habría sabido quién iba a ser la víctima, y habría tenido que plantearse la disyuntiva: o salvar la vida del inspector Puelles a costa de descubrir a uno de sus agentes infiltrados en ETA; o dejarlo morir y mantener a su infiltrado activo hasta una mejor ocasión. Para cualquiera, con dos dedos de frente, resulta una consecuencia obvia. Y, siguiendo con nuestra hipótesis, Rubalcaba, con la frialdad y competencia que le caracterizan, habría optado por lo segundo. Eso sí que justificaría la necesidad de una gran manifestación, que “proclamara y demostrase la indignación" absoluta del Gobierno ante el horrible atentado.