—Dicen que se ha ido, pero volverá.
—Madre, que la guerra no está para andar por esos caminos, con ochenta ya.
—Si no voy contigo, marcharé detrás.
—Madre; siete lobos fui anoche a matar; perseguí sus sombras y tiré el puñal; que eran siete obuses sobre el olivar. Voy a ver que hicieron; déjame ir allá.
—Si no voy contigo, marcharé detrás.
—Madre: tengo frío, toso y nada más; y aunque tú me arropas, manos de rosal, ojos de mi cuello, pecho de torcaz, tú tampoco puedes calentarme ya. Madre: estoy enfermo, voy a un hospital.
—Si no voy contigo, marcharé detrás.
—Madre: ¡Adiós España! Los traidores ya vienen como los lobos y huye el recental. Sobre las palomas vuela el gavilán; torres sin cigüeñas, niños sin hogar. ¡Ay cuántas desgracias trajo un rabadán hasta el Pirineo, desde Gibraltar! Un dolor errante y otro dolor más; solos en la senda sin poder andar. ¡Solos! Como España, toda en soledad. Tú, tan viejecita; yo, como el que más, tiritando vamos, siempre más allá, sin tener abrigo, sin que tengas pan, bajo los obuses de la adversidad.
—Si no voy contigo, marcharé detrás.
—¡Ay tierras de Francia! Qué amargas están, sin que a Don Quijote, sol del ideal, venga a recibirlo vuestro Bergerac. Yo voy a la arena y al viento. Tu irás, madre del Cachorro, pena sin sangrar, entre arena y viento sobre el huracán a donde te lleven, luna de mi paz, lancha sin remeros y ola sin el mar.
—Si no voy contigo, marcharé detrás.
—Madre, ¡que me ahoga tanta soledad, que era ayer llanura y hoy es espinar! Ya no tengo frío, no me arropes ya, cepa de mis viñas, manos del rosal, miel entre romero y agua por San Juan. Siento que no siento, miro sin ver ya. Novia de Sevilla, torre sin cantar, sin mis soledades, ¿dónde quedarás? Por tierras de Francia, odio y vendaval, reina que descalza sobre el cardo va.
—No te apures, hijo, pena de cristal. Si no voy contigo, marcharé detrás.
Fosa sin entierro, muerto sin hogar, crimen sin justicia, lágrima racial, sol que no ha querido monstruos alumbrar y, antes que en mazmorras, muere en libertad, dos soldados negros —noche en Senegal— entre cuatro pobres tablas sin pintar, peregrino eterno de la soledad, al mejor poeta llevan a enterrar. ¿Dónde está Roxana? ¿Dónde el capitán de la noble espada y el airón lunar? Francia sin poetas como España está; sotas de villanos manchan el solar y un París de lepra baila su cancán. Cae aquí de bruces, se levanta allá, triste y rezagada por el arenal, sólo va una madre trémula y tenaz, lámpara y cenizas con el funeral; los nublados ojos, lágrimas la faz, fijos en la caja que va lejos ya.
—No te apenes, hijo; vuelvo a caminar. Si no voy contigo, marcharé detrás,
A las pocas horas, sobre el arenal de la Francia —cardo y odio montaraz—, cuando ya no hay leños con que calentar, ni una tierra amiga con flor del pan y a una soledades va otra soledad, se murió la anciana, mínima y tenaz; y aún en su delirio dice al expirar, cepa que sin armas los racimos da:
—Aunque no me digas manos de rosal; y aunque no haga falta que te arrope ya, como no hay caminos —rosa o pedernal— para andarlos juntos, lirio de San Juan, donde tú descansas quiero descansar. ¿No te lo decía, pecho de coral y alma que no supo nunca sola andar? Sombra de tu sombra, luna de tu erial, adonde tu vayas siempre irá mi afán. ¡Si no voy contigo, marcharé detrás!
Alfonso Camín
—Madre, que la guerra no está para andar por esos caminos, con ochenta ya.
—Si no voy contigo, marcharé detrás.
—Madre; siete lobos fui anoche a matar; perseguí sus sombras y tiré el puñal; que eran siete obuses sobre el olivar. Voy a ver que hicieron; déjame ir allá.
—Si no voy contigo, marcharé detrás.
—Madre: tengo frío, toso y nada más; y aunque tú me arropas, manos de rosal, ojos de mi cuello, pecho de torcaz, tú tampoco puedes calentarme ya. Madre: estoy enfermo, voy a un hospital.
—Si no voy contigo, marcharé detrás.
—Madre: ¡Adiós España! Los traidores ya vienen como los lobos y huye el recental. Sobre las palomas vuela el gavilán; torres sin cigüeñas, niños sin hogar. ¡Ay cuántas desgracias trajo un rabadán hasta el Pirineo, desde Gibraltar! Un dolor errante y otro dolor más; solos en la senda sin poder andar. ¡Solos! Como España, toda en soledad. Tú, tan viejecita; yo, como el que más, tiritando vamos, siempre más allá, sin tener abrigo, sin que tengas pan, bajo los obuses de la adversidad.
—Si no voy contigo, marcharé detrás.
—¡Ay tierras de Francia! Qué amargas están, sin que a Don Quijote, sol del ideal, venga a recibirlo vuestro Bergerac. Yo voy a la arena y al viento. Tu irás, madre del Cachorro, pena sin sangrar, entre arena y viento sobre el huracán a donde te lleven, luna de mi paz, lancha sin remeros y ola sin el mar.
—Si no voy contigo, marcharé detrás.
—Madre, ¡que me ahoga tanta soledad, que era ayer llanura y hoy es espinar! Ya no tengo frío, no me arropes ya, cepa de mis viñas, manos del rosal, miel entre romero y agua por San Juan. Siento que no siento, miro sin ver ya. Novia de Sevilla, torre sin cantar, sin mis soledades, ¿dónde quedarás? Por tierras de Francia, odio y vendaval, reina que descalza sobre el cardo va.
—No te apures, hijo, pena de cristal. Si no voy contigo, marcharé detrás.
Fosa sin entierro, muerto sin hogar, crimen sin justicia, lágrima racial, sol que no ha querido monstruos alumbrar y, antes que en mazmorras, muere en libertad, dos soldados negros —noche en Senegal— entre cuatro pobres tablas sin pintar, peregrino eterno de la soledad, al mejor poeta llevan a enterrar. ¿Dónde está Roxana? ¿Dónde el capitán de la noble espada y el airón lunar? Francia sin poetas como España está; sotas de villanos manchan el solar y un París de lepra baila su cancán. Cae aquí de bruces, se levanta allá, triste y rezagada por el arenal, sólo va una madre trémula y tenaz, lámpara y cenizas con el funeral; los nublados ojos, lágrimas la faz, fijos en la caja que va lejos ya.
—No te apenes, hijo; vuelvo a caminar. Si no voy contigo, marcharé detrás,
A las pocas horas, sobre el arenal de la Francia —cardo y odio montaraz—, cuando ya no hay leños con que calentar, ni una tierra amiga con flor del pan y a una soledades va otra soledad, se murió la anciana, mínima y tenaz; y aún en su delirio dice al expirar, cepa que sin armas los racimos da:
—Aunque no me digas manos de rosal; y aunque no haga falta que te arrope ya, como no hay caminos —rosa o pedernal— para andarlos juntos, lirio de San Juan, donde tú descansas quiero descansar. ¿No te lo decía, pecho de coral y alma que no supo nunca sola andar? Sombra de tu sombra, luna de tu erial, adonde tu vayas siempre irá mi afán. ¡Si no voy contigo, marcharé detrás!
Alfonso Camín
2 COMENTARIOS:
¡Un respeto por el poeta Camín, cojones! nQue tenéis la sensibilidad de un adoquín....
Que linda :,) vaha que es hermoza
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