CATALUÑA Y EL LENGUAJE DE LAS ARMAS

Albert Rivera, Presidente de Ciutadans de Catalunya, ha sido amenazado de muerte por una organización catalana autodenominada “Segadors de Catalunya”. El pasado jueves, su compañera sentimental abrió en su domicilio común un paquete que contenía la foto del bisoño político y, atravesándole la frente, una bala de pistola. El aviso era claro: Disponía de dos meses para dejar la política y salir del país; en caso contrario, moriría y sería enterrado en su tierra, que es Cataluña. Para la televisión pública catalana el hecho no ha sido noticia. Para la prensa catalana toda, tampoco. El resto de los dirigentes políticos catalanes considera que la acción de los separatistas no merece la más mínima repulsa. Ni un comentario.

El dirigente de ERC, Xavier Vendrell, ha justificado el incívico comportamiento de los terroristas de Terra Lliure porque sirvió para "despertar conciencias" ante las agresiones de los españolistas a Cataluña. Xavier Vendrell, Conseller de Governació en el anterior Tripartit, fue el responsable del envío de cartas de extorsión a trabajadores de la Generalitat, instando a financiar a ERC bajo amenaza de despido. El palmario delito no tuvo ninguna consecuencia penal ni administrativa.

Lamentablemente, Cataluña ha venido a parar a esto: el apagón mediático del oasis catalán es absoluto. Una "otra legalidad", surgida de las cloacas del imaginario Estat Català campea en las calles. Se trata de comportamientos típicos de las dictaduras. El que la oposición sea amenazada de muerte es pecata minuta. Exactamente lo que sucede, desde hace tanto, en el País Vasco.

¿Cómo es posible un comportamiento mediático y político dictatorial en una democracia con treinta años de solera? La causa es fácil de entender, si se parte de otro punto de vista: el Estado de las Autonomías se ha constituido como una partitocracia, no como una democracia. La oligarquía de partidos permite el establecimiento de acuerdos entre sus cúpulas que se revela, al final, como una dictadura ideológica. El Govern Nacional-Socialista controla la prensa escrita mediante su política de subvenciones y de amenazas. El cepo se cierra. Nadie escapa al control estatalista. Cataluña se revela como un gran campo de concentración donde todos los que no nos adhiramos a la causa nacionalista hemos de temer el ostracismo, la ruina personal o hasta a la muerte física.

Una respuesta cívica podría ser que todos los no nacionalistas que vivimos en Cataluña diéramos un paso al frente y nos solidarizáramos con el político amenazado. No es posible. No sólo a causa del miedo; hay una razón mucho más profunda: Dicha adhesión lo sería también a la Constitución Española, que es el paraguas ideológico de Ciutadans y del PP en Cataluña. Es decir: habría que alinearse con la una parte de la partitocracia españolista para combatir a la separatista. Cometer un fraude para enfrentarse a otro. Y, por ejemplo, habríamos de encolerizarnos ante la quema de las fotografías de los reyes, perpetrada en Gerona. Imposible todo ello para cualquier republicano decente.

Ciutadans cometió en su nacimiento el error de pretender combatir el nacionalismo catalán desde las posiciones ideológicas consagradas por la Transición. Y fue un error, porque la propia Constitución alienta los nacionalismos separatistas. Lo hace cuando establece el Estado de las Autonomías (que es una Monarquía Federal encubierta), el acaparamiento de la acción política por los partidos y el régimen electoral de concentración de todos los poderes del Estado en el Parlamento. El régimen juancarlista es una dictadura encubierta de la oligarquía económica, la fiel heredera del franquismo.

Rivera entró en un juego de cartas marcadas, de engaño a la ciudadanía vendiéndole un producto podrido. El remiendo para Rivera, que no la solución, será asumir el siguiente peldaño de su degradación personal: deberá vivir escoltado por guardaespaldas de los Mossos d’Esquadra. Desde luego, con quien no debe contar para salir del atolladero es con la ciudadanía decente. No entraremos en el juego de la crispación. Esperaremos, con la calma que nos proporciona el sabernos al margen de las urnas corruptas, el advenimiento pacífico de la República Constitucional.

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