VERDAD EN LAS PROFESIONES

Sólo existe una Verdad, que suele ser concisa y, a veces, dolorosa; y hasta cien maneras de contarla, que son cien verdades a medias, largas y prolijas; y aún miles de mentiras más para matizarla o encubrirla, que resultan interminables de oír. Pues la Verdad es como un molino de martillos, que tritura las farsas y las transforma en cascajo para cimentar otra sociedad sobre sus restos.

Cada profesión tiene una razón de ser, unos fundamentos que la sostienen y una verdad inherente. Lo que en el MCRC se ha desarrollado de un modo exhaustivo, pensado para el quehacer político (y la refinada elaboración de los mecanismos de su acción), debe extenderse a toda otra carrera profesional y función social.

Siempre asistí perplejo a mi propia dispersión intelectual: Si soy un profesional, ¿no debiera dedicarme exclusivamente a mi profesión? Sin embargo, la verdad de la política me concierne, y no porque desee ser político. La verdad del arte me importa, y no porque me considere un artista. La verdad literaria me interesa, y no porque quiera otra cosa que ser un buen lector y un buen critico de mis lecturas. Y es así porque necesito tener y formarme una opinión personal sobre todo lo que es relevante para ejercer con amplitud de miras mi profesión, y tomar en consideración todas las implicaciones económicas, políticas, estéticas y sociales que conlleva e implica. Y no quiero dar ni una sola licencia a la coacción o a la corrupción.

La mayor falta de pudor de un profesional es manifestar -y asumir las implicaciones que tiene- que trabaja sólo por dinero. El que piensa así ha equivocado su vocación o no la tiene. Aunque el más inmediato producto del trabajo sea el sostén personal y familiar, el motivo sólo es cierto hasta alcanzar el umbral de supervivencia digna. A partir de ese punto, acumular dinero “per se" es una impostura o una forma de prostitución como otra cualquiera. Igual da que ese profesional venda su culo en una esquina, o que, sólo por dinero, edifique un bodrio superfluo en medio de la ciudad.

A partir del umbral de supervivencia digna no hay justificación para hacer otra cosa que lo que te dicten tu conciencia y tu inteligencia, que deben ser la misma cosa, o es que has perdido la brújula que señala el norte de tu razón de existir. El dinero debe resultar -poco, mucho o muchísimo- una consecuencia de tu leal y honesta aportación profesional a la sociedad.

Por eso las clases económicamente desfavorecidas e intelectualmente desprotegidas nos necesitan. Porque ellos apenas alcanzan ese umbral de supervivencia sobre el que, sin recurrir al heroísmo, levantar el decoro personal. Y no pueden luchar por la dignidad de las actividades propias de sus empleos, porque apenas si pueden hacerlo por sus sueldos. Y por esa causa, la labor de cambiar esta sociedad hedonista e idólatra de lo superfluo, la misión de dinamitar esta democracia corrupta y de edificar la República Constitucional en su solar, es nuestra: tarea de los intelectuales, los artistas y los profesionales de toda España. Estamos moralmente obligados.

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