MIEDO AL PUEBLO

La política española se caracteriza, en todas y cada una de sus actuaciones, por un recurrente miedo al pueblo, a su opinión, a sus decisiones. Históricamente, ha sido siempre así: en las postrimerías del franquismo, durante la transición, y ese miedo aún perdura en la actualidad.

Hubo miedo al Pueblo durante la redacción de la Constitución: a sus posibles represalias en Cataluña y, sobre todo, en el País Vasco, hasta entonces Provincias Vascongadas, si no se les concedían las autonomías ficticiamente necesarias, según una inventada necesidad alentada por las burguesías catalana y vasca. Miedo al Pueblo expresado en la Ley Electoral, que primó a los nacionalismos periféricos burgueses en detrimento del comunismo y otras ideologías extremistas (incluso las minoritarias, y que deja a cualquier partido con un soporte popular menor del 3% —¡qué barbaridad!— fuera del Congreso). Miedo al Pueblo en la elección del sistema proporcional de listas cerradas, en lugar del representativo; en la unificación e identidad de los poderes Legislativo y Ejecutivo, tanto en el ámbito estatal, como en las autonomías.

No es para menos. Pregúntenle a la cúpula del PSOE por el desbarajuste que se produjo en su seno, y por lo mucho que costó reconducir la riada a la cloaca, a causa de la libre elección popular entre las bases en sus primarias Borrell—Almunia. Eso ningún político está dispuesto a que suceda nunca más.

Ahora, en lo que él considera seguramente una chacota, Artur Mas ha exigido una modificación en la Ley Electoral catalana que obligue a aceptar como President de la Generalitat (y como formador y responsable del Govern) al cabeza de la lista más votada. ¡Qué aberración, no proponer que sea el Pueblo, simplemente, el que concurra a las urnas para la elección expresa e independiente del President de la Generalitat! ¿Por qué no lo hace así? ¿Es Mas tan ignorante como aparece? No. No puede ser tan iletrado como para no saber que así se resolvería, además del problema que él plantea, otros cuantos miles más.

Lo que le pasa a Mas es que prefiere arrimar el ascua mediática a su coyuntural sardina, solicitando un absurdo, a echar a perder el fundamento de la máquina de hacer dinero de la corrupción, que es la identidad de Legislativo y Ejecutivo, y el pactismo para la elección del President, imprescindible para la óptima venta de los espurios servicios de la Administración al tejido financiero y al gran empresariado catalán.

¿Qué sería de la corrupción si no coincidieran en signo político el Govern y el del Parlament? La lógica indica que la idea de Mas habría de incluir que el President (y su ejecutivo al completo) pudiera ser depuesto, en caso de corrupción, por el Parlament, con llamada automática de ambos poderes a las urnas. Lo contrario sería un escandaloso carrusel de permanentes denuncias de los enemigos políticos sin consecuencias de ninguna clase. Pero, si ha de ser así, lo lógico es permitir que sea el Pueblo el que elija al President a dos vueltas, y se haga juez y responsable de sus actos al frente del Ejecutivo.

La causa de que no se reclame (ni se permita) la elección a dos vueltas del President de la Generalitat es el miedo de los políticos, dada su falta de carisma y su sinvergonzonería congénita, a que, caso de presentarse a la Presidencia alguien carismático y no afecto a los partidos, como, pongamos por caso, un Albert Boadella, fuera el Pueblo capaz de hacerlo ganador en unas elecciones limpias, tal como eligió al advenedizo Borrell frente al preferido por el aparato del PSOE, Almunia. Por esa causa, mejor es seguir con lo de siempre: todo para el Pueblo, pero sin el Pueblo. Aunque ello signifique evidenciar —admitir— que se le tiene un miedo cerval e incontrolable.

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