Ya veis que os lo advertimos: será una crisis profunda, generalizada y extenuante. Lo escribimos hasta caérsenos las uñas repiqueteando en las teclas. Y sólo recogimos rechazo de la inconsciencia autocomplaciente de los españoles. Preferisteis fiaros de Zapatero, que tarareaba mendaz que la Economía iba bien. ¿Concedéis, ya ahora, que el Presidente anduvo jugueteando a peluquero de los españoles? Pues no todos lo concedéis. Antes bien, algunos lo justificáis:
—Eso no son mentiras, porque nadie se las creía —decís—. Antes de las elecciones, claro, todo político miente, ya se sabe, porque tiene que aparentar optimista.
Pero entonces, españoles, si no os creéis esas mentiras, tampoco os creeréis otras, como esa de que el Rey es el fautor de la unidad de España. O esa de que nos salvó a todos los españoles del Golpe de Estado de 1981, el mismo golpe que encabezó el Secretario de su Casa Real —y su antiguo preceptor—, el General Armada. Tampoco os creeréis que el socialismo existe, y redistribuye la riqueza mediante un régimen impositivo justo. O eso de que los sindicalistas defienden los derechos de las clases trabajadoras, en vez de las poltronas que ocupan sus orondos culos. Ni os tragaréis que en España existe Democracia, en vez de lo que es, una partitocracia sin independencia de poderes, donde los españoles no elegimos nada más que entre listas de lamedores de la Ejecutivas de sus partidos; un régimen en el que el Jefe del Estado nos fue impuesto por el dedazo de un tirano.
¡Ah, no, claro! Que esa cancamusa aún fingís que os la creéis... Bueno, pues ¿no habrá sido así siempre, españoles? ¿Que en el fondo conocéis todas las falacias de la política y de la economía, pero que fingís no saberlas hasta que se desvelan evidentes y, sólo entonces, admitís que las conocíais desde siempre? No, claro. No todos vosotros sois así. Lo sé.
A este articulista lo han tildado de aguafiestas corrosivo por venir avisando, con casi dos años de antelación, datos en mano, del comienzo del Gran Desplome del Imperio del Ladrillo que inauguró el neo-conservador Aznar en 1996. Esos mismos que negaban tal crisis, esos que me expulsaban de foros y periódicos por contarlo, estaban, de hecho, engañando, intencionadamente o no, a dos millones de nuevos compradores de carísimos pisos (1); y dicen ahora que lo de la crisis inmobiliaria lo sabía todo quisque, que se veía venir, que no podía durar, con subidas de precios del 15% anual. ¿Estaban, entonces, los que lo sabían, estafando a sus compatriotas a conciencia, encubriendo el fraude que es este nuevo gran juego de la pirámide?
¿O es que me diréis que también lo sabían los estafados, los que ahora no pueden pagar sus hipotecas, los que pierden sus empleos para iniciarse en una esclavitud aún peor que la de estar endeudado de por vida por cobijarse bajo techo propio, que es la de que un banco les exprima para siempre a cambio de nada? ¿Es posible que ellos también lo supieran y se metieran en la encerrona a sabiendas? No. Ellos son las víctimas. Ellos, marmolillos, se fiaron del clima de bonanza sin fin apuntalado por una pléyade de infra-periodistas ganapanes sin vergüenza, amasanderos de las medias verdades por un jornal, de esos medios que financia la Banca para apalancar el Régimen. Ellos, los damnificados, son los que, confiando en la clase política —ésta, en realidad, conchabada con los trampistas—, están hoy en el desplumadero.
Compruebo, otra vez, que, en España, el mayor yerro no es desvelar la realidad, sino hacerlo con inconveniente anticipación. El extravío es tratar de impedir las consecuencias que traerán los amaños que se ocultan: en este caso, tratar de evitar una estafa generalizada, cosa común en este Reino de la Corrupción Ubicua. Ese es el asunto. El pueblo existe para ser estafado continua e impunemente por los de siempre: los banqueros y sus corifeos, los empresarios de las relumbronas familias capitalistas y los políticos rastreros. Y todos los que anticipamos el hecho, merced a nuestros conocimientos y pesquisas, debemos permanecer en silencio mientras consuman el pillaje; o si no, les figuraremos maníacos peligrosos, locos de atar.
—¿Por qué denuncian, si no, en vez de aprovecharse de lo que saben? —razonan esos delincuentes de cuello blanco— Nadie que pueda hincharse a ganar dinero dejará de hacerlo por no engañar a los demás. Nadie. A menos que esté como una cabra... ¡Vayan, pues, al manicomio el chiflado y a la ruina los engañados! ¡Y disfrutemos nosotros de nuestro dinero en libertad!
(1) Entre 2006 y 2007, con la burbuja a punto de estallar y con la Banca inyectando cantidades ingentes de dinero ficticio en el mercado inmobiliario, se vendieron 1.180.000 viviendas nuevas y 870.000 viviendas de segunda mano a los precios más altos jamás imaginados. El comportamiento de la Banca y del Estado en estos dos últimos años constituye, para las clases trabajadoras, un inexorable degolladero de hipotecas impagables; un auténtico crimen, máxime cuando la Banca pensaba cerrar el crédito a cal y canto, provocando la ruina de las promotoras y el despido en cadena de más de dos millones y medio de trabajadores durante 2008 y 2009. (Datos del Colegio Oficial de Registradores)
—Eso no son mentiras, porque nadie se las creía —decís—. Antes de las elecciones, claro, todo político miente, ya se sabe, porque tiene que aparentar optimista.
Pero entonces, españoles, si no os creéis esas mentiras, tampoco os creeréis otras, como esa de que el Rey es el fautor de la unidad de España. O esa de que nos salvó a todos los españoles del Golpe de Estado de 1981, el mismo golpe que encabezó el Secretario de su Casa Real —y su antiguo preceptor—, el General Armada. Tampoco os creeréis que el socialismo existe, y redistribuye la riqueza mediante un régimen impositivo justo. O eso de que los sindicalistas defienden los derechos de las clases trabajadoras, en vez de las poltronas que ocupan sus orondos culos. Ni os tragaréis que en España existe Democracia, en vez de lo que es, una partitocracia sin independencia de poderes, donde los españoles no elegimos nada más que entre listas de lamedores de la Ejecutivas de sus partidos; un régimen en el que el Jefe del Estado nos fue impuesto por el dedazo de un tirano.
¡Ah, no, claro! Que esa cancamusa aún fingís que os la creéis... Bueno, pues ¿no habrá sido así siempre, españoles? ¿Que en el fondo conocéis todas las falacias de la política y de la economía, pero que fingís no saberlas hasta que se desvelan evidentes y, sólo entonces, admitís que las conocíais desde siempre? No, claro. No todos vosotros sois así. Lo sé.
A este articulista lo han tildado de aguafiestas corrosivo por venir avisando, con casi dos años de antelación, datos en mano, del comienzo del Gran Desplome del Imperio del Ladrillo que inauguró el neo-conservador Aznar en 1996. Esos mismos que negaban tal crisis, esos que me expulsaban de foros y periódicos por contarlo, estaban, de hecho, engañando, intencionadamente o no, a dos millones de nuevos compradores de carísimos pisos (1); y dicen ahora que lo de la crisis inmobiliaria lo sabía todo quisque, que se veía venir, que no podía durar, con subidas de precios del 15% anual. ¿Estaban, entonces, los que lo sabían, estafando a sus compatriotas a conciencia, encubriendo el fraude que es este nuevo gran juego de la pirámide?
¿O es que me diréis que también lo sabían los estafados, los que ahora no pueden pagar sus hipotecas, los que pierden sus empleos para iniciarse en una esclavitud aún peor que la de estar endeudado de por vida por cobijarse bajo techo propio, que es la de que un banco les exprima para siempre a cambio de nada? ¿Es posible que ellos también lo supieran y se metieran en la encerrona a sabiendas? No. Ellos son las víctimas. Ellos, marmolillos, se fiaron del clima de bonanza sin fin apuntalado por una pléyade de infra-periodistas ganapanes sin vergüenza, amasanderos de las medias verdades por un jornal, de esos medios que financia la Banca para apalancar el Régimen. Ellos, los damnificados, son los que, confiando en la clase política —ésta, en realidad, conchabada con los trampistas—, están hoy en el desplumadero.
Compruebo, otra vez, que, en España, el mayor yerro no es desvelar la realidad, sino hacerlo con inconveniente anticipación. El extravío es tratar de impedir las consecuencias que traerán los amaños que se ocultan: en este caso, tratar de evitar una estafa generalizada, cosa común en este Reino de la Corrupción Ubicua. Ese es el asunto. El pueblo existe para ser estafado continua e impunemente por los de siempre: los banqueros y sus corifeos, los empresarios de las relumbronas familias capitalistas y los políticos rastreros. Y todos los que anticipamos el hecho, merced a nuestros conocimientos y pesquisas, debemos permanecer en silencio mientras consuman el pillaje; o si no, les figuraremos maníacos peligrosos, locos de atar.
—¿Por qué denuncian, si no, en vez de aprovecharse de lo que saben? —razonan esos delincuentes de cuello blanco— Nadie que pueda hincharse a ganar dinero dejará de hacerlo por no engañar a los demás. Nadie. A menos que esté como una cabra... ¡Vayan, pues, al manicomio el chiflado y a la ruina los engañados! ¡Y disfrutemos nosotros de nuestro dinero en libertad!
(1) Entre 2006 y 2007, con la burbuja a punto de estallar y con la Banca inyectando cantidades ingentes de dinero ficticio en el mercado inmobiliario, se vendieron 1.180.000 viviendas nuevas y 870.000 viviendas de segunda mano a los precios más altos jamás imaginados. El comportamiento de la Banca y del Estado en estos dos últimos años constituye, para las clases trabajadoras, un inexorable degolladero de hipotecas impagables; un auténtico crimen, máxime cuando la Banca pensaba cerrar el crédito a cal y canto, provocando la ruina de las promotoras y el despido en cadena de más de dos millones y medio de trabajadores durante 2008 y 2009. (Datos del Colegio Oficial de Registradores)
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