La imagen de Estados Unidos ha empeorado en estos últimos años de gobierno del neo-conservador Bush en la mayoría de los países del mundo. Era sabido ya, pero ahora está demostrado por un estudio del Centro de Investigación Pew publicado este jueves, realizado mediante 24.000 encuestas en 24 países. La Humanidad entera espera la victoria de Obama las próximas elecciones presidenciales de noviembre. Sólo eso podría cambiar la percepción de que EEUU es un estado que abusa de su fuerza y que impone sus imperialistas deseos en todo el planeta; un estado que, pretextando afanes terroristas o mercadeos de drogas, invade países para luego expoliar sus recursos naturales. Casi todos los encuestados consideran que EEUU es el estado económicamente más poderoso del mundo, aunque supere sus crisis —como la que ha enfrentado en los últimos meses— causando un impacto negativo en otras naciones. Curiosamente, los aliados de EEUU en el terreno militar y geo-estratégico —aquellos cuyo péndulo político los sitúa coyunturalmente a la derecha— no tienen mejor opinión de los norteamericanos, debido al arrastre hacia el abismo que han sufrido sus economías a causa del irresponsable comportamiento de la Banca americana, en el affair de las hipotecas sub-prime.
Pero es la imagen de Bush la que ha caído en popularidad hasta cotas inverosímiles, y, con ella —ligada a ella—, ha arrastrado la de EEUU. Aunque no la de los ciudadanos norteamericanos. Y eso me parece injusto. Los norteamericanos no son inocentes de todo aquello que perpetran sus marines a lo largo y ancho del globo terráqueo. No en vano Bush fue reelegido como Presidente en 2004 con 64 millones de votos. Y ello, a pesar de las serias dudas sobre si su actuación tras los ataques terroristas del 11 de Septiembre fue proporcionada, invadiendo Afganistán e Irak. Todo el mundo sabe que se trata de dos países estratégicos para el control de las principales reservas de crudo y gas de la Tierra, y que sólo eso fue lo que justificó todos los horrores de Guantánamo y los vuelos de la muerte.
Los norteamericanos son, en efecto, responsables de lo que hacen sus gobernantes electos, sus representantes. Y mucho más en EEUU, donde el impeachment —la deposición del Presidente— es posible, y ha sido llevada a cabo en tres ocasiones: con Bill Clinton (1998-1999), con Andrew Johnson (1868) —y ambos fueron absueltos—; y con Richard Nixon, quien interrumpió el proceso al dimitir de su cargo en 1974, tras la aprobación de su impeachment. Y no sólo por eso son responsables los ciudadanos norteamericanos, sino también porque es imposible que no sepan en su fuero interno que todas las barbaridades que Bush ha cometido en estos ocho años les han hecho vivir mejor, en la inopia de todo el hambre que en el mundo existe, mientras ellos alcanzaban la tasa de obesidad más alta jamás concebida —uno de cada cuatro americanos es obeso—, pronto primera causa de muerte en esa gran nación. Los americanos no pueden no ser conscientes de que sus cinturas se ensanchan exactamente al ritmo de su imperio global.
Pero es la imagen de Bush la que ha caído en popularidad hasta cotas inverosímiles, y, con ella —ligada a ella—, ha arrastrado la de EEUU. Aunque no la de los ciudadanos norteamericanos. Y eso me parece injusto. Los norteamericanos no son inocentes de todo aquello que perpetran sus marines a lo largo y ancho del globo terráqueo. No en vano Bush fue reelegido como Presidente en 2004 con 64 millones de votos. Y ello, a pesar de las serias dudas sobre si su actuación tras los ataques terroristas del 11 de Septiembre fue proporcionada, invadiendo Afganistán e Irak. Todo el mundo sabe que se trata de dos países estratégicos para el control de las principales reservas de crudo y gas de la Tierra, y que sólo eso fue lo que justificó todos los horrores de Guantánamo y los vuelos de la muerte.
Los norteamericanos son, en efecto, responsables de lo que hacen sus gobernantes electos, sus representantes. Y mucho más en EEUU, donde el impeachment —la deposición del Presidente— es posible, y ha sido llevada a cabo en tres ocasiones: con Bill Clinton (1998-1999), con Andrew Johnson (1868) —y ambos fueron absueltos—; y con Richard Nixon, quien interrumpió el proceso al dimitir de su cargo en 1974, tras la aprobación de su impeachment. Y no sólo por eso son responsables los ciudadanos norteamericanos, sino también porque es imposible que no sepan en su fuero interno que todas las barbaridades que Bush ha cometido en estos ocho años les han hecho vivir mejor, en la inopia de todo el hambre que en el mundo existe, mientras ellos alcanzaban la tasa de obesidad más alta jamás concebida —uno de cada cuatro americanos es obeso—, pronto primera causa de muerte en esa gran nación. Los americanos no pueden no ser conscientes de que sus cinturas se ensanchan exactamente al ritmo de su imperio global.
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