De la misma forma que hay santos del bien, los hay del mal. El choricillo que roba y mata es la caricatura anécdotica del mal, la auténtica maldad, perversa y total exige los mismos sacrificios que la bondad santificada. El gran tirano tiene sueños del artista y filósofo con vocación de santo, pero a diferencia de estos no tiene en contra a un público crítico que haya de convencer, sino a un auditorio acallado por el terror de su dictadura y un grupo de aduladores cercanos falsamente cegados por su falso carisma.
Germania, la que iba a ser la capital del III Reich una vez terminada la guerra en sustitución de Berlín, era obra de la mente de un tirano que se creía un santo devoto del arte y teórico político elegido por el destino para traer el Imperio de los Mil años. La exposición que estos días ha tenido lugar en Munich, muestra unas maquetas mastodónticas, una arquitectura monstruosa y ciclópea, mas allá de toda medida y proporción humanas, que Hitler construyó en su mente y el inescrúpuloso Albert Speer, su ministro de armamento, pasó al plano y de ahí a las maquetas en 3D que se muestran en esta exposición.
El arribismo trepa de gentuza como Speer (conocido también con el contradictorio y cínico apelativo del nazi bueno) hizo creer a Hitler, un diletante con una ignorancia grande sobre casi todo lo que tocó, que la gran cúpula del Hall, dos veces más alta, y 8 veces más voluminosa que la de San Pedro, se podría levantar como símbolo de su poder, cuando lo cierto era que las leyes físicas lo hacian imposible en la realidad. Un sarcástico guiño del destino que lo llevo también a fracasar en una guerra que no podía ganar. Las maquetas de Germania son la única arquitectura que quedó del Reich que iba a durar un milenio, testigos mudos del rídiculo dictador elevado asi mismo a la categoria de profeta delirante, santo varón del mal.
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