EL IMPUESTO DE PUTREFACCIÓN SISTÉMICA


Algunos ciudadanos honrados y lúcidos aspiramos a un régimen político que denominamos República Constitucional. Pero sabemos que antes tendremos que merecerlo; que habremos de lograr el aprecio ciudadano de la auténtica cualidad y valor del voto; y que eso nos obliga a la instrucción intensa y urgente de buena parte de la opinión pública hasta su comprensión clara de la noción de verdadera democracia.

No basta con peregrinar a las urnas cada tanto tiempo, dándose después a la acidia o a las vanas certidumbres, pues el voto cualifica al ciudadano como animal político rector de su destino. Mediante el voto, los atributos de todo hombre como regulador de la vida pública son comisionados en cada unidad de convivencia a un representante común; y los de guía, a un presidente de toda la nación (la intervención es inherente a la técnica judicial de los funcionarios administradores de la Ley, que la impartirán con la eficacia con la que otros funcionarios construirán ferrocarriles).

Lo descrito se llama independencia de poderes (regular, guiar e intervenir), y es irrenunciable, porque es el fundamento de la República Constitucional. Sabemos que el acontecimiento llegará sólo tras rendir gigantescos obstáculos que crearán nuestros oponentes, que son los enmucetados, los lucrados del poder y los inmovilistas. Para identificarlos basta conocer a quiénes aprovecha el régimen de la oligarquía de los partidos, aparte de a sus jefes y a la ristra de nepotes, enchufados, políticos enlistados, digitados ciegobedientes y otros aconvidos del festín del Reino de las Autonomías. Pues todos ellos son los beneficiarios de un soterrado Impuesto de Putrefacción Sistémica, del que todos los repúblicos abominamos.

Ese impuesto beneficia a los banqueros de vientres como duelas, a los grandes grupos mediáticos conformadores de la opinión pública, a las principales constructoras e inmobiliarias y a las grandes compañías multinacionales. Y damnifica a todas las demás empresas; a los profesionales y los trabajadores autónomos del tejido nacional industrial y de los servicios; a toda la ciudadanía productiva; al funcionariado honrado; y a todos los consumidores. Todos tenemos que producir más y comprarlo todo más caro para compensar ese sobrevenido impuesto.

El Impuesto de Putrefacción Sistémica opera del siguiente modo:

Supongamos que una entidad crediticia llamada, es un poner, La Caixa posee un gran paquete de acciones de una concesionaria de autopistas. Y que la concesión caduca en algunos tramos, por amortizada. Entonces, La Caixa entrega seis millones de euros al PSC, partido en el poder del Govern de la Generalitat de Catalunya (o se los condona, que es lo mismo), y éste le renueva la concesión de explotación de los tramos caducados por un dilatado plazo. Durante el mismo, los ciudadanos, por el uso de un bien que ya debiera ser gratuito por público, seguiremos pagando hasta cumplir varios centenares de veces el valor de la dádiva. Como añadidura, el Ministro de Industria, a la sazón también del PSC, apoyará hasta la prevaricación una tacaña OPA a Endesa desde Gas Natural, empresa también participada por La Caixa. Aunque esta última operación no resulta al final, sí provoca una guerra entre empresas europeas que acaba costando una subida de la factura de la luz del 20%. El monto engrosará el soterrado Impuesto de Putrefacción Sistémica. Si ejemplos los hay a cientos, casos habrá a cientos de miles.

En cuanto a población humana, el Impuesto de Putrefacción Sistémica perjudica todos los españoles y beneficia sólo a los pocos que poseen el capital suficiente para corromper a lo selecto de la clase política. Sabemos que todos ellos, putrefactores y corruptos, nos atacarán despiadadamente cuando vean peligrar sus poltronas y sus beneficios blindados. Su fuego de artillería no tendrá misericordia, porque ¡es tanta la riqueza que se juegan! Tanta como deshonor arrastramos los españoles por soportar ese parasitismo desde hace treinta años. Así que sólo nos queda asirnos fuertemente al mástil de la verdad, clavar en él las uñas hasta las lúnulas, y resistir los barridos de su fuego hasta lograr la libertad. Pues eso es lo que nos jugamos nosotros. Nada menos.

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