EL CRIMEN COMO ESPECTÁCULO PREELECTORAL

Si no pensamos, por falta de costumbre o de tiempo, la monserga panfletaria y la pancarta sustituyen a la reflexión. Sin embargo, todo ciudadano tiene un límite último cuyo franqueamiento desata su reacción. En el ámbito de la conciencia hay convicciones inexpugnables, avaladas por el sentido común. Los políticos conocen ese límite, así que cuando el partido en el gobierno lo rebasa, y llega al crimen o a la negligencia criminal, sabe que acabará en la oposición (no en la cárcel); si bien contribuirá, paradójicamente, al sostén del sistema de oligarquía de partidos mediante el mecanismo de la alternancia en el poder.

Los partidos venden excrementos como si fueran trufas. El aspecto es parecido, pero si te acercas, hueles la diferencia. La abstención es la consecuencia de ese comercio adulterado, y es veneno letal para la partitocracia, su muerte por deslegitimación. Los partidos evitan la abstención con esas crisis preelectorales, espectáculos tragicómicos o aun criminales, que hacen replantearse el voto útil al ciudadano descreído.

El proceso electoral es entonces, encubiertamente, una Elección Presidencial a una sola vuelta, compelidos los electores a derribar al presidente actual, por razón de su crimen o su negligencia criminal. La elección del resto de los parásitos de las listas electorales que los jefes de los partidos arrastran tras de sí es una secuela. García-Trevijano demuestra que los líderes de los partidos, contando cada uno con su representación, sólo necesitan un café para discutir de los asuntos políticos y de sus cuotas de poder (que consensúen o discutan, se abracen o se saquen los hígados; y, ante el desacuerdo, a contar, como en el mus). La representación política está tan alejada del elector español, que en este sistema sobran diputados y senadores, impostores con sinecura, junto con el Rey.

Esas encubiertas elecciones presidenciales están viciadas de errores insalvables en una Democracia. El presidente, electo para que ejerza el Poder Ejecutivo, dispone a su antojo del Legislativo, aunque aparente lo contrario: que le debe su poder, como parte de la impostura.

Me espeluzna que el espectáculo criminal haya de ser cada vez más extremoso para movilizar al elector desencantado. Me avergüenza que cuando un gobierno manda enterrar en cal viva a unos detenidos a los que se ha torturado hasta morir, o tolera que unos desalmados vuelen varios trenes y oculta la verdad, contribuya al sostenimiento del sistema, aunque lleve a su partido a la oposición.

¿Cómo es posible la aberración que denuncio, del crimen como espectáculo preelectoral? Porque el Poder Judicial no tiene la independencia mínima para sustentar ningún límite último, como ése de las conciencias de los ciudadanos.

Me aterra pensar en el espectáculo criminal de la próxima campaña electoral.

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