La territorialidad, por oposición a los derechos de los individuos, atañe tanto al nacionalismo español como a los nacionalismos periféricos o provincianos: el vasco, el catalán, el gallego, el andaluz, el valenciano (¡Qué ridículo, el andaluz! ¡Qué ridículos, todos, empezando por el español!)...
Franco, al amparo del fascismo italiano y el nacional-socialimo alemán, y con el inestimable apoyo incondicional de la Iglesia Católica, consolidó e impuso el nacional-sindicalismo —“¡Por el Imperio hacia Dios!”; “¡Arriba escuadras a vencer, que en España empieza a amanecer!”— cargándose a 500.000 españoles y expulsando de España a un millón más.
Cuando el Régimen se debilitaba, cuando el tirano empezó a dar muestras de agotamiento físico, sus tripas, aparte de melenas, empezaron a cagar diversos nacionalismos incipientes, defendidos por cuatro gatos y por cuatro perros. Esos nacionalismos para minorías empezaron a asomar la pezuña tímidamente, al amparo de la Iglesia Católica y del capital de provincias —esa misma Iglesia y ese mismo capital que habían ayudado a Franco a fusilar a 40.000 anarquistas, comunistas y socialistas, desde el final de la Guerra Civil—. Los nacionalismos periféricos—aunque no lo supieran aquellos jovencitos que gritaban por las calles, sin saber lo que exigían, “¡Llibertat, amnistía i Estatut d’Autonomía!”—, lo que buscaban era su cuota parte del Poder franquista en descomposición, para seguir enriqueciéndose a costa del erario público, hacer negocios, explotar a los pobretes españoles y seguir robando impunemente.
Para que esa derechona se alzase con el poder, era necesaria la colaboración de una parte del pueblo catalán. ¿Qué parte? Pues aquella que estuviera dispuesta a traicionar al resto de sus conciudadanos, a cambio de distinguirse de ellos, de llevarse parte del botín, de obtener prebendas laborales: o sea, la parte catalano-parlante. Y, para sorpresa de la izquierda, otra izquierda surgió de entre los hijos de los fascistas y acaparó, merced a los apellidos, las cúpulas de los partidos. De todos los partidos catalanes: catalanistas, nacionalistas e independentistas. La bestia era España. España era, a partir de ese momento, por convención social, la derecha. O sea, algo tan absurdo como que, a partir de entonces, el obrero andaluz era el fascismo o el jornalero extremeño, la opresión. Cualquier español era un invasor. Todo lo que no fueran las raíces de la Cataluña profunda, desde Maragall abuelo a Salvat Papasseit, era sospechosamente anti-catalán. Se habían aposentado del imaginario colectivo de los catalanes el integrismo, la estolidez y la barbarie intelectual.
Poco después, llegó el posibilismo, consistente en considerar catalán a todo el que viviera y trabajara en Cataluña, hablase lo que hablase. Fue cosa de Pujol, el del desfalco de Banca Catalana, no sé si sabréis de quién hablo. Se trataba de una falsificación necesaria de la falsificación principal: y el que se lo creyera era un tonto útil. Y, finalmente, veinte años después, la reconversión del Socialismo pesoico en Socialismo nacionalista catalán. Un absurdo indigerible, pero convenientemente factible. Eso llevó al poder a Maragall nieto y, en un golpe de mano, a Montilla el iznajeño. Fin de trayecto: La traición de la izquierda catalana, la insolidaridad con el resto de la izquierda española, se consuma en el Tripartit, con Iniciativa per Catalunya y con ERC, representantes del verdadero fascismo (nacionalismo independentista y socialismo) catalán.
El 11 de Setembre es la fiesta nacional de Cataluña, aunque se trata de la conmemoración de la derrota de la Barcelona pro-carlista ante las tropas de Felipe V de Anjou. Por supuesto, los votantes del PSC no celebran el 11 de Setembre, no va con ellos. Se van todos de puente, y a otra cosa, mariposa. Y quedan los de siempre: los catalanes catolicísimos ultramontanos, con sus banderitas cuatribarradas en los balcones; y sus hijos y nietos, también catolicísimos ultramontanos, con sus estelades por las calles, lanzando exabruptos anti-españoles. Estos últimos, como no tienen cultura ninguna, no saben lo mucho que se parecen a los falangistas en 1940, gritando “¡Arriba España, Una, Grande y Libre!”. Los únicos que podrían hacérselo saber son sus abuelos, los que viven. Pero no pueden, porque fueron parte de esa Falange (la catalana fue de las más duras) que obligaba a los catalanes humildes a hablar la lengua del Imperio a guantazos.
Franco, al amparo del fascismo italiano y el nacional-socialimo alemán, y con el inestimable apoyo incondicional de la Iglesia Católica, consolidó e impuso el nacional-sindicalismo —“¡Por el Imperio hacia Dios!”; “¡Arriba escuadras a vencer, que en España empieza a amanecer!”— cargándose a 500.000 españoles y expulsando de España a un millón más.
Cuando el Régimen se debilitaba, cuando el tirano empezó a dar muestras de agotamiento físico, sus tripas, aparte de melenas, empezaron a cagar diversos nacionalismos incipientes, defendidos por cuatro gatos y por cuatro perros. Esos nacionalismos para minorías empezaron a asomar la pezuña tímidamente, al amparo de la Iglesia Católica y del capital de provincias —esa misma Iglesia y ese mismo capital que habían ayudado a Franco a fusilar a 40.000 anarquistas, comunistas y socialistas, desde el final de la Guerra Civil—. Los nacionalismos periféricos—aunque no lo supieran aquellos jovencitos que gritaban por las calles, sin saber lo que exigían, “¡Llibertat, amnistía i Estatut d’Autonomía!”—, lo que buscaban era su cuota parte del Poder franquista en descomposición, para seguir enriqueciéndose a costa del erario público, hacer negocios, explotar a los pobretes españoles y seguir robando impunemente.
Para que esa derechona se alzase con el poder, era necesaria la colaboración de una parte del pueblo catalán. ¿Qué parte? Pues aquella que estuviera dispuesta a traicionar al resto de sus conciudadanos, a cambio de distinguirse de ellos, de llevarse parte del botín, de obtener prebendas laborales: o sea, la parte catalano-parlante. Y, para sorpresa de la izquierda, otra izquierda surgió de entre los hijos de los fascistas y acaparó, merced a los apellidos, las cúpulas de los partidos. De todos los partidos catalanes: catalanistas, nacionalistas e independentistas. La bestia era España. España era, a partir de ese momento, por convención social, la derecha. O sea, algo tan absurdo como que, a partir de entonces, el obrero andaluz era el fascismo o el jornalero extremeño, la opresión. Cualquier español era un invasor. Todo lo que no fueran las raíces de la Cataluña profunda, desde Maragall abuelo a Salvat Papasseit, era sospechosamente anti-catalán. Se habían aposentado del imaginario colectivo de los catalanes el integrismo, la estolidez y la barbarie intelectual.
Poco después, llegó el posibilismo, consistente en considerar catalán a todo el que viviera y trabajara en Cataluña, hablase lo que hablase. Fue cosa de Pujol, el del desfalco de Banca Catalana, no sé si sabréis de quién hablo. Se trataba de una falsificación necesaria de la falsificación principal: y el que se lo creyera era un tonto útil. Y, finalmente, veinte años después, la reconversión del Socialismo pesoico en Socialismo nacionalista catalán. Un absurdo indigerible, pero convenientemente factible. Eso llevó al poder a Maragall nieto y, en un golpe de mano, a Montilla el iznajeño. Fin de trayecto: La traición de la izquierda catalana, la insolidaridad con el resto de la izquierda española, se consuma en el Tripartit, con Iniciativa per Catalunya y con ERC, representantes del verdadero fascismo (nacionalismo independentista y socialismo) catalán.
El 11 de Setembre es la fiesta nacional de Cataluña, aunque se trata de la conmemoración de la derrota de la Barcelona pro-carlista ante las tropas de Felipe V de Anjou. Por supuesto, los votantes del PSC no celebran el 11 de Setembre, no va con ellos. Se van todos de puente, y a otra cosa, mariposa. Y quedan los de siempre: los catalanes catolicísimos ultramontanos, con sus banderitas cuatribarradas en los balcones; y sus hijos y nietos, también catolicísimos ultramontanos, con sus estelades por las calles, lanzando exabruptos anti-españoles. Estos últimos, como no tienen cultura ninguna, no saben lo mucho que se parecen a los falangistas en 1940, gritando “¡Arriba España, Una, Grande y Libre!”. Los únicos que podrían hacérselo saber son sus abuelos, los que viven. Pero no pueden, porque fueron parte de esa Falange (la catalana fue de las más duras) que obligaba a los catalanes humildes a hablar la lengua del Imperio a guantazos.
9 COMENTARIOS:
Bueno, a esto, en el caso del País Vasco, súmale que la oligarquía vasca que venía de antes de la guerra se quedó toda con Franco (sólo "expulsaron" a Sota, por financiar a Sabino Arana, y el hombre, segundo de su dinastía, y toda su familia tuvo que padecer un exilio pestilente en una casona varada al borde del mar en una zona tan desapacible como Biarritz), ocupando los principales puestos de las empresas y de la administración, mientras que luego, con la Transición, los nacionalistas salieron de las catacumbas y a los que no eran vascos o comulgaban con el nacionalismo, o sea a todos los maketos, los motejaron de franquistas o fascistas por no ponerse a estudiar euskera o a colocarse detrás de la pancarta para pedir la autonomía primero y la independencia después. Y todo eso "adornado" por las bombas y los tiros en la nuca de los primos del zumosol. En fin, todo muy edificante. Te juro, A., que en el País Vasco fue mucho, pero mucho peor que en Cataluña para los que no teníamos entonces un abuelito del Goierri, sólo uno, donde enganchar toda nuestra dignidad. Nos quedamos con el culo al aire, mientras los intelectuales vascos nativos, los únicos reconocidos por el régimen entonces y ahora, para interpretar lo que aquí estaba ocurriendo, hablaban del trágico destino del pueblo vasco, sin reparar que ya, desde los años ochenta, los ciudadanos con apellidos no vascos somos mayoría aquí, sin reparar que las gentes con los dos primeros apellidos vascos no van más allá del 20 % del personal.
Nadie sabe a día de hoy lo que es el país vasco. Desde luego, hace mucho tiempo que dejó de ser el país de los vascos (hay más gentes con apellido vasco en el resto de España que aquí), pero nadie se atreve aún a llamarlo país vasco-maketo, que es lo que debería llamarse en realidad.
Saludos, por supuesto, maketos.
Tienes razón en todo lo que dices, maketo. Lo sé: en Vasconia fue peor. Hay que hurgar en los árboles genealógicos de esos hideputas, no para encontrar el Rh perdido, sino el franquista agazapado.
En esencia, es simple: cualquiera que es capaz de despreciar a otro ser humano por cuestiones de raza, religión o lengua es un fascista intolerante. Sea vasco o nacional-sindicalista.
Un saludo, maketo.
Era el verano de 1962. Viator-Almería. Grupo de Regulares 5. Campamento Alvarez de Sotomayor.
Se pierde una manta en una compañía creo que en la 6ª. El recluta lo comunica al sargento y éste al teniente Ybarra Lechuga. Forman la compañía y todos firmes escuchan al teniente: "De aquí no se mueve nadie sin que aparezca la manta".
Pasa el rato y tras otra alocución nadie sale de la formación.
Se adelanta un vasco y dice: "Mi teniente Ud cree que aquí somos ladrones".
El teniente se abalanza sobre el recluta, -un vasco de gran altura y complexión física-, lo abofetea, cae al suelo y comienza a darle patadas en todo el cuerpo. El vasco se queda encogido y quieto aguantando la tremenda paliza.
Toda la compañía está silenciosa, rígida, sin pestañear.
El que esto escribe nunca ha presenciado una humillación tan grande a un ser humano.
Desde entonces el pueblo vasco es para mí un recordatorio de mi indignidad.........en momentos difíciles.
Aquí os cuelgo este artículo de un antiguo "maestro de periodistas", exdirector de "Interviú", y desde hace tiempo postcrito de los medios españoles:
http://www.insurgente.org/modules.php?name=News&file=article&sid=14640
Ante la injustificable paliza, ¿por qué nadie se movió ni dijo nada? ¿Ni siquiera desde las últimas filas un "déjalo ya, hijoputa"? Menuda mierda era la mili, me alegro de no haberla hecho.
Todos estos análisis comparando el nacionalismo español con el catalan fallan por su base. Se considera normal la existencia de la patria española, del pueblo español, no nacionalistas por supuesto. Sin embargo se niega el derecho a la existencia de una patria catalana o un pueblo catalan igualandolos al nacionalismo español franquista o nazi directamente. Se anteponen los derechos de los individuos a los del nacionalismo provinciano, en cambio el patriotismo español es garantia de estos derechos individuales. Lo siento, pero estos argumentos no son válidos, parten de la base de la normalidad y de la bondad del orden social existente, falseando la historia y la misma realidad.
Equiparar al dictador Franco, que asesinaba a sus paisanos por el simple hecho de no pensar como él, a el pueblo catalán que gritando llibertad, anmistia, estatut d'autonomia, demostraba su gran capacidad de diálogo, tolerancia, democracia y respeto a los derechos humanos(no en vano tenemos el segundo parlamento más antiguo del mundo), es sencillamente aberrante, obsceno, demagógico y ofensivo. Vaya manera de sembrar el odio entre los pueblos! Me recuerdan a algunos comentarios del PP. Realmente le invito a que reflexione sobre alguno de sus comentarios vertidos en este foro, no sin antes recordarle que se demostró que el caso de Pujol con la Banca Catalana no eran más que simples injurias (que usted repite) sin ningú tipo de pruebas.
¿Y te pagan por decir estas gilipolleces?, joder macho, mira que eres imbecil, ¿y a ti quien te ha contado esto? y de esta manera, ¿tu agüelo el franquista?.
Que mal hizo se la transición, que mal hizo y hace el no haberos juzgado, franquistas, tu escrito lleno de odio es la prueba mas palpable de lo necesario que es un jucio a todo el franquismo, y a todos vosotros, los franquistas.
¿Acaso tu abuelo robo tantos doblones a los rojos, que aún estas acojonado de que te los quiten?
No tienes verguenza, solo eres un Lerroux bien-pagado...... Y SE LLAMA ANARQUISTA el muy nazi.
Gracias por vuestros estimulantes comentarios, cargados de buen talante. Hacéis lo que toda la izquierda postfranquista: llamar nazi a todo lo que se mueva, a todos los que no piensan como vosotros, a cualquier rasgo de inteligencia viva. Y no paráis de decir mentiras, leyendo en diagonal el texto e interpretándolo al sesgo.
Que os den por culo con un higo de pala.
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