¿Qué se puede decir de un tío capaz de componer en su cabeza una mega-ópera de 3 horas, como el "Don Juan," y mantenerla inmaculada, hasta el detalle de cada nota singular, en su memoria, para pocos días antes del estreno pasarla al papel, como el que copia desde un disco duro?
Sí, sí, no me lo digan, ¿un ET con peluca? —no ha habido nada comparable en toda la historia de la humanidad—. Y sin embargo, en lo que a su bolsillo se refiere, se pegó el mal fario de ir a nacer en la Austria del siglo XVIII, un imperiecito decadente de habsburgos donde lo que molaba era aparentar más que nadie y presumir de pendones que no se tenían, y el arte, la música como arte, en gran parte prostituible al igual que la pintura (¿o acaso, no consideran un coñazo todos esos retratos y composiciones de mecenas condesitos durante siglos?), era el medio indicado para que las numerosas cortes de los cuasi-estados autonomiles se dieran lustre y ocasión para mostrarse en los programas de corashonn corashoon de la época. Con razón se cagaba en sus muelas el filósofo Buffon (efectivamente, pariente del famoso portero), que veía como Viena se gastaba en lujos lo que producía el resto del imperiecito, sin meter un puto ducado, florín o gulden en filosofía natural (el I+D de aquel entonces, para enterarnos), ¡todo para las putas óperas!.
Si han tenido la paciencia de leer hasta aquí —uf uf—, seguramente habrán descubierto el porqué de lo de Pepito Amadeus. Si, señor: aquella Austria, Viena, era lo más cerca que un país europeo ha estado de lo que es hoy España. El aparentar y vivir muy por encima de las posibilidades sin pegar clavo al agua, a costa del Cofidisss y el banquito o cajita de marras, era el sueño de todo vienés. Entre los que cayeron en el cepo de aquel Cofidisss estaba, como no, nuestro ET con peluca. No es que fuera jugador, ni mujeriego, ni un viva la virgen (olvídense del truño de la película de Amadeus, tan fidedigna históricamente como la historia aborigen que se imparte en una ikastola); es que nuestro fenómeno necesitaba aparentar para tener un hueco en aquella Viena que exigía hidalguía de etiqueta, pasando por encima de un pueblo que olía mal y se moría de hambre, y nuestro ácrata musical, para no ser confundido, tenía que vestirse y actuar como los puteros de la corte de José II.
Y ahí tenemos a nuestro voluntarioso Pepito Amadeus, al que, mientras el éxito y el cofidisss le funcionó, se endeudó hasta las trancas, esperando que, a pesar de la enorme deuda contraída, la revalorización, vía enchufe de la corte, diera el resultado esperado. Sin embargo, como buen ácrata, empezó a tocar un poco los cojones con una música que no servía ni para entretener a aquellos zánganos reales ni para que se dieran el lustre, ¡el tío quería que lo reconocieran a él, un plebeyo, nos ha jodío!. Así que, al poco, se vió sin encargos y teniendo que abandonar la casita sobrevalorada en la mejor zona de la Viena de la época, junto a la Catedral de San Esteban (esos aficionados al fútbol saben de lo que hablo). Un mes antes de morir, tal vez por eso, un condesito, un tal Lichnowsky —luego mecenas de Beethoven miren por donde—, le ganó un juicio en el tribunal del emperador, por el que se enajenaban sueldo y bienes del compositor para el pago de la deuda.
Que puta Viena, ¿eh? Ahora, que ya saben quién mató a Mozart, no habrá que dar mas pistas para adivinar el destino de millones de pepitos ibéricos. Por cierto, ¡goooool de Torressssssss...!
Sí, sí, no me lo digan, ¿un ET con peluca? —no ha habido nada comparable en toda la historia de la humanidad—. Y sin embargo, en lo que a su bolsillo se refiere, se pegó el mal fario de ir a nacer en la Austria del siglo XVIII, un imperiecito decadente de habsburgos donde lo que molaba era aparentar más que nadie y presumir de pendones que no se tenían, y el arte, la música como arte, en gran parte prostituible al igual que la pintura (¿o acaso, no consideran un coñazo todos esos retratos y composiciones de mecenas condesitos durante siglos?), era el medio indicado para que las numerosas cortes de los cuasi-estados autonomiles se dieran lustre y ocasión para mostrarse en los programas de corashonn corashoon de la época. Con razón se cagaba en sus muelas el filósofo Buffon (efectivamente, pariente del famoso portero), que veía como Viena se gastaba en lujos lo que producía el resto del imperiecito, sin meter un puto ducado, florín o gulden en filosofía natural (el I+D de aquel entonces, para enterarnos), ¡todo para las putas óperas!.
Si han tenido la paciencia de leer hasta aquí —uf uf—, seguramente habrán descubierto el porqué de lo de Pepito Amadeus. Si, señor: aquella Austria, Viena, era lo más cerca que un país europeo ha estado de lo que es hoy España. El aparentar y vivir muy por encima de las posibilidades sin pegar clavo al agua, a costa del Cofidisss y el banquito o cajita de marras, era el sueño de todo vienés. Entre los que cayeron en el cepo de aquel Cofidisss estaba, como no, nuestro ET con peluca. No es que fuera jugador, ni mujeriego, ni un viva la virgen (olvídense del truño de la película de Amadeus, tan fidedigna históricamente como la historia aborigen que se imparte en una ikastola); es que nuestro fenómeno necesitaba aparentar para tener un hueco en aquella Viena que exigía hidalguía de etiqueta, pasando por encima de un pueblo que olía mal y se moría de hambre, y nuestro ácrata musical, para no ser confundido, tenía que vestirse y actuar como los puteros de la corte de José II.
Y ahí tenemos a nuestro voluntarioso Pepito Amadeus, al que, mientras el éxito y el cofidisss le funcionó, se endeudó hasta las trancas, esperando que, a pesar de la enorme deuda contraída, la revalorización, vía enchufe de la corte, diera el resultado esperado. Sin embargo, como buen ácrata, empezó a tocar un poco los cojones con una música que no servía ni para entretener a aquellos zánganos reales ni para que se dieran el lustre, ¡el tío quería que lo reconocieran a él, un plebeyo, nos ha jodío!. Así que, al poco, se vió sin encargos y teniendo que abandonar la casita sobrevalorada en la mejor zona de la Viena de la época, junto a la Catedral de San Esteban (esos aficionados al fútbol saben de lo que hablo). Un mes antes de morir, tal vez por eso, un condesito, un tal Lichnowsky —luego mecenas de Beethoven miren por donde—, le ganó un juicio en el tribunal del emperador, por el que se enajenaban sueldo y bienes del compositor para el pago de la deuda.
Que puta Viena, ¿eh? Ahora, que ya saben quién mató a Mozart, no habrá que dar mas pistas para adivinar el destino de millones de pepitos ibéricos. Por cierto, ¡goooool de Torressssssss...!
3 COMENTARIOS:
Este escrito es bocata di cardenale, metáfora más pura que los glaciares del Himalaya.
¿Cuanta ironía encierra!
¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA...! ¡¡Muy bueno, Pepito Fernández!!
Gracias, amigo, por tu esperadísimo regreso.
pachaaa, amigos, un saludo su reverendisima, y a ese Mess, que no te libras de este pesaooo...
Volvemos al frente, hacedme un hueco que voy de cabezaaaa
Publicar un comentario