Por Control social se entienden las distintas formas de imponer ciertas "lógicas" a las personas. Se trata en definitiva, de la producción de imbecilidad como forma de control social y político, al dificultarse la difusión y realización de ideas políticas libremente .
Las formas de control social cambian con el tiempo. Por ejemplo, a partir del 11 de septiembre, se ponen en marcha estrategias de creación de pánico que producen inmovilidad social. Se dificulta la circulación de personas , se busca una auto-represión en todo lo que concierne a la difusión de ideas y prácticas que pongan en cuestión el orden establecido.
El control social, que es múltiple, tiene un elemento común: que incide negativamente en las personas. No es una cuestión baladí. Quienes diseñan y aplican las políticas de control social son personas con nombre y apellido, al igual que quienes las sufren o se benefician de ellas.
Veamos, podríamos entender cierto control que todo sistema necesita para regularse o controlarse y, en ese sentido hay una forma amable de entender el control que cualquier sistema ordenado pone en práctica; en ese sentido el control social sería natural y positivo porque cualquier sistema sin control acaba disolviéndose.
Sin embargo, lo que tenemos que preguntarnos es si las formas de control social que se están aplicando en la actualidad contribuyen a la autorregulación del sistema social o más bien a la ruptura de las relaciones sociales. La Política, el sistema llamado democrático, - que no lo es porque la sociedad civil no tiene el control al no existir libertad política- , con sus diferentes poderes, es el que legitima y aplica el control sobre los ciudadanos, es decir, regula las relaciones entre las personas, y esto se hace sobre todo a través de la sanción.
El Derecho clásico nos dice que no hay norma sin sanción; esa definición ya encierra una primera perversión porque descarta que las personas se autorregulen sin necesidad del poder sancionador. El derecho acepta el sometimiento de las mayorías sociales por parte de minorías que tienen el poder de normar y sancionar. Por tanto el Derecho no es de todos pero se aplica a todos.
Se establecen mecanismos de cierre que garantizan el acceso exclusivo de bienes y servicios, conocimiento y mecanismos políticos única y exclusivamente a minorías que detentan el poder y que legislan para excluir a las mayorías. (Esto parece que se haya dicho en el XVII).
El conjunto de esos mecanismos:policía, sistema judicial, medios de comunicación, etc. es lo que aquí llamamos control social. Y todos ellos bajo el imperio de la Ley que surge de la minoría.
Así, se produce, naturalmente, la exclusión de la política convencional de todo un sector de población importante, ámplisimo, lo que se traduce en una distorsión de las relaciones sociales. Pero no es el único elemento de distorsión, pues también la burguesía nacionalista utiliza en ocasiones el conflicto nacional para imponer estrategias, genuinas de la tierra, de control social duro.
Las sociedades post-industriales cambian sus sistemas de control. La ciencia de la sociología deja de tener sentido, porque ya no se trata tanto de interpretar la realidad sino de inventarla. Es lo que se llama Sociedad del Espectáculo, que reinventa cada día lo social, pudiendo provocar en el espectador una autocensura meta-religiosa, basada en las apariencias, en la introducción de miedo, de culpa... El ideal de esa forma de autocontrol es que ni siquiera sea necesaria la policía.
Pero claro eso tiene muchas fugas. En el estado actual de guerra permanente, con el gran poder que tiene el sistema militar-industrial, asistimos de forma paradójica a una gestión del miedo que conduce a la pasividad del ciudadano espectador, y también a la necesidad de activar o alimentar conflictos armados a lo largo del mundo, que producen beneficios a esas elites y a su vez provocan autocontrol en las masas. La precariedad, que ahora llega a extremos terribles, y que al final puede provocar estallidos sociales, que a su vez generan miedo... El control interno y el externo se retro-alimentan.
En todo caso no se trata de un proceso armónico, se producen muchas contradicciones. Una muy evidente es la destrucción de la Tierra como condición de vida. Y de eso sabe mucho la burguesía troglodita española, que vacía sus "queridas montañas" para sacar piedra y meter cemento, o bien destruye sus "amados bosques" y planta pinos por todas partes.
En el fondo es un problema de canibalismo, ya que no se puede construir un país cuando te lo estás comiendo. Y el capitalismo es básicamente eso: canibalismo; o como la ideología sabiniana, que utiliza una serie de costumbres, de elementos identitarios... para excluir a las mayorías con un objetivo de reproducción del capital y la tasa de beneficios. Existe un arquetipo en Europa para lo que se dice son las banlieus parisinas, que ya en los años cincuenta se conciben como los acuartelamientos donde vivirán los pobres.
Lo que está sucediendo es el desmantelamiento progresivo de lo que se llamó estado del bienestar, es decir, un sistema garantista donde se reconocían, aunque menos que en otros países del norte, una serie de derechos laborales o sociales, apareciendo un sistema neoliberal que utiliza como sustituivo los seguros privados como estructura asistencial para amortiguar los efectos más graves de la pérdida de derechos.
Ahora en España hay más distancia entre pobres y ricos que nunca antes en la Historia. Hay más pobres que nunca. Y la creación del sistema de asistencia social es funcional al propio sistema neoliberal; porque te está diciendo: tú trabaja mucho, entra en esta carrera de ratas si no quieres caer al otro lado, el de la exclusión, y, con suerte, la asistencia.
El sistema asistencial es por tanto una forma de control social muy poderosa. Se está favoreciendo el deslizamiento social: en cualquier momento, por circunstancias muy diversas, se puede pasar de un lado a otro de la escala social; por circunstancias en muchos casos ajenas a la voluntad de las personas. Así se crea también el miedo a la exclusión que implica disciplinar el mercado laboral.
Vivimos en la posibilidad de que, dependiendo de las fluctuaciones del mercado, sectores sociales enteros cambien su lugar en la escala social de la noche a la mañana. Lo que implica una sociedad más móvil, más fluida, pero evidentemente también un riesgo de quedarte fuera, de no tener un mínimo con el que poder vivir.
Por otro lado, a los países enriquecidos con la emigración les está pasando como al aborigen australiano, que le regalaron un boomerang nuevo y quiso tirar el viejo pero no podía porque le volvía. Nos hemos apropiados de los recursos y la mano de obra de los países empobrecidos; y es mentira eso de las oleadas de desesperados que invaden las fronteras de los países ricos.
Por el contrario, las fronteras son ahora más impermeables que nunca y tenemos el número de emigrantes que necesitamos para las necesidades del sistema, y para mantenerlos en situación de precariedad como ejército de reserva del que echar mano a voluntad. Ahora, cuando cambian las circunstancias económicas, lo que se discute no es la exclusión de la mano de obra sobrante, eso está fuera de discusión, sino en ver si articulamos algunas medidas asistenciales para hacerlo de manera menos traumática, no vayan a alterar la paz social.
Lo que tenemos que tener claro es que los flujos migratorios se organizan en función de nuestros intereses como países enriquecidos y que es falso el imaginario ese que nos venden del pobre desesperado que viene a la tierra de promisión. Por supuesto también se marca al emigrante con el estigma del enemigo del trabajador. Otra estrategia de control social.
En fin, es curioso ver cómo se extiende la sensación de control a toda la sociedad: todos somos ahora potenciales delincuentes susceptibles de ser sancionados. Se inculca ese miedo en la sociedad y se producen respuestas autoritarias y aberrantes, que piden más seguridad, más policía, más cárcel... Esto además viene muy bien a todo el entramado judicial-policial-asistencial, que no deja de ser uno de los mejores negocios del momento. Situaciones de pánico social que justifican inversiones públicas inmensas en ese entramado, que, además, se privatiza cada vez más y cuyos beneficios van a manos de unos pocos iluminati.
JAVIER CASTUERA
Las formas de control social cambian con el tiempo. Por ejemplo, a partir del 11 de septiembre, se ponen en marcha estrategias de creación de pánico que producen inmovilidad social. Se dificulta la circulación de personas , se busca una auto-represión en todo lo que concierne a la difusión de ideas y prácticas que pongan en cuestión el orden establecido.
El control social, que es múltiple, tiene un elemento común: que incide negativamente en las personas. No es una cuestión baladí. Quienes diseñan y aplican las políticas de control social son personas con nombre y apellido, al igual que quienes las sufren o se benefician de ellas.
Veamos, podríamos entender cierto control que todo sistema necesita para regularse o controlarse y, en ese sentido hay una forma amable de entender el control que cualquier sistema ordenado pone en práctica; en ese sentido el control social sería natural y positivo porque cualquier sistema sin control acaba disolviéndose.
Sin embargo, lo que tenemos que preguntarnos es si las formas de control social que se están aplicando en la actualidad contribuyen a la autorregulación del sistema social o más bien a la ruptura de las relaciones sociales. La Política, el sistema llamado democrático, - que no lo es porque la sociedad civil no tiene el control al no existir libertad política- , con sus diferentes poderes, es el que legitima y aplica el control sobre los ciudadanos, es decir, regula las relaciones entre las personas, y esto se hace sobre todo a través de la sanción.
El Derecho clásico nos dice que no hay norma sin sanción; esa definición ya encierra una primera perversión porque descarta que las personas se autorregulen sin necesidad del poder sancionador. El derecho acepta el sometimiento de las mayorías sociales por parte de minorías que tienen el poder de normar y sancionar. Por tanto el Derecho no es de todos pero se aplica a todos.
Se establecen mecanismos de cierre que garantizan el acceso exclusivo de bienes y servicios, conocimiento y mecanismos políticos única y exclusivamente a minorías que detentan el poder y que legislan para excluir a las mayorías. (Esto parece que se haya dicho en el XVII).
El conjunto de esos mecanismos:policía, sistema judicial, medios de comunicación, etc. es lo que aquí llamamos control social. Y todos ellos bajo el imperio de la Ley que surge de la minoría.
Así, se produce, naturalmente, la exclusión de la política convencional de todo un sector de población importante, ámplisimo, lo que se traduce en una distorsión de las relaciones sociales. Pero no es el único elemento de distorsión, pues también la burguesía nacionalista utiliza en ocasiones el conflicto nacional para imponer estrategias, genuinas de la tierra, de control social duro.
Las sociedades post-industriales cambian sus sistemas de control. La ciencia de la sociología deja de tener sentido, porque ya no se trata tanto de interpretar la realidad sino de inventarla. Es lo que se llama Sociedad del Espectáculo, que reinventa cada día lo social, pudiendo provocar en el espectador una autocensura meta-religiosa, basada en las apariencias, en la introducción de miedo, de culpa... El ideal de esa forma de autocontrol es que ni siquiera sea necesaria la policía.
Pero claro eso tiene muchas fugas. En el estado actual de guerra permanente, con el gran poder que tiene el sistema militar-industrial, asistimos de forma paradójica a una gestión del miedo que conduce a la pasividad del ciudadano espectador, y también a la necesidad de activar o alimentar conflictos armados a lo largo del mundo, que producen beneficios a esas elites y a su vez provocan autocontrol en las masas. La precariedad, que ahora llega a extremos terribles, y que al final puede provocar estallidos sociales, que a su vez generan miedo... El control interno y el externo se retro-alimentan.
En todo caso no se trata de un proceso armónico, se producen muchas contradicciones. Una muy evidente es la destrucción de la Tierra como condición de vida. Y de eso sabe mucho la burguesía troglodita española, que vacía sus "queridas montañas" para sacar piedra y meter cemento, o bien destruye sus "amados bosques" y planta pinos por todas partes.
En el fondo es un problema de canibalismo, ya que no se puede construir un país cuando te lo estás comiendo. Y el capitalismo es básicamente eso: canibalismo; o como la ideología sabiniana, que utiliza una serie de costumbres, de elementos identitarios... para excluir a las mayorías con un objetivo de reproducción del capital y la tasa de beneficios. Existe un arquetipo en Europa para lo que se dice son las banlieus parisinas, que ya en los años cincuenta se conciben como los acuartelamientos donde vivirán los pobres.
Lo que está sucediendo es el desmantelamiento progresivo de lo que se llamó estado del bienestar, es decir, un sistema garantista donde se reconocían, aunque menos que en otros países del norte, una serie de derechos laborales o sociales, apareciendo un sistema neoliberal que utiliza como sustituivo los seguros privados como estructura asistencial para amortiguar los efectos más graves de la pérdida de derechos.
Ahora en España hay más distancia entre pobres y ricos que nunca antes en la Historia. Hay más pobres que nunca. Y la creación del sistema de asistencia social es funcional al propio sistema neoliberal; porque te está diciendo: tú trabaja mucho, entra en esta carrera de ratas si no quieres caer al otro lado, el de la exclusión, y, con suerte, la asistencia.
El sistema asistencial es por tanto una forma de control social muy poderosa. Se está favoreciendo el deslizamiento social: en cualquier momento, por circunstancias muy diversas, se puede pasar de un lado a otro de la escala social; por circunstancias en muchos casos ajenas a la voluntad de las personas. Así se crea también el miedo a la exclusión que implica disciplinar el mercado laboral.
Vivimos en la posibilidad de que, dependiendo de las fluctuaciones del mercado, sectores sociales enteros cambien su lugar en la escala social de la noche a la mañana. Lo que implica una sociedad más móvil, más fluida, pero evidentemente también un riesgo de quedarte fuera, de no tener un mínimo con el que poder vivir.
Por otro lado, a los países enriquecidos con la emigración les está pasando como al aborigen australiano, que le regalaron un boomerang nuevo y quiso tirar el viejo pero no podía porque le volvía. Nos hemos apropiados de los recursos y la mano de obra de los países empobrecidos; y es mentira eso de las oleadas de desesperados que invaden las fronteras de los países ricos.
Por el contrario, las fronteras son ahora más impermeables que nunca y tenemos el número de emigrantes que necesitamos para las necesidades del sistema, y para mantenerlos en situación de precariedad como ejército de reserva del que echar mano a voluntad. Ahora, cuando cambian las circunstancias económicas, lo que se discute no es la exclusión de la mano de obra sobrante, eso está fuera de discusión, sino en ver si articulamos algunas medidas asistenciales para hacerlo de manera menos traumática, no vayan a alterar la paz social.
Lo que tenemos que tener claro es que los flujos migratorios se organizan en función de nuestros intereses como países enriquecidos y que es falso el imaginario ese que nos venden del pobre desesperado que viene a la tierra de promisión. Por supuesto también se marca al emigrante con el estigma del enemigo del trabajador. Otra estrategia de control social.
En fin, es curioso ver cómo se extiende la sensación de control a toda la sociedad: todos somos ahora potenciales delincuentes susceptibles de ser sancionados. Se inculca ese miedo en la sociedad y se producen respuestas autoritarias y aberrantes, que piden más seguridad, más policía, más cárcel... Esto además viene muy bien a todo el entramado judicial-policial-asistencial, que no deja de ser uno de los mejores negocios del momento. Situaciones de pánico social que justifican inversiones públicas inmensas en ese entramado, que, además, se privatiza cada vez más y cuyos beneficios van a manos de unos pocos iluminati.
JAVIER CASTUERA
3 COMENTARIOS:
En España no ha existido ese control a la americana, a pesar del 11-M. Reconózcanlo. Éste es un país mucho más civilizado de lo que ustedes quieren reconocer, sobre todo gracias al socialismo democrático.
Ya. ¿Y qué es el socialismo democrático, amigo anónimo? Porque a mí eso de socialismo democrático me parece un oxímoron... ¿Cuándo ha sido democrático el socialismo? ¿Quizá con Negrín o con Largo Caballero? ¿O con González?
¡Ay, que me meo tó!
Senyor Corcuera, em sembla que m'he quedat adormit a la quarta línia del seu pesat text. Ho sento.
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