LA DEFENSA DE LA "TERRA CATALANA".

Interesante concepto ese de la defensa de la Terra Catalana. Y de sus supuestos derechos, tales como su 'lengua propia' o 'lengua telúrica', por tanto.

Y yo me pregunto en primer lugar: ¿De quién es la Terra Catalana? Pues, en general, no resulta ser especialmente de los que la defienden. Cada palmo cuadrado de esa Terra Catalana tiene un propietario, un dueño legítimo, que es el que la explota, o le edifica encima, o la valla, o la pone en venta cuando le viene en gana.

Y no siempre el propietario de la Terra Catalana es catalán. Yo, sin ir más lejos, poseo algunas parcelas aquí y allá. Porque, mal que les pese a los patriotas catalanes, las tierras que conforman Cataluña están vendidas hace tiempo al que le plugo pagarlas con su buen dinero.

Sin embargo, estos patriotas -guardas particulares de las fincas parecen- la defienden de los que la 'agreden', incluso aunque sean sus legítimos dueños. ¿Son guardas rurales conjurados contra el movimiento Okupa? No, no es eso. Su defensa de la Terra es de tipo figurado o utópico. La defienden en el sentido de que evitan que la pobre Terra tenga que oír otra lengua que no sea la suya 'propia', es decir la lengua apropiada.

¿Y cuál es la lengua propia de la Terra Catalana? Ellos dicen que es el catalán.

Ayer subí a Montserrat en el teleférico. Lo hice aposta para comprobarlo. Una vez allí arriba, pegué la oreja derecha, que es mi oído bueno, a una de sus famosas y venerabilísimas piedras con forma de ninot; y esperé durante un buen rato a que la Terra Catalana me hablase, a que me dijese algo: cualquier cosa, qué se yo. De esa guisa estuve hasta que se me heló la oreja.

He llegado a la certeza de que la Terra Catalana es muda. Puede, de hecho, que sea también sorda.

Por otro lado, y bien mirada, la Terra catalana se me parece mucho a mí a la tierra del resto de España. También se me parecen sus árboles y sus vacas, que mugen en el mismo idioma, creo; y cagan parecida mierda, enorme, verdosa y sana.

Entonces, cuando bajaba ya, algo decepcionado -excepto por haber visto otra vez a la Moreneta-, se me cruzaron cuatro hombres con barretina que venían hablando en catalán. Nos sonreímos y les dije: "Buenas tardes", y ellos me contestaron: "Ei, què tal". O sea, que ni se enfadaron ni nada de eso, a pesar de que la Terra Catalana bien pudiera estar oyendo en aquel preciso momento mi imperfecto castellano. Quizá -pensé- no eran ellos de esos guardas juramentados, defensores de la Terra.

Yo, visto lo visto, he decidido no vender de momento mis parcelas -algunas, de labor-, y seguir esperando hasta que sea la propia Terra la que me diga que me vaya de Cataluña. Juro que, en cuanto me lo pida, me largo; no sin antes vendérsela a algún catalán que la merezca.

Eso, si es que antes algún funcionario de la Generalitat, defensor de la Terra, no me ha incoado un expediente de expropiación forzosa por razones lingüísticas.

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