Entiendo, en parte, lo de mi amigo. La parte que entiendo es su concepto de la izquierda post guerra-civilista. Pero la parte que no puedo entender es la de que, no ya mute su pensamiento en ideología de derechas, sino se apunte al PP y a su política. El PP no es una derecha moderna —si es que alguna puede serlo: “derecha moderna” es, me parece a mí, lo que se denomina, en Retórica, un oxímoron— sino un arrecife fósil del franquismo y la Iglesia Católica, adobados por la Banca, con algunos despistado, unos cuantos niños de familia bien (o sea: las Álvarez de Toledo, Sáenz de Santamaría y cositas así), unos pocos nobles paleo-monárquicos con aspiraciones mediáticas, miles de soplapollas engominados y decenas de miles de aprovechados businessmen al arrimo del poder y del dinero.
El problema de mi amigo, así se lo he dicho, es que, ante la decepción de la izquierda, no hay alternativa digna. Que, en efecto, el PSOE es mierda de perro; pero la disyuntiva es mierda de hiena. Que no existe alternativa porque todo está pactado en las alturas para que no exista. Que esto son alubias: unas blancas y otras rojas, pero alubias todas, con el meteorismo pertinaz que implica su digestión. Que esas acrobacias políticas están bien para los funambulistas (como Jiménez Losantos, capaz de pasarse del PSUC a la defensa de lo más ultramontano de la derechona vía Conferencia Episcopal, él, que no cree en Dios; o de Ramón Tamames, que saltó directamente del PCE al PP por vía rectal; sintiéndose ambos avalados por trayectorias como la de Mario Vargas Llosa, que es de otro país, de otro continente y de otra galaxia intelectual). Que se va a arrepentir, en fin, de no optar por lo lógico, que es abominar del Régimen partitocrático-Monárquico, y exigir una auténtica Democracia para España, que nunca la ha tenido, que no sabe lo que es ni lo que dignifica a sus ciudadanos copartícipes. Que no se trata de cambiar de partido, sino, en definitiva, de cambiar de cosmología política.
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